Mundo ficciónIniciar sesiónApenas pude dormir. La tregua de Lucas se había sentido como un milagro momentáneo, una pausa concedida por la tormenta, pero al despertar, el peso de la realidad regresó con fuerza.
La luz del sol de la mañana se filtraba por las ventanas, iluminando los restos de mi camiseta rasgada en el suelo, un recuerdo tangible de la vergüenza y el coraje de la noche anterior.
Me vestí con una bata de seda que encontré en el armario. El lujo se sentía falso y opresivo. Me dirigí al balcón, intentando respirar el aire fresco, mientras mi mente repasaba el rostro inescrutable de Lucas y la crueldad metódica de Nora.
Velozmente, el teléfono sobre la mesita de noche vibró, cortando la falsa paz de la mañana. Era un mensaje de texto de Nora:
"Lucas te dio una noche extra. No habrá más. Estás perdiendo el tiempo. Vístete con algo decente. El precio de tu madre ya está pagado. Cumple o el trato se rompe."
No había un "buenos días", solo una orden que anulaba la tregua. Mi respiración se aceleró. Nora estaba poniendo fin a la pausa que Lucas me había dado.
Minutos después, la puerta de la habitación se abrió. Era Violet y un abogado, con un maletín de cuero en la mano y una expresión aún más glacial de lo habitual.
—Señorita Rodríguez. El equipo legal del señor Wilson ha enviado un documento. Debe firmarlo de inmediato.
Me senté en la mesa con el estómago revuelto. El abogado desdobló un pergamino.
—Sé que firmó el acuerdo inicial anoche —dijo el abogado, leyendo con una voz monótona —. Pero esta mañana hemos añadido una cláusula de comportamiento y una cláusula de confidencialidad más estricta, cortesía de la señora Wilson.
—¿Cláusula de comportamiento? —pregunté, sintiendo un nudo en la garganta.
—Sí. Usted debe residir en esta ala de la mansión, no tener contacto con el exterior ni usar su teléfono personal salvo para asuntos de estricta necesidad de su madre. Además, su única función es la de concebir el heredero. Cualquier desviación será considerada como incumplimiento de contrato.
Era una ofensa legal. No solo me habían comprado, sino que también habían definido mi existencia.
—Y la confidencialidad... —continuó, sin mirarme—. Si usted revela a cualquier persona, la naturaleza exacta de su acuerdo con los Wilson, los fondos para la cirugía de su madre serán retirados de inmediato y ella será trasladada a un hospital público.
Mis manos temblaron al tomar el bolígrafo. Mi madre no estaba completamente fuera de peligro, y Nora lo sabía. Firmé, sintiendo que acababa de poner el último candado a mi celda.
Apenas se fueron, Nora entró en la habitación, cargada de bolsas de compras de diseñador. Su rostro reflejaba impaciencia.
—Excelente. Ya era hora de sellar ese pequeño detalle legal —dijo Nora, refiriéndose al contrato. Me miró de arriba abajo con desdén—. Ahora, a la parte importante. Lucas regresa hoy a media tarde. Quiero que estés radiante.
Me arrojó la primera bolsa. Saqué el contenido: un vestido de noche ajustado, de un color azul profundo, que resaltaría mis ojos. Era deslumbrante, pero se sentía como un uniforme.
—No me voy a poner eso —dije con firmeza, recordando la pequeña victoria de mi camiseta.
Nora sonrió con una frialdad cortante.
—Claro que sí. La noche pasada te rebelaste con una camiseta de algodón, ¿verdad? Lucas me lo dijo. Él te permitió ese pequeño juego, yo no. Aquí, Ruby, tú te vistes para mí, y te desvistes para mi marido.
Esa frase me dolió más que cualquier insulto. Nora era la constructora de mi miseria.
—No me interesa tu dignidad —continuó Nora, acercándose—. Lo único que me interesa es el futuro de mi esposo. Por lo tanto, te pondrás esto, y tu cabello estará perfecto, y tu maquillaje será impecable.
Me obligó a probarme el vestido. El tejido era frío, pero se ajustaba a mi cuerpo de una forma que nunca había experimentado. Me sentí hermosa, y odié sentirme hermosa para ellos.
—Perfecto —dijo Nora, mirándome con una satisfacción que rozaba lo sádico—. Ahora pareces la mujer que Lucas debe desear.
***
Las horas pasaron en un interrogatorio silencioso bajo la mirada de Nora. El estilista regresó para retocar mi maquillaje, y me sentí, de nuevo, como una muñeca en una vitrina.
Casi a la medianoche, Nora se puso de pie, su rostro reflejaba una mezcla de nerviosismo y triunfo.
—Es hora —dijo con la voz tensa—. Lucas acaba de llegar. Vamos a bajar.
Sentí que mi corazón se detenía. La tregua había terminado, y mi sacrificio iba a consumarse.
Nora me tomó del brazo con una fuerza sorprendente y me condujo fuera de la habitación. Bajamos por la escalera principal, donde la luz de los candelabros caía sobre el mármol reluciente.
Al pie de la escalera, esperando en el inmenso salón, estaba Lucas Wilson.
Vestía un traje negro. Su porte era el de un rey en su castillo. Al vernos bajar, levantó la mirada.
Sus ojos azules me recorrieron de pies a cabeza, desde el vestido azul profundo hasta el cabello sedoso. No había sorpresa, solo una intensa y silenciosa evaluación.
Nora se detuvo, radiante. —Aquí está, Lucas. Lista para ti.
Lucas ignoró a Nora. Sus ojos, fijos en los míos, eran una mezcla delicada de impaciencia y una tensión que no pude descifrar. La tregua se había roto.
—Sube —ordenó Lucas, cortando la tensión como un cuchillo.
—¿Subir? —preguntó Nora, visiblemente molesta porque su momento de exhibición había sido arruinado.
Lucas no le hizo caso. Su mirada seguía fija en mí.
—Ya oíste a Nora. Estás lista. No perdamos más tiempo. Sube a la habitación, Ruby. Te veo allí en cinco minutos.
Y con esa orden, Lucas Wilson estableció su dominio. Nora se quedó atrás, en el salón, pero yo fui arrastrada hacia la única certeza que quedaba: la consumación de la deuda en la intimidad de la habitación







