Mundo ficciónIniciar sesiónIsabella nunca imaginó que la vida pudiera arrebatarle tanto en un solo instante. Casada con Alejandro, un hombre trabajador de la construcción, creía tener todo lo que necesitaba: amor sincero, sacrificio y la promesa de un futuro juntos. Pero un trágico derrumbe en la obra donde él trabajaba la dejó desolada, con el corazón roto y la certeza de haber perdido al hombre de su vida. Cuando todo parecía perdido, apareció Gabriel, el enigmático y poderoso CEO de la constructora. Con una mezcla de fuerza y ternura, conquistó el alma de Isabella, devolviéndole la ilusión y regalándole dos años de felicidad plena como su esposa. Juntos se mudaron de ciudad, huyendo de los fantasmas del pasado. Pero el destino nunca se olvida de lo que una vez fue. En un inesperado regreso a su ciudad natal, Isabella se enfrenta a la escena más imposible de todas: Alejandro está vivo. Ahora, atrapada entre dos amores, entre el esposo que creía perdido y el hombre que la rescató de la soledad, Isabella tendrá que enfrentarse al dilema más doloroso de su vida. Porque no quiere perder a ninguno… y porque los ama a los dos.
Leer másEl celular vibra en la palma de su mano. Isabella lo mira con el corazón acelerado, como si cada notificación fuera una chispa capaz de encender un incendio imposible de apagar.
La pantalla ilumina su rostro dentro del auto.[Amor, ¿dónde estás?]
El mensaje de Gabriel aparece con su tono firme, posesivo y a la vez lleno de ternura. Isabella lo lee varias veces. Sus labios se curvan en una sonrisa nerviosa.
Se inclina hacia adelante y le pregunta al chofer del Uber:
—¿Falta mucho para llegar?
El hombre la observa por el retrovisor, indiferente, acostumbrado a los pasajeros ansiosos.
—Unos veinte minutos, señora. Ya casi estamos cerca de la ubicación que marco.
Isabella suspira, apretando el celular entre los dedos. Teclea rápido:
[Llegaré en unos veinte minutos aproximadamente]
No pasa ni un instante cuando la respuesta de Gabriel vibra en la pantalla.
[Está bien, estaré atento a tu llegada. Avísame así salgo a esperarte afuera]
Con un movimiento automático, Isabella responde:
[Listo]
Se reclina en el asiento, mirando por la ventana el desfile de edificios, tiendas y transeúntes que no saben nada de la tormenta que la habita.
Su respiración se agita al pensar en lo que está haciendo.
"Mi esposo Alejandro no tiene ni idea de dónde vengo", se repite en silencio, como si la frase la condenara y la liberara al mismo tiempo.
A él le había dicho otra cosa, una mentira piadosa que se clava como aguijón en su conciencia: “Voy a desayunar con mamá”.
Pero en verdad, unas horas antes, había compartido un desayuno con Alejandro.
El hombre que también era su esposo.El hombre al que nunca dejó de amar.Unas horas antes…
La notificación había llegado temprano, aún con la ciudad desperezándose.
[Te estoy esperando para desayunar]
El remitente: Alejandro.
Su Alejandro.El mensaje iba acompañado de una ubicación: un restaurante discreto, apartado, como todos los lugares donde sus encuentros debían permanecer en secreto.
Isabella se apresuró a responder:
[Ya llego]
La sensación que recorrió su cuerpo en ese instante no fue de culpa, sino de vértigo. Un cosquilleo que combinaba nostalgia, amor prohibido y el recuerdo de la vida sencilla que alguna vez compartieron.
Cuando llegó al restaurante, lo localizó enseguida. Alejandro estaba en una mesa apartada, al fondo. Apenas la vio, se levantó. La sonrisa en su rostro iluminó el lugar entero.
—Te extrañé —dijo, con esa voz grave que siempre le erizaba la piel.
Isabella bajó la mirada, como si al hacerlo pudiera ocultar lo que en verdad sentía.
—Yo igual… —respondió, antes de fundirse en un beso tierno, ansiado, necesario.
Se sentaron. Alejandro le hizo un gesto al mozo.
—Pide lo que quieras.
Un rato después, el camarero trajo un café con tostadas para Alejandro y un desayuno con frutas y yogur para Isabella. Parecían una pareja cualquiera en una mañana cualquiera. Pero no lo eran.
Él la observó un instante, como si tratara de grabar cada rasgo de su rostro.
—¿En serio te tienes que ir hoy? —preguntó, con un dejo de súplica en la voz.
Isabella sostuvo la taza entre las manos, buscando fuerzas en el calor del café.
—Sí, debo irme.
—¿Cuándo te volveré a ver?
—Quizás en diez o quince días… —contestó, fingiendo seguridad. Luego añadió, con una chispa de esperanza—: Estaremos en contacto, y si puedo librarme del trabajo, vendré a verte, amor.
