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Capítulo 6. La mañana después.

Se desplomó sobre mí, con el aliento destrozado, el peso de su cuerpo era la afirmación final. La intimidad fue rápida, dolorosa y pesada, pero no se sentía como un sacrificio.

Yo no podía moverme. Estaba exhausta, y mi cuerpo me dolía.

Lucas fue el primero en levantarse. Fue al baño, y al regresar, se sentó al borde de la cama, dándome la espalda.

—¿Estás bien? —preguntó.

No respondí.

Me giré, enfrentándolo. —No se preocupe, señor Wilson. Su herencia está en camino.

Mi sarcasmo lo golpeó. Él se giró completamente, sus ojos se encontraron con los míos. Había una nueva emoción en ellos: no era frialdad, sino un arrepentimiento profundo, mezclado con una rabia contenida.

—Cállate, Ruby —dijo, con la voz baja y peligrosa—. No vuelvas a hablarme así. Sabes que esto fue una obligación.

—Y usted sabe que fue mi primera vez —respondí, con la voz temblándole por la ira—. Lo que para usted es un trámite, para mí es la ruina de mi vida.

Lucas no respondió de inmediato. Se puso de pie, su porte de nuevo el del hombre de negocios frío volvió.

—Duerme —ordenó —. Yo me voy. Te veré mañana para asegurarme de que el plan de Nora comience a funcionar.

Recogió su ropa, pero antes de irse, se detuvo y dejó caer una tarjeta sobre la almohada.

—Mi número privado. Si Nora te presiona demasiado o si necesitas saber algo de tu madre, llámame directamente. Solo a mí.

Y con ese último gesto de autoridad, Lucas Wilson se fue. El silencio regresó, pero ahora no estaba vacío; estaba lleno de un dilema insoportable: había vendido mi vientre, pero mi cuerpo parecía haber comprado algo más.

***

Desperté sintiendo que mi cuerpo era de plomo. La sábana de seda se sentía fría contra mi piel. La cama, inmensa y solitaria, era el único testigo de lo ocurrido.

El silencio de la mañana en la Mansión Wilson era pesado, cargado con el recuerdo de Lucas, de su extraña mezcla de despego y arrepentimiento.

Me levanté y me dirigí al baño. El rostro que me devolvió el espejo estaba pálido y tenso. No había lágrimas, solo una valentía inexplicable. Ya había pagado el precio. Ahora solo quedaba esperar el resultado.

Mi mirada se dirigió al tocador. Ahí estaba la tarjeta que Lucas había dejado: su número privado.

Un pequeño pedazo de papel, prueba de que, en medio de la fría transacción, había habido un atisbo de conexión. Un contacto directo, una vía de escape de la vigilancia de Nora.

Me vestí con la ropa más simple que tenía, recuperando una pequeña porción de mi identidad. Apenas me atreví a salir de la habitación, Violet me esperaba en el pasillo, su rostro era inmutable.

—El desayuno será servido en privado en la terraza de cristal, señorita Rodríguez —dijo, escoltándome a una habitación luminosa y llena de plantas exóticas.

Me senté sola en una mesa de cristal. La comida era abundante y exquisita, pero apenas pude probar bocado. La soledad era tan profunda como el lujo.

Mientras bebía mi café, la puerta se abrió. Lucas Wilson entró. No llevaba traje, sino unos pantalones deportivos oscuros y una camiseta ajustada, revelando el físico imponente que había visto la noche anterior.

—Buenos días, Ruby —dijo, su voz era neutral.

—Señor Wilson —respondí, mi voz era tensa.

Se sentó en el extremo opuesto de la mesa, manteniendo una distancia prudente.

—No tienes que levantarte. Solo vine a asegurarme de que estás... cómoda.

—Cómoda —repetí, el sarcasmo era involuntario—. ¿Cómo puede estar cómoda una prisionera de lujo?

Su mandíbula se tensó. El arrepentimiento de la noche anterior había sido reemplazado por la tensión del hombre de negocios.

—Basta de drama, Ruby. Ya pasó. Vine a establecer una regla. La noche de anoche fue una obligación contractual. A partir de ahora, nuestra interacción será estrictamente profesional y por el bien del acuerdo.

—¿Y qué espera, señor Wilson? ¿Un saludo de mano?

Lucas suspiró. —Espero que seas adulta. Ambos hicimos lo que teníamos que hacer por la gente que nos importa. Tu madre estará bien, y yo tendré mi heredero. Es un intercambio justo.

Se puso de pie, terminando la conversación.

—Me voy a la oficina. Te aseguro que los médicos de tu madre tienen mis instrucciones directas: informarme de cada avance. Si necesitas algo, usa el número que te di.

Y se fue, dejando tras de sí un vacío que era menos opresivo que su presencia.

***

Minutos después, la puerta se abrió de nuevo. Esta vez era Nora, con su sonrisa perfecta.

—Veo que Lucas tuvo tiempo para una pequeña charla matutina —dijo, tomando asiento frente a mí. Su tono era casual, pero sus ojos eran indiferentes.

—Hablamos de mi madre —dije, manteniendo la calma.

—Por supuesto. Mira, Ruby, quiero ser clara. Lo de anoche... fue incómodo, Lucas es un hombre de negocios, no de pasiones. Pero es lo que hay que hacer.

Nora se sirvió un té.

—A partir de hoy, tu trabajo comienza de verdad. Vas a seguir un régimen de fertilidad estricto. La Dra. Helen vendrá diariamente. Tienes que concentrarte en ser la madre sustituta perfecta. ¿Entendido?

—Entendido —respondí, el término me quemó la boca.

—Bien. Porque si el embarazo no ocurre en el primer ciclo... —Nora se inclinó, su voz era un susurro helado—, el tratamiento de tu madre se volverá mucho más lento.

Era una amenaza directa, un recordatorio brutal de quién tenía el control.

—Y una cosa más, Ruby. Lucas es mi marido. Él te ve como un trámite, y nada más. Si intentas cruzar esa línea o usar su lástima para obtener información, te lo juro, lamentarás el día en que conociste a mi familia.

Nora se puso de pie, su victoria era evidente.

—Ahora, ve a tu habitación. La doctora Helen te espera. El primer día de trabajo ha comenzado.

Subí las escaleras, sintiendo la presión de la guerra que se libraba entre Lucas y Nora, usándome a mí como campo de batalla.

Al entrar en la habitación, encontré a la Dra. Helen esperando con una bandeja llena de frascos y jeringas.

—Buenos días, Ruby. Vamos a empezar con las vitaminas y los suplementos. Queremos que ese óvulo esté en condiciones óptimas.

La doctora era profesional, pero su trabajo me recordaba que yo era ahora un medio biológico. Mientras me inyectaba las primeras vitaminas, sentí cómo mi vida se reducía a un ciclo de tratamientos, esperas y afrentas.

Miré por la ventana y vi el vasto jardín de los Wilson. Era un calabozo de oro. Lucas era una contradicción sombría y Nora era el diablo. Mi único escape era mi madre, y ahora, el hijo que debía nacer para salvarla.

La Dra. Helen terminó y me dio una palmada en el brazo.

—Lista. Ahora, a esperar.

La espera. Era lo único que me quedaba. Esperar el siguiente ciclo. Esperar el siguiente encuentro con Lucas. Esperar la vida de mi madre.

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