El silencio reinaba en la casa aquella mañana de sábado. Gabriel había partido temprano hacía un viaje express de negocios a la ciudad vecina; una reunión con inversionistas que, según él, no podía postergarse. Estaría de regreso al dia siguiente. Isabella lo había despedido en la puerta, besándole los labios con una sonrisa tranquila.
El eco de sus pasos resonaba en el mármol mientras subía hacia su estudio. Tenía toda la casa para ella, algo que, en otro momento, habría aprovechado para descansar, leer o sumergirse en algún diseño de la nueva colección. Pero el deseo de involucrarse en el nuevo hotel de Gabriel era más fuerte.
Él le había dicho claramente que no era necesario, que prefería que se concentrara en su empresa y en el desfile que se aproximaba. Ella sentía la necesidad de aportar algo más, de dejar su sello personal en ese proyecto. No era su mundo, le fascinaban los nuevos desafíos.
Encendió la computadora portátil y abrió varias páginas de diseño interior. Comenzó a perderse entre fotografías de vestíbulos amplios, lámparas colgantes, pisos de mármol y jardines verticales. El lujo le atraía, pero también la armonía con la naturaleza. Su mirada se detuvo en una galería de hoteles boutique con conceptos ecológicos. Cada uno parecía tener un alma propia, una historia contada en piedra, madera y luz.
— Qué bellos espacios… —susurró, haciendo clic en una imagen que mostraba un hotel frente a un lago, con un diseño moderno pero cálido.
Descendió en la página, leyendo la descripción: “Proyecto del estudio Ruiz Arquitectura Sustentable, fundado por el arquitecto Alex Ruiz”.
El nombre no le dijo nada.
Pero la fotografía del arquitecto, en un pequeño recuadro al final de la página, le heló la sangre.Su respiración se entrecortó. La imagen era nítida, reciente. Un hombre de unos treinta y pocos años, de mirada intensa, con el cabello oscuro un poco más largo que como ella lo recordaba. Tenía barba, un aire más maduro, pero… los ojos, la sonrisa, la forma del mentón…
Era él.
Alejandro.Isabella sintió que el corazón le daba un vuelco tan violento que tuvo que llevarse una mano al pecho. Cerró la laptop de golpe y retrocedió en la silla, temblando.
— No puede ser… —murmuró—. No puede ser él.
Se puso de pie, caminando de un lado a otro. La razón le gritaba que era imposible. Alejandro había muerto siete años atrás. Había desaparecido en aquel derrumbe sin dejar rastro. Había llorado su ausencia, había aceptado su destino. Había aprendido a amar otra vez.
Pero la imagen…
La imagen era idéntica.Volvió a abrir la computadora con manos temblorosas y amplió la foto. Cada rasgo era una punzada de recuerdos: su sonrisa torcida, esa mirada que parecía atravesar todo lo que miraba, incluso el alma. Pero había algo distinto, un aire contenido, más serio, casi distante.
— Tal vez solo se parece… —intentó convencerse en voz baja—. Tal vez solo es una coincidencia.
Sin embargo, su cuerpo no le creía. Cada fibra de ella lo reconocía.
Tomó el teléfono con manos inseguras y buscó el número de Fátima, su amiga y confidente. Si alguien podía ayudarla a pensar con claridad, era ella.
— ¿Isa? ¿Pasa algo? —respondió Fátima con tono preocupado.
— Necesito que veas algo. En serio, Fátima, necesito que lo veas ya —dijo Isabella, conteniendo el temblor en su voz.Minutos después, le envió el enlace. Hubo un breve silencio al otro lado del teléfono.
— ¿Lo ves? —preguntó Isabella.
Fátima tardó en responder.— Sí… Dios mío, Isa. Se ve… diferente, pero… es demasiado parecido. Si no me dijeras que murió, juraría que es Alejandro.Isabella se sentó en el borde del sofá, presionando el teléfono contra su oído.
— ¿Qué hago, Fátima? No puedo dejarlo así. Necesito saber si es él.— Podría ser solo un parecido —dijo su amiga con cautela—. Hay gente que se parece muchísimo.
— No, Fátima. No es una coincidencia. Es él. Lo siento… en el pecho.
Fátima suspiró del otro lado.
—Está bien. Voy a ayudarte. ¿Qué quieres que haga?Isabella respiró hondo antes de responder.
—Contacta con su estudio. Diles que quiero contratar un servicio de paisajismo para mi jardín. No importa cuánto cobre, no importa si su agenda está llena. Necesito verlo cara a cara.— Isa, ¿estás segura de esto? —preguntó Fátima—. Si realmente es Alejandro, si está vivo… ¿qué vas a decirle? ¿Qué vas a hacer con Gabriel?
Isabella se quedó en silencio. No tenía respuestas, solo un torbellino de emociones.
— No lo sé. Pero necesito saber la verdad. No puedo seguir viviendo sin saber si el hombre que amé y enterré en mi corazón… sigue caminando por este mundo.Fátima asintió, aunque Isabella no podía verla.
— Está bien. Yo me encargo. Te aviso cuando tenga la cita.El resto del día fue una agonía silenciosa. Isabella no podía concentrarse en nada. Intentó leer, trabajar, incluso mirar una película, pero cada vez que cerraba los ojos veía la misma imagen: el rostro de Alejandro —o Alex Ruiz— mirándola desde una pantalla, con esa expresión serena que alguna vez fue su refugio.
Recordó sus primeros años juntos, el olor a cemento fresco en su ropa cuando él llegaba de la obra, las risas en su pequeño departamento, los sueños compartidos que se desvanecieron una tarde sin explicación. Había amado a Alejandro con una intensidad, típica de un amor adolescente .
Y ahora, siete años después, la posibilidad de que estuviera vivo removía todo lo que creía haber superado.
Cuando cayó la noche, se preparó una copa de vino para calmar los nervios. La casa estaba en penumbra, iluminada solo por la luz suave de las lámparas.
El teléfono vibró. Era Fátima.— Hablé con el estudio —anunció—. Dije que eres una clienta interesada en paisajismo residencial. Me ofrecieron una cita este martes a las once de la mañana con el propio Alex Ruiz.
Isabella se quedó en silencio unos segundos. El corazón le latía tan fuerte que creyó que Fátima podría escucharlo.
— Entonces el martes lo sabremos —susurró.— ¿Quieres que te acompañe? —preguntó su amiga—. No tienes por qué hacerlo sola.
— No —respondió Isabella rápidamente—. Si es él… necesito verlo a solas. Necesito mirar sus ojos y que él me diga quién es.
Hubo un silencio largo. Fátima comprendió que ya no había forma de detenerla.
— Está bien. Pero prométeme algo: no hagas nada impulsivo. Piensa en ti, y también en Gabriel.Isabella apretó los labios.
— Lo prometo.Esa noche, el sueño fue esquivo. Se recostó junto a la almohada de Gabriel, aspirando el perfume que aún quedaba en las sábanas. Intentó recordarse que tenía una vida estable, un matrimonio sólido, un hombre que la amaba y la cuidaba.
Pero, por más que lo repitiera, algo en su interior se quebraba.
El pasado la reclamaba.—¿Y si realmente es él? —murmuró en voz baja—. ¿Qué haré, Dios mío?
Porque si Alejandro estaba vivo, si realmente había sobrevivido, nada volvería a ser igual.
Su matrimonio, su vida, su nombre… todo estaría en riesgo.¿Cómo podría explicarle a Gabriel que su primer esposo —el hombre que él creía muerto— había vuelto de entre las sombras?
¿Cómo podría explicarle al mundo que, sin quererlo, estaba casada con dos hombres?