Alejandro entrecerró los ojos.
—Eso espero. Hoy tengo una reunión muy importante para el futuro de mi empresa. Me gustaría que vinieras conmigo.
El corazón de Isabella se tensó. Quiso decir que sí, quiso acompañarlo como antes, ser la mujer que siempre estaba a su lado. Pero la realidad era cruel.
—Me encantaría… pero no puedo.
Su mente gritaba que debía reunirse con Gabriel. Que debía volver a su otro esposo. Que jugar con fuego en la misma ciudad era un riesgo mortal. Y aun así, no pudo resistirse. Tenía que ver a Alejandro, aunque fuera un instante.
Él, sin sospechar la guerra que la devoraba, sonrió.
—Por ahí te sorprendo y voy a visitarte.
Isabella forzó una sonrisa, aunque en su interior deseaba que no lo hiciera.
—Sabes qué amo las sorpresas.
Pero en el fondo, temblaba. Si Gabriel descubría algo, todo se derrumbaría.
Se despidieron con un beso lleno de promesas. Uno de esos besos que saben a despedida, pero también a eternidad.
Isabella salió del restaurante con el alma dividida, y pidió un Uber para dirigirse al evento donde la esperaba su otro esposo.
El presente
El celular vibra de nuevo justo cuando el vehículo se detiene frente al gran salón de eventos.
El mensaje es corto, ansioso:
[¿Llegaste?]
Ella apenas alcanza a teclear una respuesta cuando la puerta del auto se abre desde afuera. Gabriel, impecable en su traje oscuro, se inclina para ayudarla a bajar.
—Gracias —dice Isabella al chofer antes de encontrarse con la mirada de Gabriel.
—Hola, amor… estás preciosa —susurra él, con un brillo de orgullo en los ojos.
Isabella siente la calidez de esas palabras y, al mismo tiempo, la punzada de la traición.
Gabriel toma su mano con firmeza.
—Sabes que no me gusta estar solo en este tipo de eventos. ¿Cómo está tu madre?
—Muy bien, lo de siempre —responde Isabella con una sonrisa ensayada—. Me pregunta cuándo vendrán los nietos.
Gabriel ríe bajo, inclinándose hacia ella con picardía.
—No veo la hora de salir de aquí para practicar la búsqueda.
Isabella finge un gesto coqueto, aunque en su interior la frase le pesa. Los nietos… la maternidad… palabras que la persiguen como fantasmas.
El salón está lleno de mesas lujosas, copas de vino y risas superficiales. Isabella se siente fuera de lugar. Este mundo no es el suyo, nunca lo fue, pero Gabriel insiste una y otra vez en que lo acompañe.
Pronto se ve rodeada de un grupo de esposas que discuten con fervor sobre el nuevo bolso de diseñador que, según ellas, “toda mujer debería tener”. Isabella asiente en silencio, pero sus pensamientos vuelan lejos, muy lejos, hacia un restaurante modesto, hacia una sonrisa franca y unas manos curtidas por el trabajo.
El fastidio la impulsa a excusarse y retirarse al baño. Frente al espejo, se retoca el maquillaje, refresca su rostro con agua fría y trata de convencerse de que todo está bajo control.
Respira hondo, se alisa el vestido y sale del baño.
Y entonces, se detiene.
El mundo parece detenerse con ella.
Allí, a pocos metros de distancia, su esposo Gabriel conversa animadamente con otro hombre. El aire se le escapa de los pulmones al reconocerlo.
Alejandro.
Su Alejandro.
Isabella siente que el suelo se abre bajo sus pies. Sus dos mundos, cuidadosamente separados, colisionan en un instante.
Su corazón late con violencia, cada palpito un grito ahogado. La traición, el amor, el miedo… todo se mezcla en su interior.
Gabriel gira la cabeza hacia ella, sonríe con complicidad e ingenuidad, ajeno al abismo que acaba de abrirse.
—Amor, ven, quiero presentarte a alguien…
Isabella avanza con pasos temblorosos, como si caminara hacia el borde de un precipicio. Sus ojos se encuentran con los de Alejandro, que la observan con intensidad.
El destino acaba de jugar su carta más cruel.
Y el juego apenas comienza.
