CAPÍTULO 3 – Fuentes Moda

CAPÍTULO 3 – Fuentes Moda

La mañana amaneció despejada, con un sol que entraba por los ventanales de la oficina principal de Fuentes Moda, reflejando su brillo sobre las telas cuidadosamente extendidas en la gran mesa central. El aire olía a café recién hecho y a perfume caro, una mezcla habitual en aquel espacio donde el arte, la moda y la ambición se entrelazan todos los días.

Isabella estaba de pie junto a Fátima, su socia y amiga de tantos años. Ambas observaban en silencio los bocetos que su equipo de diseño había dejado sobre la mesa. Eran modelos para la nueva colección de otoño-invierno: líneas elegantes, colores sobrios y texturas que hablaban de lujo y sofisticación.

— Estos cortes en diagonal son interesantes —comentó Isabella, inclinándose para examinar uno de los diseños—. Rompen con la estructura clásica sin perder elegancia. Pero el tejido… no me convence. Esta tela es demasiado rígida para ese tipo de caída.

— Podríamos probar con seda italiana —sugirió Fátima mientras hojeaba los demás bocetos—. Tenemos proveedores nuevos que podrían enviarnos muestras esta semana.

Isabella asintió con aprobación.

En los últimos años, ambas habían aprendido a leerse sin palabras. Fátima era la mente práctica del negocio; Isabella, la visión creativa. Juntas habían construido algo que iba mucho más allá de una marca: habían creado un sello, una identidad que resonaba en cada pasarela.

“Fuentes Moda” era sinónimo de excelencia. Y aunque el apellido pertenecía a Gabriel, Isabella había sido el alma detrás de cada diseño, cada decisión artística, cada paso en aquel ascenso meteórico.

— A veces me cuesta creer lo que logramos —dijo Fátima con una sonrisa cansada—. ¿Te acordás cuando hacíamos bocetos en papel de impresión?

Isabella sonrió, con cierta nostalgia en sus ojos.

— Sí… y soñábamos con tener una colección que llegara siquiera a una boutique pequeña. Mira dónde estamos ahora.

Le había costado mucho llegar a ese punto. Había reconstruido su vida desde las cenizas. 

— Por cierto —añadió Fátima, mientras dejaba sobre la mesa una carpeta—, estuve hablando con la gente de la revista Vanguardia. Quieren hacer un reportaje sobre la nueva colección. Dicen que nuestra última presentación fue la más elegante del año.

Isabella se giró para verla, sorprendida.

— ¿En serio? Eso es un logro enorme.

— Sí, pero… —Fátima hizo una mueca, sabiendo que lo que venía a continuación no sería tan agradable—. También leí una columna que publicó Bárbara Greco. Ya sabés, su revista Elite Fashion. Hizo una crítica bastante ácida sobre la colección anterior.

Isabella levantó la vista, sin perder la calma.

— ¿Y qué dijo esta vez?

— Que nuestros diseños carecen de “espontaneidad” y que Fuentes Moda se ha vuelto “una marca predecible, estéticamente segura, pero emocionalmente vacía”.

Fátima suspiró, cruzándose de brazos.

— No entiendo cómo puede escribir algo así. Las ventas la desmienten. La gente ama tus diseños. Pero ya sabés cómo es Bárbara…

Isabella sonrió apenas, esa sonrisa serena que no revelaba ni enojo ni sorpresa.

— No me sorprende en lo más mínimo —respondió, tomando un sorbo de su café—. Bárbara nunca ha superado a Gabriel… y cada palabra que escribe tiene más de despecho que de crítica.

— Sabía que dirías eso —comentó Fátima, soltando una breve risa.

Isabella dejó la taza sobre el escritorio y se acercó a la ventana. Desde allí podía verse parte de la ciudad extendiéndose en un entramado de luces y movimiento.

Su reflejo en el cristal le devolvía la imagen de una mujer distinta a la que había sido años atrás: más fuerte, más decidida, más consciente de su poder.

