Marina entra en la empresa y se dirige directamente al ascensor para subir al piso donde trabaja. Justo cuando la puerta está a punto de cerrarse, una mano la detiene. Sus ojos se encuentran rápidamente con los de Víctor Ferraz, quien parece estar de excelente humor.
— Buenos días, una vez más — la saluda con voz baja y suave.
— Buenos días, señor — responde ella, desviando la mirada.
Estar junto a él ya es suficiente para ponerla tensa, y aún más en un espacio tan pequeño y cerrado como el ascensor. De espaldas a él, Marina intenta calmar su mente, esperando que el momento no se prolongue ni se vuelva aún más incómodo.
De repente, siente un roce ligero en su cabello. Instintivamente, se gira y ve a Víctor sosteniendo una pequeña hoja entre los dedos.
— ¿Qué es eso? — pregunta, molesta por haber sido tocada sin previo aviso.
— La saqué de tu cabello — responde él, con una sonrisa divertida. — Debe haberse quedado ahí mientras paseabas en bicicleta con tu novio — provoca.
— No es mi novio — responde rápidamente, incómoda con la insinuación.
Víctor arquea una ceja, visiblemente satisfecho con la rapidez de su respuesta. Antes de que pueda seguir, el ascensor llega a su destino. Marina sale apresurada, sin mirar atrás, intentando no demostrar cuánto la afectó ese intercambio. El aire aún parece cargado de tensión, pero ella no quiere darle a Víctor el placer de notarlo.
Caminando hacia su escritorio, Marina se encuentra con Katrina, quien lleva un vestido azul celeste impecable que resalta sus curvas. Joven y elegante, Katrina aparenta no tener más de 25 años, con cabello negro ondulado y labios carnosos. Su piel bronceada tiene un tono dorado, como si hubiera sido acariciada por el sol de forma perfecta.
— ¡Buenos días, Marina! — saluda Katrina con una energía casi exagerada.
— Buenos días, Katrina — responde Marina, con una sonrisa educada.
— El señor Ferraz dejó algunos documentos en tu escritorio. Revísalos todos y luego entrégamelos para que él los firme — indica Katrina.
— Claro — asiente Marina, sentándose en su mesa y sumergiéndose en los papeles.
Concentrada, revisa cada detalle de los documentos y, al terminar, se da cuenta de que, además de la firma de Rodrigo, también necesita la de Víctor.
— No quiero tener que verlo otra vez hoy — murmura en voz baja, recordando la sonrisa provocadora de Víctor al verla con Sávio esa mañana.
— ¿Qué dijiste? — pregunta Katrina, notando que Marina parece pensativa.
— ¡Ah, nada! — responde rápidamente, deseando que su compañera no haya escuchado lo suficiente para preguntar más.
Unas horas después, Marina termina de revisar todo y entrega los documentos a Katrina, quien los lleva a Rodrigo para que los firme. Minutos después, Katrina sale del despacho con una expresión visiblemente molesta. Lanza una mirada helada a Marina y, casi sin delicadeza, arroja los papeles sobre su escritorio.
— Lleva esto para que Víctor lo firme — dice con un tono cortante.
Sin otra opción, Marina suspira y se levanta. Al darse cuenta de que no escapará de Víctor ese día, se dirige al ascensor.
Katrina la observa con desprecio y susurra:
— Ya empiezo a no sentirme bien contigo.
Marina, sin embargo, no oye el comentario ni percibe la desaprobación en la mirada de su compañera.
Al llegar al piso de Víctor, saluda a su secretaria y le informa que necesita verlo.
— Puedes pasar, él te está esperando — informa la secretaria.
Al cruzar la puerta de la oficina de Víctor, Marina siente un cambio en el aire. Víctor está sentado tras su escritorio, pero su mirada la sigue de una manera que no puede ignorar. Fingiendo no notarlo, se acerca con el montón de documentos.
— Traje los papeles para que los firme — dice, colocando los documentos sobre la mesa con un tono profesional, aunque sabía que algo había cambiado.
Víctor no responde de inmediato. En lugar de eso, cruza los brazos y la observa con una sonrisa ladeada, como si se divirtiera con la situación.
— Parece que últimamente tienes mucha prisa por verme, Marina — comenta con leve sarcasmo, tomando los documentos con una lentitud provocadora.
Marina entrecierra los ojos, comprendiendo perfectamente el juego.
— Solo estoy haciendo mi trabajo, señor Ferraz. No sabía que la eficiencia era algo digno de observación… o de molestar a alguien — responde, cruzando los brazos, con expresión impasible.
Víctor suelta una risa baja, mirando los papeles por un segundo antes de volver a clavar su mirada penetrante en ella.
— Eficiencia, claro — replica él, con un brillo provocador en los ojos.
Marina fuerza una sonrisa que no llegó a sus ojos, pero decide jugar el mismo juego.
— Cuando me asignan algo, lo hago. Creo que eso se llama profesionalismo — dice sin inmutarse por el tono de él.
Víctor arquea una ceja, apreciando la osadía. Firma el primer documento sin apartar la mirada de ella.
— Parece que tu eficiencia va más allá. Hasta haces el trabajo de Katrina, ¿no? — comenta con insinuación.
— Fue ella quien me pidió que viniera. ¿Cree que vendría por iniciativa propia? — replica Marina, manteniendo el control.
— Ah, claro, fue ella quien lo pidió — responde con desdén, firmando otro papel, como si no creyera su explicación.
El tono de Víctor la irrita, pero Marina mantiene la compostura. Se acerca un poco más al escritorio, inclinándose levemente, con los ojos fijos en los de él.
— Si no quiere que venga más aquí, puede pedírselo a Katrina o al propio Rodrigo. Créame, estaré inmensamente agradecida — su voz es baja, pero cargada de ironía.
Por un breve momento, la sonrisa de Víctor desaparece, pero luego vuelve, más intensa. Firma el último documento sin apartar la mirada de ella.
— Marina, tu problema es que dejas tus emociones muy a la vista. Cuanto más demuestras que quieres alejarte de mí, más cerca terminas estando. Así pasa con todas — dice.
Al extenderle el último papel, sus dedos rozan los de ella. Marina no se aparta, pero el contacto genera una tensión en el aire que ambos fingen no notar.
— Interesante… Entonces, la próxima vez fingiré estar feliz de verte. Tal vez así, logre el efecto contrario — responde, manteniendo el tono desafiante.
Víctor la observa alejarse y, por primera vez, parece quedarse sin respuesta durante un segundo. Cierra el último documento con un gesto tranquilo, pero sus ojos siguen afilados.
— Cuidado, Marina. Estás muy confiada porque trabajas para mi hermano, pero las cosas pueden cambiar de la noche a la mañana — advierte con un tono sombrío.
Marina recoge los papeles firmados, manteniendo la mirada firme hasta el último segundo.
— No tengo miedo a los cambios. Estoy preparada para cualquier eventualidad — responde con una sonrisa enigmática antes de salir de la oficina.
Víctor observa cómo se cierra la puerta y, con tono provocador, declara:
— Veremos cuánto tiempo más podrás mantener esa postura de quien cree tener el control.