CAPÍTULO 148 — Los silencios que pesanEl día en la oficina había sido largo, tenso, pero extraño: no particularmente difícil en términos de trabajo, sino emocionalmente agotador. Isabella había regresado con fuerza a su rutina, y aunque nadie lo dijera en voz alta, todos la observaban con un cuidado exagerado. Algunos incluso con compasión fingida; otros, con morbosa curiosidad. Pero ella, concentrada en sus bocetos, en las telas, en la preparación de la nueva temporada, se mantuvo firme, como si la mirada de los demás no resbalara por su espalda. Fingía no escuchar, pero sí escuchaba. Fingía no ver, pero sí veía. Los murmullos sobre su matrimonio, sobre Gabriel, sobre Alejandro, sobre lo que se decía, se inventaba y se tergiversaba. CAPÍTULO 147 — La cita que no debía serLa jornada transcurría con una inesperada calma. Isabella llevaba horas concentrada en su computadora, respondiendo correos y dando instrucciones a su equipo. Era como si el simple acto de trabajar la anclara a la realidad y le devolviera el control perdido. El murmullo de las máquinas, el ruido lejano de las impresoras, el ir y venir del personal… todo contribuía a una sensación de normalidad que creía imposible recuperar.Pero el destino —siempre caprichoso— rara vez permitía una paz tan completa.Y ella lo sabía.Algo dentro de su pecho le anticipó que esa tranquilidad no duraría.El golpe suave en la puerta de su oficina lo confirmó.Isabella levantó la vista y, al ver la silueta en el umbral, sintió cómo sus hombros se tensaron.— ¿Isabella… puedo pasar? —preguntó Alejandro, apoyado en el marco de la puerta con una expresión entre cautelosa y vulnerable.Ella dejó el bolígrafo sobre la mesa. Era inevitable. Tarde o temprano él aparecería alCAPÍTULO 147 — La cita que no debía ser
CAPÍTULO 146 — El regreso a la luzLa primera noche instalada ya en la casa de su madre fue corta, inquieta y silenciosa. Isabella apenas durmió, pero por primera vez en semanas no despertó sintiéndose al borde de un abismo. Se levantó despacio. La tristeza seguía allí, instalada en su pecho, pero había algo más: una chispa diminuta, casi imperceptible, que le recordaba quién era ella antes del caos. Una mujer fuerte, disciplinada, talentosa, una mujer que había construido su carrera desde cero, con pasión y sacrificio.— No me voy a dejar vencer —murmuró frente al espejo, apenas un susurro, pero suficiente para escucharse a sí misma.Abrió la ducha y dejó que el agua tibia cayera sobre su piel, relajando músculos tensos por tantas semanas de angustia. Al terminar, se envolvió en una toalla y regresó al cuarto. Se miró de nuevo en el espejo: ojeras ligeras, rostro cansado… pero viva. Decidió maquillarse suavemente, sin exagerar, solo lo suficiente para verse más como la Isabella que h
CAPÍTULO 145 — La casa vacíaLa notificación llegó pasadas las nueve de la mañana. Un simple mensaje, frío, breve, como si fuera escrito por alguien que se esfuerza demasiado por mantener distancia.Gabriel:[Ya saqué casi todas mis cosas de la casa. No volveré a ir. Si necesito hacerlo, te avisaré. Te enviaré las llaves.]Isabella leyó y releyó el texto como si cada palabra pesara una tonelada. Se quedó inmóvil durante largo rato, con el teléfono apoyado en las piernas, sin saber si responder o simplemente dejarlo así, como un eco lejano de lo que habían sido.
CAPÍTULO 144 — El pacto incómodoValentino llevaba días intentando concentrarse en la firma del contrato del diseño final del proyecto, pero cada vez que miraba los planos sentía un nudo crecerle en el estómago. No importaba cuántas veces respirara profundo, no importaba cuántas veces intentara enfocarse en los números, las medidas y las proyecciones—la tensión entre Gabriel y Alejandro le pesaba como una losa encima.Después del susto con el bebé, después de ver a Camila quebrarse del dolor y luego recomponerse para dar la bienvenida a su primer hijo, Valentino había jurado que no permitiría más caos alrededor de quienes amaba. El proyecto que había empezado como un sueño entre amigos y colaboradores estaba conv
CAPÍTULO 143 — Las visitas equivocadasIsabella solo había logrado sostener la fachada de mujer fuerte durante las horas que había durado la firma del contrato. Apenas salió de la oficina de Ángel Mendoza, sintió cómo toda la energía que había reunido para ese encuentro se le escurría como agua entre los dedos. Fátima intentó animarla: insistió en que salieran a comer, que caminaran un poco por el centro, que se tomaran un helado o aunque fuera un café para cambiar el aire. Pero Isabella no tenía fuerzas para fingir un minuto más.— De verdad, Isa. No puedes seguir encerrada en ese dolor —le dijo Fátima con ojos preocupados.— Hoy… no puedo. Lo siento —respondió Isabella apenas en un murmullo.Fátima no insistió. La abrazó fuerte.Y luego la dejó ir.Isabella regresó a la casa de su madre como quien vuelve arrastrando pies y alma. La casa estaba vacía. Catalina había salido a hacer trámites, o quizá había ido a visitar a Camila al hospital; Isabella no lo sabía ni tenía cabeza para pr
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