— Lo lamento por ella —dijo al fin, sin apartar la vista de la ciudad—. Pero Gabriel es mío, y eso no va a cambiar nunca.

Fátima asintió en silencio. Conocía bien esa historia. Sabía que antes de Isabella, Bárbara Greco había sido una relación sin importancia en la vida de Gabriel. Una mujer ambiciosa, de belleza imponente y carácter dominante, acostumbrada a salirse siempre con la suya. Pero su relación había terminado abruptamente, y desde entonces Bárbara no había dejado de intentar volver, o al menos, de arruinar lo que él había construido con Isabella.

— Me pregunto qué busca ahora —murmuró Fátima, hojeando el artículo en su tableta—. Está lanzando su propia línea de moda urbana. La presentó la semana pasada en su revista. 

— Eso explica su crítica —contestó Isabella con calma—. Está preparando el terreno para llamar la atención. Bárbara no soporta que haya otra mujer a la que miren más que a ella.

El tono en su voz no era de rencor, sino de conocimiento. Isabella sabía cómo funcionaban las guerras silenciosas del mundo de la moda. No eran con gritos ni escándalos, sino con titulares, insinuaciones y desfiles estratégicos.

Fátima cambió de tema, intentando aligerar la tensión.

— ¿Ya pensaste dónde será nuestro próximo desfile?

Isabella asintió lentamente, girándose hacia ella.

— Sí. Quiero hacerlo en el Museo de Arte Contemporáneo. Es un espacio moderno, limpio, y tiene esa sensación de atemporalidad que quiero transmitir con la nueva colección. Hablaré con Gabriel esta noche para que nos ayude con los permisos.

— Perfecto —dijo Fátima, anotando algo en su cuaderno—. El equipo está entusiasmado. Todos sienten que esta colección será nuestro nuevo éxito.

—Debe serlo —dijo Isabella con convicción—. No sólo por la competencia, sino porque quiero que nuestras piezas cuenten historias, que hablen de resiliencia, de transformación… como la vida misma.

Fátima la miró con orgullo.

— Siempre terminás convirtiendo cada colección en algo personal.

— No sé hacerlo de otra forma —respondió Isabella con una sonrisa suave—. Cada diseño lleva algo de mí, algo que viví o que soñé.

Cuando la última diseñadora salió de su oficina, Isabella se dejó caer en la silla de su escritorio.

— Qué día tan largo… —murmuró.

— Pero productivo —respondió Fátima, acomodándose en el sofá—. Y tranquilo, dentro de todo.

— Tranquilo… hasta que vuelvan los titulares de Bárbara —replicó Isabella con ironía.

Fátima sonrió.

— No dejes que te afecte. La gente reconoce el talento, y tú tienes algo que ella perdió hace mucho: elegancia.

— Y amor —añadió Isabella en voz baja.

El teléfono sobre su escritorio vibró. Era un mensaje de Gabriel:

[Paso por ti a las ocho. Cena en casa, tengo algo que contarte]

Isabella sonrió al leerlo. Siempre tenía ese detalle, ese toque de complicidad que le recordaba por qué se había enamorado de él. 

— ¿Todo bien? —preguntó Fátima, notando la sonrisa.

— Sí, Gabriel. Me pasa a buscar en un rato. Creo que hoy tendremos una de esas cenas tranquilas que tanto nos hacen falta.

Fátima se levantó, recogiendo algunos documentos.

— Entonces, te dejo descansar. Mañana temprano tenemos la reunión con los proveedores.

— Perfecto —respondió Isabella—

Cuando su amiga salió, Isabella se quedó sola en la oficina. El sol comenzaba a descender, tiñendo las paredes de un dorado suave. Caminó hacia el ventanal y observó el horizonte con los brazos cruzados. Desde allí podía ver parte del rascacielos donde Gabriel tenía su empresa constructora.

Suspiró y tomó su bolso.

Mientras salía del edificio, su reflejo en el vidrio de la puerta le devolvió la imagen de una mujer poderosa, pero también vulnerable. Gabriel ya la estaba esperando, él era su lugar seguro, su hogar. 

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