Todo lo que Marina quiere es progresar en la vida gracias a sus propios esfuerzos, para así poder darles a sus padres una vida digna. Pero, al comenzar su nuevo trabajo, descubrirá que no todo es tan fácil, sobre todo con un jefe que empezará a fastidiarla por culpa de un malentendido. Sería sencillo lidiar con Víctor Ferraz si él fuera solo irritante, pero el problema es que tiene un encanto irresistible…Marina intenta concentrarse en su objetivo, pero, con cada día que pasa, el juego entre ella y Víctor se vuelve más complejo. ¿Logrará mantener su enfoque y resistir al magnetismo que él ejerce? ¿O su corazón terminará traicionando sus propios planes?
Leer másMientras camina hacia la panadería de sus padres, ubicada al lado de su casa, Marina se ajusta la camisa social blanca. Aunque su apariencia transmite confianza, no puede negar que por dentro está nerviosa. Y no es para menos, al fin y al cabo, este día marca el inicio de su carrera.
A pesar de ser hija de padres humildes, estudió con dedicación para no seguir el mismo camino. Se graduó en Derecho y ahora está a punto de comenzar a trabajar en una de las oficinas más reconocidas del país. Aunque aún no es abogada, el cargo de asistente jurídica es un excelente comienzo para su trayectoria.
— Buenos días, papá —saluda Marina al ver a José, que está al otro lado del mostrador reponiendo el pan.
— Buenos días, Mari. Estás preciosa, querida —responde él, admirando lo bien que está vestida—. Siéntate, tu madre ya va a servirte el desayuno.
— Está bien.
Marina se sienta en una de las mesas cercanas a la puerta. Desde allí, puede observar la calle y a los clientes que entran en la panadería. El lugar está lleno, y una fila comienza a formarse frente al mostrador. Normalmente, ella ayudaría a sus padres a esa hora, pero hoy no puede arriesgarse a ensuciar su ropa.
Daniela, su madre, se acerca con un vaso de jugo y una coxinha de pollo.
— Aquí tienes, Mari —dice ella, dándole un beso cariñoso en la frente—. Come bien y vete pronto, o perderás el autobús.
— Está bien, mamá —responde Marina, dando un mordisco al salgado.
Mientras su madre regresa a atender a los clientes, Marina mira por la ventana y ve un coche lujoso detenerse frente a la panadería. Sus ojos brillan. No es ningún secreto que Marina tiene grandes ambiciones, y poseer un coche como ese es uno de sus sueños.
Del coche baja un hombre alto y bien vestido, con una expresión impaciente. Al entrar en la panadería, recorre rápidamente el lugar con la mirada, hasta que, por un instante, sus ojos oscuros se cruzan con los ojos azules de Marina, que lo observa con curiosidad. Ella nunca ha visto a ese hombre por allí.
Ignorando a Marina, el hombre se acerca al mostrador y, con impaciencia, ordena:
— ¡Oiga, usted! —llama en tono brusco—. Quiero un refresco y un trozo de tarta para llevar, ¡rápido! ¡No tengo todo el día!
Daniela, siempre amable, mantiene la calma. Está acostumbrada a tratar con clientes groseros de vez en cuando, pero ese hombre es diferente; su arrogancia parece casi intocable.
— Un momento, señor, estamos atendiendo a otro cliente —responde ella con una sonrisa educada.
El hombre resopla con impaciencia y golpea con fuerza el mostrador, haciendo un estruendo que llama la atención de todos.
— ¡Dije que tengo prisa! —vocifera, con la voz resonando en el pequeño local—. Deberían aprender a atender más rápido en vez de quedarse charlando.
Marina, que observa la escena en silencio, siente hervir la sangre. Ver a su madre siendo tratada de esa manera hace que la indignación crezca dentro de ella. Esa actitud es intolerable, aún más en un lugar donde siempre reinan el respeto y la cordialidad. Sin dudar, ella se levanta y camina decidida hacia el hombre. Su postura firme llama la atención de todos. Incluso José, que normalmente evita los conflictos, observa a su hija con preocupación.
— Con permiso, señor —interrumpe Marina, con voz firme y controlada. El hombre se vuelve hacia ella, sorprendido por el enfrentamiento—. Parece que usted no ha aprendido lo que es el respeto, ¿verdad?
— ¿Y quién te crees tú para hablarme así? —responde él, con una mirada cargada de desprecio.
— Soy alguien que no va a tolerar groserías ni faltas de respeto con personas trabajadoras y honestas —responde, sin dejarse intimidar—. Si tiene prisa, debería haber organizado mejor su tiempo en lugar de descargar su frustración en quien solo está haciendo su trabajo.
