Mundo ficciónIniciar sesiónCaminé apresuradamente por los pasillos, ansiosa por encerrarme en mi habitación. Después de la visita a mi madre y el último ultimátum venenoso de Nora en el coche, yo no quería ver ni la sombra de Lucas.
Sabía que la mansión estaba llena de ojos y cámaras, ahora con Mark vigilándome también, y mi único trabajo era cumplir el contrato sin darle motivos a Nora para desconfiar o, peor aún, para hacerle daño a mi madre.
Justo al girar una esquina, me topé accidentalmente con Lucas. El impacto fue mínimo, apenas un roce de hombros, pero mi corazón dio un salto mortal en mi pecho. Me quedé inmóvil, sintiéndome como un animal sorprendido.
—¿Vas a tu habitación? —preguntó Lucas.
—Sí —respondí, con la voz apenas un susurro, mirando directamente al piso. No podía verlo a la cara. Sentía que él podía leer el miedo, la rabia y el recuerdo de la noche anterior en mis ojos.
Lucas frunció el ceño. Se detuvo por completo, su presencia imponente llenaba el estrecho pasillo.
—¿Te pasa algo, Ruby? Pareces asustada.
—No... —Me encogí, tratando de evitar su intensa mirada. Quería desaparecer en la alfombra, lejos de la tensión que Nora había sembrado entre nosotros.
—Ruby... —La voz de Lucas, ese tono grave y profundo que me había aterrorizado y, secretamente, me había conmovido, me detuvo.
Me di la vuelta, sorprendida de que no hubiera seguido su camino. El aire vibraba entre nosotros.
—Dígame, señor.
—Descansa. Que tengas buenas noches —dijo Lucas. Había una sinceridad inesperada en sus ojos cuando dijo esas palabras, una chispa que cortó momentáneamente la fría formalidad de nuestro acuerdo. Sentí un alivio ridículo ante ese simple deseo.
—Gracias —murmuré, forzando una sonrisa.
Antes de entrar, me detuve. Mis ojos se posaron en la pequeña cúpula oscura en la esquina del pasillo: una de las cámaras. Pensé, con un escalofrío que me recorrió la espalda, que probablemente Nora estaba vigilando cada segundo de ese encuentro. Mi breve e incómoda pausa había sido observada y grabada.
***
Al entrar en la habitación, busqué mi pijama para dormir, sintiendo el peso del día y de mi ropa ajustada. De pronto, sonó la puerta.
—¿Quién es? —pregunté, esperando que fuera Violet con otra orden de vestuario.
—Soy Carmen —respondió una voz cálida.
Abrí la puerta. Carmen traía una bandeja con la cena, cuidadosamente arreglada para que yo cenara en la cama. El simple acto me hizo sentir una pizca de emoción.
—Voy a quedarme unos minutos para hacerte compañía, chiquita —dijo Carmen, cerrando la puerta con el pie—. Ya terminé mis obligaciones por hoy. Además, la señora salió a un compromiso social con Violet. Volverán hasta medianoche. La mansión será nuestra por unas horas.
—Ojalá y se pierdan en el camino —solté, la frase salió con más rabia de la que pretendía.
Carmen soltó una fuerte carcajada, era el sonido más genuino que había escuchado desde que llegué a la mansión. Me sentó en el taburete cerca de la cama.
—La señora sí —dijo, limpiándose una lágrima de la risa—. Pero Violet no es tan mala, Ruby. Solo hace su trabajo y le tiene miedo a perderlo.
—Y vaya que lo hace muy bien —dije con sarcasmo.
—Ja, ja, ja. Eres una jovencita muy animada —dijo Carmen, negando con la cabeza, pero con una sonrisa en el rostro.
La comida era una sopa reconfortante y un trozo de pan casero. Era el sabor de la normalidad.
—La comida está deliciosa, Carmen. Es lo más auténtico que he comido en días.
—Qué bueno que te guste.
El ambiente era íntimo. Me armé de valor. Carmen era mi única oportunidad de entender algo.
—Carmen, quiero que me cuentes de los Wilson. Dime la verdad.
Ella se rio un poco, sirviéndome agua en un vaso de cristal.
—Um, no sé por dónde empezar... Sabes, se casaron hace diez años, pero su matrimonio no es tan feliz como hacen aparentar. El suyo fue un matrimonio arreglado por sus familias.
La noticia me golpeó como un ladrillo. Arreglado. Eso explicaba la frialdad, la obsesión de Nora por el contrato y el ambiente tóxico de la casa. Eran dos personas ricas, miserables y atrapadas en su propio lujo.
—No entiendo —dije, sintiendo un nudo en el estómago—. Si son tan ricos, ¿por qué no se divorcian? ¿Por qué se hacen esto?
—Porque el dinero es más importante que la felicidad, chiquita. Mucho más importante —me respondió, su voz se había vuelto sombría.
—¿Por qué tanta curiosidad, jovencita? —preguntó Carmen, de pronto, con sus ojos fijos en los míos—. ¿Podría ser que te guste el patrón?
El rubor me subió hasta las orejas, quemándome el rostro, pero me esforcé por mantener la calma.
—No, Carmen —dije con disimulo—. Enamorarme de ese hombre sería mi ruina total.
Carmen sonrió, la sonrisa de una mujer que había visto demasiado.
—Muy bien. Igual te aconsejo que no lo hagas. Es mejor no hablar del tema. El mundo de ellos es solo dolor y papeles.
La curiosidad me picó por última vez, pensando en la cámara del pasillo y el temor a la invasión total de Nora.
—Carmen, ¿habrá cámaras en esta habitación?
Ella me miró con una mezcla de piedad y vergüenza, y luego dirigió la mirada a la cama.
—Creo que no, chiquita. Es aquí donde ya sabes... y no creo que la señora quiera ver eso.
Su respuesta fue un alivio, pero también una nueva humillación. Nora no me vigilaba en este espacio porque este era el territorio de Lucas, el lugar donde se consumaba el trato que ella misma había orquestado.
Mi vergüenza por lo que estaba pasando era visible, y Carmen, con un gesto tierno, me acarició el cabello, dándome un último momento de calor humano.
Me quedé sola en la cama, el eco de las palabras de Carmen resonaba en el silencio. Lucas. Un hombre atrapado en un matrimonio arreglado, ahora obligado a concebir un heredero con una extraña.
Esa noche, Lucas Wilson dejó de ser solo mi dueño y se convirtió en una víctima más, un alma prisionera de la misma riqueza que los había devorado a los dos. Y yo, una simple víctima de su necesidad.







