Volviendo al interior de la panadería, Marina confronta a su padre.
— ¿Cómo pudiste dejar que ese idiota saliera de aquí con una mirada de victoria? —pregunta, claramente frustrada.
— Para evitar problemas —responde José, mientras atiende a otro cliente—. Todos tienen días malos, hija. Tal vez este fue el suyo.
— Ese hombre no estaba teniendo un mal día, él es malo, eso sí —replica con firmeza.
Daniela, que está atendiendo a otro cliente, observa la indignación de su hija y decide intervenir.
— No arruines tu día por un hombre que nunca has visto antes, hija. Termina tu desayuno o perderás el autobús.
— Está bien, mamá —responde, bufando de frustración.
Tras terminar su desayuno, Marina se despide de sus padres y sale de la panadería, caminando hacia la parada del autobús. Mientras camina, no puede dejar de pensar en el idiota que apareció más temprano. Nunca ha soportado a las personas que se creen superiores a los demás, y ese hombre claramente era un ejemplo perfecto de eso.
— ¡Mari! —una voz masculina interrumpe sus pensamientos. Ella se da vuelta y ve a Sávio, su amigo de la infancia.
Va montado en su bicicleta y lleva el uniforme del supermercado donde trabaja como reponedor.
— Hola, Sávio —lo saluda—. ¿Vas camino al trabajo?
— Sí, así es —responde él, observando cómo está vestida Marina—. ¿Y tú? ¿A dónde vas tan arreglada?
— A trabajar —responde, sonriendo—. Hoy es mi primer día, por eso me esmeré un poco — confiesa, sintiendo que sus mejillas se sonrojan al notar la mirada enamorada de Sávio.
— ¿Quieres que te lleve? —ofrece Sávio con una sonrisa—. Puedo llevarte hasta la parada.
A pesar de haber crecido en un barrio humilde, Marina siempre sintió que no pertenecía del todo a ese lugar. Su objetivo era trabajar duro para sacar a sus padres de la vida sencilla que llevaban. Aceptar una carona en la bicicleta de Sávio la avergonzaba un poco, pero le gustaba demasiado como para rechazarlo.
— Está bien, acepto. Así no corro el riesgo de perder el autobús.
Al ver la satisfacción de Sávio con su respuesta, Marina se sienta en la parte trasera de la bicicleta. Mientras él pedalea, ella siente el perfume fresco que emana de él. Sávio era guapo, simpático y siempre la trataba bien, pero su único «defecto» era estar conforme con la vida simple que llevaba. Por más que sintiera algo por él, Marina sabía que no podía involucrarse con alguien sin grandes ambiciones.
Al llegar a la parada, le agradece y se despide.
— Buen trabajo, Marina —dice Sávio antes de alejarse pedaleando.
Marina suspira. «Si tan solo tuviera una moto…», piensa mientras lo observa alejarse.
Llega el autobús y ella sube, enfocándose nuevamente en su tan esperado primer día en el despacho de abogados Ferraz. Recuerda la entrevista desafiante, especialmente frente a los socios de la empresa, pero su determinación la ayudó a responder todas las preguntas con confianza. Cuando recibió la llamada informando que había sido seleccionada, supo que haría todo lo posible por destacarse y crecer en la empresa, hasta ejercer la profesión para la que tanto se había preparado.
Al llegar al enorme edificio de fachada de vidrio, busca el departamento de Recursos Humanos.
— Tome el ascensor y suba al octavo piso —le indica la recepcionista.
— De acuerdo, muchas gracias —responde ella, sonriendo.
Caminando hacia el ascensor, pulsa el botón para el octavo piso y observa cómo se cierran las puertas. Mientras espera, acomoda algunos mechones de cabello sueltos.
— Eres capaz, Marina —se dice a sí misma, mirando su reflejo en el espejo.
Al llegar al piso indicado, localiza la oficina de Recursos Humanos y entrega todos los documentos necesarios para su contratación. Una señora de mediana edad, muy amable, llamada Lucía, la recibe con una sonrisa.
— Todo está en orden, Marina. Bienvenida a la empresa —dice, estrechándole la mano—. Estoy segura de que te va a gustar trabajar con nosotros.
Marina sonríe ante el comentario.
— Serás asistente del señor Rodrigo Ferraz. Es una persona maravillosa. Muy educado y respetuoso.
— Qué alivio escuchar eso —responde, relajándose un poco.
— Aquí nos tratamos como una familia —añade Lucía, acompañándola hasta el ascensor. Cuando Marina entra, Lucía le lanza una sonrisa algo forzada—. Y como en toda familia, siempre hay una oveja negra.
Marina frunce el ceño, sin entender del todo lo que quiso decir la mujer. Cuando se cierran las puertas del ascensor, quedó reflexionando sobre ese extraño comentario.
— ¿Una oveja negra? —murmura, intrigada.
Al llegar al piso donde trabajará, camina hasta el escritorio de la secretaria de Rodrigo Ferraz. La mujer está concentrada en el ordenador y no nota su llegada.
— Buenos días, soy Marina Ferreira, la nueva asistente jurídica —se presenta.
La secretaria la observa de pies a cabeza con una mirada evaluadora.
— Buenos días —responde con voz melosa—. Soy Katrina, secretaria del señor Ferraz. Le avisaré que has llegado.
Katrina toma el teléfono y llama a su jefe.
— La nueva asistente ya está aquí.
Tras colgar, se levanta aún sonriendo y va hasta la puerta de la oficina de Rodrigo.
— Puedes entrar, el señor Ferraz te está esperando.
— Gracias.
Marina entra en la imponente sala y ve a Rodrigo sentado tras su escritorio, vestido con un traje de lino impecable. Él se pone de pie al verla acercarse.
— Buenos días, señorita Ferreira. Bienvenida —la saluda, extendiéndole la mano.
— Muchas gracias, señor Ferraz. Espero estar a la altura de sus expectativas.
Rodrigo hace un gesto para que se siente.
— Tu currículum es excelente. Aunque aún no tengas experiencia, tus calificaciones en la facultad y tu determinación me llamaron la atención. Es exactamente lo que necesitamos aquí.
— Prometo que haré todo lo posible por cumplir con las expectativas de la empresa —responde ella con seguridad.
— Eso es lo que me gusta escuchar. Trabajarás junto a Katrina y revisarás todos los procesos para mí.
— Claro, señor.
De repente, la puerta se abre bruscamente, interrumpiendo la conversación.
— ¡Necesito que firme esto ahora! —una voz estridente llena la sala.
Marina siente un escalofrío al reconocer esa voz. Lentamente, se gira para ver al hombre impaciente, y su corazón parece saltar hasta la garganta. Está frente al mismo hombre con quien se enfrentó esa mañana en la panadería.