El hombre abre la boca para responder, pero Marina no le da espacio.
— Y, por cierto, usted no es el único cliente aquí. Todos están esperando pacientemente, porque entienden que la educación y la paciencia son valores básicos en una sociedad civilizada. Si quiere ser atendido, le sugiero que espere su turno, como haría cualquier persona decente—. Marina se acerca más, con los ojos fijos en los suyos—. Y si no puede hacer eso, la puerta está justo allí. Estoy segura de que hay algún lugar donde se tolera la grosería, pero este no es ese lugar.
El hombre, enfrentado por Marina, no muestra el menor impacto. Cruza los brazos lentamente y una sonrisa torcida, cargada de ironía cruel, aparece en la comisura de sus labios.
—¡¿Ah, entonces eso es?! — dice, con la voz rebosante de sarcasmo, mirando a Marina de arriba abajo, como si fuera una molestia insignificante—. ¿Saliste de tu sitio para darme una lección de moral? — Se ríe, un sonido bajo y desdeñoso, claramente disfrutando de su propio escarnio.
— Por favor, no se alteren —interrumpe José, intentando evitar lo peor. Él envuelve el trozo de tarta y toma el refresco—. Aquí tiene, señor. Espero que entienda que todos tenemos nuestras responsabilidades, y creo que usted también debe tener compromisos importantes.
José entrega el pedido al hombre, que saca unos billetes del bolsillo y los lanza sobre el mostrador, mirando directamente a Marina con una sonrisa de superioridad.
— Quédese con el cambio —dice, dándose la vuelta y saliendo, ignorando las miradas de los clientes que esperan pacientemente en la fila, y sobre todo, la mirada indignada de Marina.
Sintiendo cómo aumenta su rabia, Marina sigue al hombre hasta afuera, impidiéndole entrar en su coche.
— Escuche bien, maleducado —declaró en voz alta. El hombre, aún sonriendo, se da la vuelta lentamente, arqueando una ceja—. Es mejor que no vuelva a aparecer por aquí o me encargaré personalmente de pinchar las llantas de su coche, ¿me oyó?
La sonrisa desaparece de los labios del hombre, que ahora se acerca lentamente. Su expresión se vuelve escalofriantemente fría.
— ¿De verdad crees que me gustaría frecuentar una pocilga como esta? —replica con desdén—. Pero si quiero volver, volveré. Nadie me dice lo que debo hacer —concluye, con una voz helada que demuestra total desprecio por las palabras de Marina.
Él entra en su coche y se marcha, dejando a Marina parada, observando cómo se aleja.
— ¿Quién se cree ese idiota para hablar así?
Después de hablar con su madre por un tiempo, Marina se da una ducha relajante y se acuesta en la cama. Aunque su estómago se queja de hambre, el cansancio la domina y prefiere no salir de la habitación para evitar encontrarse con Víctor, especialmente después de la extraña conversación que tuvieron más temprano. El reloj marca casi las nueve de la noche, y el sueño comienza a apoderarse de su cuerpo. Sin embargo, cuando está a punto de quedarse dormida, un ruido fuerte y repentino en la puerta la hace saltar de la cama. Asustada, Marina corre a abrir la puerta y se encuentra con Víctor.Él tiene el cabello mojado y la barba recién afeitada. Lleva una toalla alrededor del cuello, evidenciando que acaba de salir del baño. Su apariencia relajada y segura la deja fascinada.«Tan sexy», piensa, aunque rápidamente trata de alejar ese pensamiento.Él nota que los ojos de Marina están enrojecidos, y entonces decide preguntar:— ¿Estabas llorando?Ella sonríe, recordando la intensa conversaci
La determinación de Marina deja a Daniela un poco asustada. Siempre supo que su hija, desde pequeña, decía que quería ser alguien importante en la vida, y que salir de aquel barrio era uno de sus mayores sueños. Sin embargo, ahora que ve la firmeza en sus palabras, la duda la corroe: ¿a qué precio logrará alcanzar ese sueño?— Sé que estás haciendo esto pensando en nosotros, pero recuerda algo, querida — dice Daniela con un tono suave, pero preocupado. — Ni tu padre ni yo podríamos perdonarnos si supiéramos que estás sacrificando tu felicidad por tu carrera.— No es solo una carrera, mamá. Es un sueño — rebate con voz firme, pero cargada de emoción. — Quiero vivir en una casa cómoda, en un barrio seguro. Quiero verlos a ustedes, mis padres, viviendo días tranquilos, sin preocupaciones, disfrutando del presente. Crecí viendo cómo trabajaban sin descanso, renunciando a momentos de ocio conmigo, solo para que no nos faltara nada en casa. No soporto la idea de que terminen la vida así.Au
