Al ver a Víctor frente a ella con la mirada furiosa, Marina intenta explicarse.
— Dije que usted es el que manda — declara, esperando que él lo crea.
— Más te vale entenderlo — responde, saliendo de allí y dirigiéndose a su oficina.
Víctor Ferraz se acomoda en su imponente silla de cuero, detrás del escritorio meticulosamente organizado de su oficina. Sin embargo, su mirada está distante, fija en la enorme ventana de vidrio que ofrece una vista panorámica de la ciudad. El entorno a su alrededor es lujoso y silencioso, pero su mente no encuentra paz. Se reclina levemente, cruzando los brazos sobre el pecho, mientras su mandíbula tensa y su expresión cerrada revelan señales sutiles de la irritación causada por los acontecimientos recientes.
Marina. No puede sacarse a la chica de cabello rubio de la cabeza. En toda su rutina perfectamente controlada, nadie jamás se había atrevido a hablarle de ese modo, y mucho menos en su primer día de trabajo.
Víctor es un hombre acostumbrado al control absoluto, a la obediencia silenciosa de los demás. Pero Marina no se doblegó. En cambio, lo enfrentó con una calma y valentía que lo desconcertaron.
Mientras reflexiona, su mano sube inconscientemente hasta la mandíbula y sus dedos comienzan a acariciar su barba incipiente. Su mirada se endurece al recordar su propia reacción, y la incomodidad crece al darse cuenta de que, en algún momento, ella lo sorprendió, y él dejó que eso se notara.
El teléfono sobre su escritorio suena, interrumpiendo sus pensamientos. Una sonrisa sarcástica brota en sus labios; ya sabe lo que le espera. Atiende la llamada y escucha la voz de su secretaria.
— Señor Ferraz, la señorita Ferreira, está aquí con el documento que usted solicitó.
— Dile que espere un poco. Estoy ocupado ahora — responde con desdén. — Y deja claro que debe entregarlo directamente en mis manos — añade, colgando el teléfono.
Víctor se gira nuevamente hacia la gran pared de vidrio y se pierde en sus pensamientos. Aunque tenía prisa por recibir el documento, el placer de dejar a Marina esperando fuera de su oficina le proporciona una satisfacción perversa, un alivio momentáneo al estrés acumulado.
Veinte minutos después, marca el interno y autoriza la entrada de Marina. Cuando la puerta se abre, Víctor la observa con atención. Aunque intenta disimularlo, su nerviosismo es evidente, intensificado por la espera.
— Señor Ferraz, aquí tiene el documento corregido y firmado por el señor Rodrigo — dice Marina, colocando el papel sobre el escritorio con firmeza.
— Muy bien, así me gusta — responde él, sin apartar la vista de ella.
— Si no hay nada más, me retiraré — dice ella, dándose la vuelta, pero Víctor la interrumpe, llamándola por el apodo.
— Oye, rubiecita — dice con una sonrisa provocadora al notar su expresión de desaprobación.
— Mi nombre es Marina. Marina Ferreira — corrige, con voz firme.
— Marina — repite él, saboreando el nombre. — ¿Cuál es tu formación?
— Soy licenciada en Derecho por la Universidad Federal, con especialización en Derecho Empresarial — responde con seguridad.
— ¿Y tienes experiencia? — indaga con desdén.
— Durante la carrera participé en programas de prácticas en grandes despachos, trabajando en la revisión de contratos y procesos jurídicos complejos. También tengo experiencia práctica en negociaciones y estoy altamente enfocada en resultados. Estoy decidida a crecer y a contribuir al éxito de la empresa.
— Todos dicen lo mismo cuando llegan aquí. ¿Qué te hace diferente? — pregunta él, poniéndola a prueba como si aún estuviera en una entrevista.
Marina, decidida a hacer que se trague su arrogancia, responde con firmeza:
— Porque mientras los demás hablan, yo hago.
Víctor levanta una ceja, sorprendido. Aunque no le agradaba, no podía negar que Marina tenía carácter.
— Espero que así sea, porque si no cumples lo que prometes, te vas a la calle.
— No se preocupe, señor. Conozco bien mis responsabilidades — lo mira sin titubear.
Inquieto, Víctor se revuelve en su silla, incapaz de desestabilizarla.
— Está bien. Puedes irte, tengo cosas más importantes que hacer — finaliza la conversación.
— Con permiso, señor Ferraz. Que tenga un buen día — dice ella, saliendo de la sala.
Víctor la observa hasta que la puerta se cierra. Revisa el documento sobre el escritorio como si el pequeño error corregido simbolizara algo mayor: una grieta en su fachada de invulnerabilidad. Sus ojos recorren el texto, pero su mente vuelve una y otra vez a la misma cuestión: ¿por qué Marina lo afectó tanto? No sabe si está más molesto por su atrevimiento o por haberse dejado afectar.
Cuando sale de la sala, Marina siente las manos temblar y la sangre hervir. Sabe que Víctor no descansará hasta sentirse victorioso en esa guerra invisible entre los dos.
De regreso a su escritorio, se encuentra con la mirada curiosa de Katrina, que claramente espera una explicación por la demora.
— ¿Pasó algo? — pregunta Katrina al ver a Marina sentarse en silencio.
— No, el señor Ferraz estaba ocupado y me pidió que esperara — responde Marina, organizando las carpetas sobre la mesa.
— Ah… — murmura Katrina, aún curiosa. — ¿Solo eso?
— Sí, solo eso — responde Marina, mirándola fijamente. — ¿Qué crees que podría haber pasado?
Katrina se acerca discretamente, bajando la voz a un tono confidencial.
— Marina, te voy a dar un consejo que nadie más te va a dar por aquí — comienza, mirando a su alrededor. — Víctor… no es ninguna joyita. Si no mantienes los ojos bien abiertos, puedes caer en su juego. Y si eso pasa, te aseguro que no podrás con él.
Sorprendida por la advertencia, Marina preguntó:
— ¿Qué quieres decir con eso? — pregunta preocupada, pero solo recibe una sonrisa irónica de Katrina.