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CAPÍTULO 2 – El comienzo del destino

CAPÍTULO 2 – El comienzo del destino

Hace siete años atrás…

La tarde avanzaba lentamente, y en la universidad los pasillos retumbaban con el murmullo de estudiantes que iban y venían, algunos cargando libros, otros riendo con despreocupación. Isabella, sin embargo, estaba completamente enfocada en su clase de Historia del Vestido y la Moda. Siempre había sentido fascinación por esa materia, porque más allá de los estilos y tendencias, podía entender cómo la ropa era reflejo de una época, de un pensamiento, de un espíritu cultural.

El profesor que impartía esa asignatura era Ángel Mendoza, un hombre joven, de mirada vivaz, con apenas unos años más que sus alumnas. Además de docente, trabajaba como productor en un programa de televisión, lo que lo hacía aún más atractivo y enigmático para muchas estudiantes. Tenía un aire carismático, y aunque trataba de mantener una distancia profesional, nadie podía negar que había caído también bajo el encanto natural de Isabella.

Ese día, al sonar la campana final que marcaba el cierre de la clase, Ángel pidió con voz serena:

— Isabella, ¿podrías quedarte un momento? Necesito hablar contigo.

Ella se sorprendió, pero asintió con una sonrisa cortés mientras veía cómo sus compañeras recogían sus cosas y salían del aula. La sala se fue quedando vacía hasta que sólo quedaron ellos dos.

— La última clase —dijo él, acomodándose las mangas de la camisa— me comentaste que estabas buscando trabajo, ¿cierto?

— Sí, profesor —respondió ella con un dejo de ilusión en los ojos.

Ángel se inclinó ligeramente hacia adelante, como quien comparte un secreto.

— Tengo una propuesta que puede que te interese. No es nada seguro, desde ya te lo digo. Tendrás que audicionar, pero puedo referirte directamente.

Isabella abrió los ojos con emoción.

— Dígame, por favor.

El profesor sonrió ante su entusiasmo.

— Hay una audición para modelar los vestidos que confeccionan los participantes en una competencia de moda.

— ¿La audición es para modelos o para participar en el reality? —preguntó con ansiedad.

— Para participar como diseñadora ya finalizó el plazo —explicó él—, pero aún buscan modelos. La paga es buena y la experiencia puede abrirte puertas.

— ¡Me hubiera encantado ser participante! —suspiró ella—. Igual, dígame dónde y cuándo debo presentarme.

Ángel revisó su reloj y bajó la voz:

— Tendrás que correr… Es en un par de horas en BH Televisión. Te voy a compartir los datos al correo.

La sonrisa de Isabella se expandió con fuerza, iluminándole el rostro.

— ¡Gracias, gracias, profesor!

Recogió sus cosas rápidamente y salió casi corriendo. Afuera encontró a su compañera más cercana en esa clase, Fátima, una chica de carácter más reservado y prudente.

— ¡Fátima! ¡Vámonos ya, tenemos una audición! —le dijo Isabella con una energía contagiosa.

—¿De qué hablas? —preguntó la otra, sorprendida.

— El profesor me dio una oportunidad, es para ser modelo en un programa de televisión. ¡Vamos, animate y audiciona vos también!

Fátima negó con las manos.

— No, olvidalo. A vos te van a seleccionar, pareces una modelo: tu pelo castaño, esos ojos claros, la estatura… Yo no tengo ni las medidas ni la altura. No es lo mío.

— ¡Claro que sí! Pero si no querés, está bien. ¿Me acompañás al menos?

— Eso sí, te acompaño. Decime dónde es.

Pidieron un auto de aplicación y se dirigieron a la televisora. El camino estuvo lleno de comentarios nerviosos, bromas y planes soñados que Isabella expresaba con entusiasmo. Fátima la escuchaba, sonriendo con ternura.

Al llegar, se encontraron con una fila de mujeres esperando para audicionar. No era interminable, pero sí había al menos cuarenta. Isabella supo enseguida que sólo quince serían seleccionadas. Aun así, se sentía confiada. Nunca había hecho una audición, pero improvisar se le daba bien, y la seguridad con la que se movía solía desarmar cualquier obstáculo.

