5: Flores y disculpas

Cuando llega a casa, Marina se lanza sobre la cama y comienza a repasar mentalmente todo lo que ocurrió en su primer día de trabajo. Aunque sentía que podía adaptarse muy bien a ese entorno, la inquietaba la posibilidad de cruzarse nuevamente con Víctor. Sabía que, aunque no trabajara directamente con él, sus interacciones serían inevitables. Se acordó de que Katrina le dijo algunas cosas más sobre Víctor antes de terminar la jornada.

«Él tiene una forma de manipularte sin que te des cuenta. Te pone a prueba, se hace el superior y, cuando encuentra una grieta, te envuelve. Si no tienes cuidado, acabarás jugando su juego… y créeme, nadie gana ese juego. Él es demasiado experimentado.»

Un suave golpeteo en la puerta la saca de sus pensamientos. Rápidamente, Marina se levanta y va a la puerta, donde se encuentra con su madre.

— Buenas noches, mi amor. ¿Cómo fue tu primer día de trabajo? — pregunta Daniela, con una sonrisa cansada pero cariñosa.

— Fue bueno. Posiblemente, pronto me acostumbre al ambiente.

— Qué bien. De corazón espero que te vaya muy bien allá y que no tengas que trabajar hasta tan tarde como nosotros — dice Daniela, con un dejo de preocupación.

Daniela y su esposo se levantan a las cuatro de la mañana y solo cierran la panadería alrededor de las nueve de la noche. La primera meta de Marina es estabilizarse para poder sacar a sus padres de esa rutina agotadora.

— Prometo que voy a sacarlos de esta vida, mamá — afirma Marina, abrazándola con ternura.

— No pienses tanto en nosotros, hija. Ya estamos acostumbrados. Si esta vida dura no se repite contigo, ya estaremos felices — responde Daniela con una sonrisa serena.

— Mejor váyase a descansar. Yo me encargo de la casa hoy — sugiere Marina.

— Está bien, mi amor. Gracias.

Al ver a su madre alejarse por el pasillo, Marina se recoge el cabello en un moño y baja las escaleras para empezar a ordenar la casa, aliviando un poco la carga de trabajo de su madre. Empieza por la cocina y, cuando termina, recoge la basura y la lleva afuera. Al regresar, ve a Sávio pedaleando su bicicleta.

— Buenas noches, Marina. ¿Cómo fue tu día? — pregunta él, deteniéndose a su lado con una sonrisa amable.

— Fue bueno. Estoy decidida a hacerlo bien en ese lugar.

— Solo no te esfuerces demasiado, ¿sí? Es inútil matarse por un trabajo que puede reemplazarte en cualquier momento — aconseja Sávio, con tono preocupado.

— Claro que me voy a esforzar, Sávio. Tengo metas en la vida y no puedo darme el lujo de quedarme cómoda.

— A veces pareces demasiado ambiciosa, Marina — comenta, sorprendido por la determinación que ve en sus ojos.

— No es pecado querer dar lo mejor para cambiar de vida — declara Marina, acercándose a él. — Y creo que tú también deberías pensar lo mismo, o vas a quedarte en esta monotonía para siempre.

— Me gusta mi vida — responde Sávio con una sonrisa. — Tengo salud, una familia unida y un trabajo que me hace feliz.

Marina suspira, frustrada, al notar que él no entiende lo que ella quiere decir.

— Si eso te basta, está bien — dice ella, levantando las manos en señal de rendición. — Pero un día vas a lamentar no haber conquistado más.

— Lo que es para mí, Marina, me va a encontrar en el momento justo — responde él, con una calma que la irrita aún más.

Marina niega con la cabeza, incrédula.

— Está bien, Sávio. Tú sabes lo que es mejor para ti — dice ella, alejándose. — Ahora voy a entrar. Tengo que levantarme temprano para ir tras el futuro que quiero.

— Buenas noches, Marina — responde él, mientras pedalea de regreso a casa.

Apenas el chico se aleja, una lágrima solitaria cae de los ojos de Marina. Ella sabe lo que siente por Sávio, pero jamás lo admitiría, especialmente al verlo tan satisfecho con la vida simple que lleva.

— No puedo detener mi vida por ti — murmura, entrando de nuevo a la casa.

[…]

A la mañana siguiente, Marina está sentada nuevamente en la panadería, en el mismo lugar de siempre. Desde su posición, observa el movimiento de la calle y de los clientes que entran y salen. Mientras come un trozo de tarta, casi se atraganta al ver estacionar el mismo coche del día anterior frente a la panadería.

— Esto es lo que me faltaba — murmura, tomando un sorbo de jugo para evitar el atragantamiento.

Al ver abrirse la puerta del coche, apenas puede creerlo. Víctor Ferraz baja del coche, sosteniendo un ramo de flores.

«¿Qué significa esto?», piensa, incrédula, mientras sus ojos se agrandan de sorpresa. Víctor entra a la panadería y hace un rápido reconocimiento del lugar. Al ver a Marina, una sonrisa irónica se dibuja en sus labios.

Ella revuelve los ojos, tratando de ignorarlo, y él hace lo mismo, dirigiéndose al mostrador. En ese momento, solo había un cliente en la panadería. José estaba en la cocina, poniendo pan en el horno, mientras Daniela, detrás del mostrador, se sorprende al ver a Víctor de nuevo.

— Buenos días, señora — la saluda con una sonrisa calculada.

— Buenos días, señor — responde Daniela, cordial.

— Estas flores son para usted — dice él, extendiendo el ramo.

— ¿Para mí? — pregunta Daniela, sorprendida.

— Sí, es una disculpa por mi comportamiento de ayer — explica Víctor. — Estaba teniendo un mal día y acabé desquitándome con usted y su esposo. Por favor, discúlpeme.

— Si es por eso, acepto sus disculpas — responde Daniela, sonriendo al tomar las flores. — Son hermosas. ¡Muchas gracias!

Marina, observando la escena, no puede creerlo. Su madre está cayendo en el encanto sucio de Víctor, y eso la irrita profundamente.

— ¿Y desea algo hoy, señor? — pregunta Daniela, aún con las flores en las manos.

— Sí, hoy no tengo prisa y voy a comer aquí — anuncia, con una mirada directa hacia Marina. — Quiero lo mismo que está comiendo la rubiecita de allá.

— Muy bien, ya lo traigo — responde Daniela, yendo a colocar las flores en un florero.

Marina se da cuenta de que Víctor se dirige hacia ella. Intentando disimular, finge no notarlo. Sin embargo, él ignora su actitud defensiva y tira de una silla, sentándose en la misma mesa.

— Buenos días, rubiecita — provoca, con tono burlón.

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