Para evitar cualquier riesgo, como el que ocurrió durante el desayuno, Víctor y Marina deciden parar en un restaurante y pedir comida para llevar.Como tendrían que esperar un poco, ambos se acomodan en el coche, estacionado frente al establecimiento, y aguardan.— Si compramos algunas cosas, puedo cocinar para la cena los próximos días — comenta Marina, casualmente.— No sé qué es más peligroso: comer la comida adulterada o lo que tú podrías preparar en la cocina para mí — ironiza Víctor, con una leve sonrisa provocadora en los labios.Ella pone los ojos en blanco, tratando de ignorar el sarcasmo, y se acomoda en el asiento. El cansancio comienza a pesarle en el cuerpo, resultado de un largo día sin descanso.— Ahí es donde te equivocas, sé cocinar muy bien — responde con un toque de orgullo en la voz.— Qué curioso… Pensé que una mujer como tú no perdía tiempo en la cocina — suelta, Víctor, manteniendo su tono provocador.No era la primera vez que escuchaba la expresión «una mujer c
Al volver a la mesa, Marina nota que Víctor ya no está acompañado de su «amiga». Con un suspiro discreto de alivio, se sienta y decide terminar el café, ya frío.— ¿Por qué te fuiste? — pregunta Víctor, alzando una ceja al verla acomodarse de nuevo.— Aproveché que estabas ocupado para llamar a mis padres — responde, intentando sonar casual.Víctor sonríe, esa sonrisa que la hace sentirse constantemente desafiada.— ¿Estás segura de que fue solo eso? ¿O te fuiste porque sentiste celos de Rebecca?Marina entrecierra los ojos, sorprendida por la acusación.— ¿Celos? — suelta una breve risa incrédula. — Ahora sí te estás sobrestimando, señor Ferraz. ¿Por qué sentiría celos? — replica, como si aquel comentario fuera lo más absurdo que ha escuchado.Víctor sonríe de lado, satisfecho con su reacción, y vuelve a comer en silencio. Marina se concentra en el café, sin ganas de prolongar ninguna interacción innecesaria.Tras unos minutos de silencio incómodo, Víctor revisa su reloj y decide ade
Aunque no quiere alarmarse con la situación, Víctor percibe la mirada asustada de Marina y entiende que necesita actuar.— No te intimides con esto, ¿de acuerdo? Sabes que los abogados pasan por este tipo de cosas todo el tiempo — declara, con la intención de tranquilizarla.— Lo sé — responde ella, tratando de recomponerse. — Solo que no esperaba que sucediera tan pronto.— Mejor no pensar demasiado en ello. Ponte algo de ropa y desayunaremos fuera. Ya no confío en lo que nos entregaron — comenta, alisando la nota amenazadora y tomando una foto de ella junto con el paquete alterado que recibieron.Marina camina hacia su habitación, eligiendo una ropa ligera pero formal, ya que el día promete ser caluroso en el río. Al regresar a la sala, encuentra a Víctor ya listo, vestido impecablemente.— Vamos — dice él, abriendo la puerta del apartamento y dejándola pasar primero.Bajan hasta el estacionamiento, donde Víctor destraba un coche. En silencio, ambos se suben y recorren las calles de
Los rayos de sol que atraviesan la ventana hacen que Marina abra los ojos lentamente. Por un instante, se siente desorientada, extrañando el entorno, pero su mente pronto le recuerda los acontecimientos que la llevaron hasta allí. Al tomar el celular, se da cuenta de que aún son las siete de la mañana. Aunque su cuerpo desea seguir descansando, su estómago, hambriento, la traiciona con un rugido, advirtiendo que no puede esperar mucho más.Se levanta de la cama y va al baño para hacer su higiene matutina. Deduce que Víctor aún duerme, por lo que decide explorar el apartamento en busca de la cocina. Sin embargo, al pasar por la sala, se sorprende al verlo ya despierto, sentado en el balcón, leyendo algunos papeles.Él levanta la vista al percibir su presencia. Los ojos de Víctor recorren el cuerpo de Marina, que lleva un pijama corto, dejando ver sus piernas torneadas. Al subir la mirada, casi de inmediato, aparece en sus labios la sonrisa sarcástica que lo caracteriza.— Buenos días,
Último capítulo