La espera se alargó casi dos horas. Isabella conversaba a ratos con Fátima, observaba a las demás chicas, y cuando finalmente escuchó su nombre, respiró hondo y entró.

Desfiló con lo puesto, con una naturalidad elegante que parecía ensayada. Le tomaron algunas fotos, le hicieron caminar nuevamente de un lado a otro y luego le agradecieron con formalidad, recordándole que al día siguiente estarían los resultados.

Al salir, Isabella sintió una mezcla de adrenalina y triunfo.

— ¡Gracias, gracias por acompañarme! —dijo abrazando a Fátima—. Debiste animarte y audicionar.

— Quizás la próxima vez —respondió su amiga con calma.

Como no vivían cerca, se despidieron en la salida de la televisora. Isabella tomó un taxi rumbo a su casa. Estaba tan emocionada que no había revisado el teléfono en todo ese tiempo. Al desbloquearlo, vio con sorpresa varios mensajes y llamadas perdidas de Alejandro. Frunció el ceño, devolvió la llamada, pero él no contestó. El tono sonó hasta mandar su intento directo al buzón de voz.

Murmuró para sí:

— Seguro está cansado, ya le marco más tarde.

Guardó el teléfono, todavía con la sonrisa de la audición brillando en su rostro. La ciudad pasaba rápida por la ventanilla, hasta que finalmente el taxi se fue acercando a su barrio. Pero algo no estaba bien.

Desde varias calles antes se podían ver luces intermitentes, cintas amarillas, uniformes de policía y ambulancias estacionadas en medio del camino. El chofer redujo la velocidad y dijo con cautela:

— Señorita, no puedo seguir. La calle está acordonada. Va a tener que bajarse aquí.

Isabella lo miró confundida, con un nudo repentino formándose en el estómago.

— Está bien… —respondió, pagándole.

Se bajó del taxi, y la mezcla de voces, sirenas y murmullos se volvió más intensa. El corazón comenzó a latirle con fuerza descontrolada. Dio unos pasos inseguros hacia adelante, tratando de entender qué había pasado. Gente del barrio se agrupaba en las esquinas, comentando entre sí con rostros tensos y preocupados.

Una vecina conocida, doña Marta, estaba entre la multitud. Isabella se acercó a ella con la voz entrecortada.

— ¿Qué pasó aquí?

Doña Marta la miró con seriedad, como si no supiera por dónde empezar.

— Algo grave, m’hija… Algo muy grave.

El ruido de una camilla siendo cargada hacia la ambulancia le heló la sangre. Isabella apretó los puños, su respiración se volvió corta. El barrio entero parecía haberse transformado en un escenario de pesadilla.

Sin poder contenerse más, corrió hacia la cinta amarilla que delimitaba la zona, buscando desesperadamente una respuesta.

— ¡Alejandro! —gritó con voz quebrada, aunque todavía no sabía si tenía motivos para llamarlo así.

Un oficial la detuvo antes de que pudiera avanzar más.

— Señorita, no puede pasar.

— ¡Por favor! ¡Dígame qué pasó! ¡Vivo aquí!

El agente dudó, pero alcanzó a decir:

— Hubo un derrumbe en la nueva obra… todavía hay varias personas desaparecidas.

Isabella sintió que el aire se le iba del cuerpo. El ruido se convirtió en un zumbido lejano. Las luces rojas y azules se reflejaban en sus ojos, giró lentamente y lo vio por primera vez.

Gabriel Fuentes Mansilla.

Alto, de porte impecable, traje gris claro, mirada firme. Su presencia imponía sin esfuerzo, pero había en sus ojos algo más: una mezcla de calma y determinación que inspiraba confianza inmediata.

— ¿Tienes algún familiar trabajando en la obra? — preguntó con naturalidad.

Ella no respondió. Sólo lo miró. Había algo en su tono, en su serenidad, que la desarmó sin aviso. Gabriel, percibiendo esa reacción, extendió la mano.

—Gabriel Fuentes Mansilla.

—Isabella —contestó ella, estrechándole la mano—. Isabella Lopez.

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