Ya es de noche cuando el avión de Víctor finalmente aterriza. Él había enviado un mensaje a su esposa, explicando que iba a retrasarse un poco y prometió contar los motivos en cuanto llegara a casa. La respuesta de ella, como siempre, fue simple y acogedora: «Está bien, voy a preparar la cena para cuando llegues».
La actitud comprensiva de ella lo conmovió profundamente. Era única, diferente de cualquier otra persona que él hubiera conocido. Su paciencia, empatía y capacidad de crear un hogar cálido lo hacían amarla aún más. En un mundo lleno de incertidumbres, Marina era la certeza que siempre quiso. Sabía que había elegido a la mujer correcta para construir una familia y, incluso después de todos esos años, se sentía inmensamente agradecido por tenerla a su lado.
Cuando el coche se estaciona en el garaje, él baja de él. Antes de entrar en casa, percibe a Amelie en el jardín trasero, sentada al borde de la piscina, jugando con los dedos en el agua.
Él se acerca despacio, se quita los