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CAPÍTULO 4 – La obra de un sueño

CAPÍTULO 4 – La obra de un sueño

Isabella observaba el cielo desde la ventanilla del coche, mientras Gabriel conducía hacia la zona costera donde se levantaba el nuevo proyecto hotelero. Había aprendido a admirar ese mundo que, aunque no era el suyo, la envolvía con el ritmo constante de las obras, las reuniones y las inauguraciones.

Aquella mañana había decidido dejar el cabello suelto. El viento jugaba con las ondas castañas que se formaban en su pelo oscuro por causa del sol, sus cabellos caían sobre sus hombros, y el vestido beige de lino resaltaba su figura con una elegancia natural. Gabriel la miraba de reojo con orgullo silencioso. No importaba cuántos años pasaran, ella lo cautivaba todos los días con la misma belleza que lo había deslumbrado desde el primer momento.

— ¿Estás lista para conocer el futuro de Fuentes Construcciones? —preguntó él con una sonrisa, ajustándose las gafas de sol.

— Más que lista —respondió Isabella—. He oído tanto sobre este hotel ecologico y sustentable que ya tengo curiosidad por verlo terminado.

—Casi terminado —la corrigió él—. Faltan detalles, pero quería que lo vieras antes de la inauguración. Este lugar marcará una nueva etapa para nosotros.

Isabella notó el énfasis en esa última palabra: nosotros. Siempre le gustaba cuando Gabriel la incluía en sus logros. Le hacía sentir parte de algo grande, como si el éxito de él también le perteneciera.

Cuando el auto se detuvo frente a la obra, el contraste entre el ruido de las máquinas y la serenidad del mar cercano los envolvió por completo. El edificio se alzaba majestuoso, con ventanales amplios que reflejaban el horizonte azul. Obreros y arquitectos iban y venían, el sonido metálico del trabajo se mezclaba con el murmullo del viento.

— Bienvenida al Hotel Mar Bella —anunció Gabriel con una expresión de satisfacción—. El primero de una cadena que, si todo sale bien, tendrá presencia en cinco países.

Isabella sonrió, el nombre elegido no era pura coincidencia. Gabriel todo lo hacia para ella.

— Es impresionante, Gabriel. De verdad lo es.

— Lo será aún más cuando esté lleno de vida —respondió él, tomando su mano para guiarla por el camino que conducía al vestíbulo principal—. Ven, quiero presentarte al arquitecto responsable de todo esto.

En la entrada los esperaba Ricardo Duarte, un hombre de mediana edad, de porte elegante y mirada segura. Vestía una camisa blanca arremangada y un casco de seguridad. Saludó a Isabella con un gesto cortés y una sonrisa encantadora.

— Es un honor conocerla, señora Fuentes —dijo, estrechándole la mano con suavidad—. He escuchado hablar mucho de usted.

— Gracias, el honor es mío —respondió Isabella amablemente.

Gabriel observaba el intercambio con atención, sin dejar pasar la manera en que Ricardo sostenía la mirada de su esposa un segundo más de lo necesario.

— Ricardo ha sido fundamental en este proyecto —intervino Gabriel, con tono de reconocimiento—. Su equipo ha superado todas mis expectativas. Este será el primer proyecto de muchos. 

— Y con razón —añadió Ricardo—. Con un cliente tan exigente como usted, señor Fuentes, no queda otra opción. Pero debo admitir que el verdadero gusto estético lo veo más en su esposa. Tiene un ojo impecable para el diseño —comentó mirando a Isabella con cierta picardía.

Ella sonrió, incómoda pero cortés.

— Aprecio el cumplido. Aunque en este caso el mérito es de todos ustedes. No tengo ninguna participación. 

Gabriel carraspeó. No necesitaba palabras para dejar claro que aquel comentario no le había caído bien. Su mano se deslizó con firmeza por la cintura de Isabella, marcando territorio con elegancia, mientras cambiaba de tema.

—Ricardo, muéstranos el lobby principal del hotel.

Caminaron juntos por el pasillo central, donde las columnas de mármol blanco se elevaban hacia un techo adornado con paneles de cristal y un jardín vertical. Isabella se detuvo un momento para admirar la vista desde los ventanales: el océano extendiéndose en calma, el reflejo del sol jugando sobre las olas.

— Imagina los eventos aquí —dijo Gabriel, observando el lugar con visión de empresario—. Galas, recepciones, conferencias internacionales. Tus desfiles. 

— Y bodas —añadió Isabella, con un dejo de ternura—. Este sitio parece hecho para el amor.

Gabriel la miró con una mezcla de orgullo y deseo.

— Entonces será perfecto —dijo, acariciándole la mejilla—, porque todo lo que tocas, Isabella, termina siendo hermoso.

Ricardo observó la escena con una sonrisa que intentó disimular. Sabía bien cuándo apartarse, pero antes de hacerlo, un nuevo grupo se acercó: empresarios que habían sido invitados a un recorrido privado. Entre ellos, destacaba un rostro que Isabella reconoció enseguida: Eduardo Santoro, uno de los principales competidores de Gabriel.

— Fuentes, qué gusto verte —dijo Santoro, estrechándole la mano con una sonrisa fingida—. No podía perderme el recorrido del año.

— Santoro —respondió Gabriel con diplomacia—. Siempre es bueno que la competencia venga a aprender algo.

El empresario soltó una carcajada forzada y enseguida su mirada se posó en Isabella.

— Y usted debe ser la famosa Isabella. Ahora entiendo por qué todos hablan de la suerte de Gabriel.

— Encantada —dijo ella, manteniendo la compostura.

— No solo encantada… encantadora —insistió Santoro, con un tono cargado de insinuación.

El ambiente se tensó un segundo. Gabriel se acercó un paso más a su esposa, y con una sonrisa helada, le colocó un brazo por detrás de la espalda.

— Te equivocas, Santoro. No es suerte. Es amor, y eso no se compra —dijo con voz firme.

El silencio que siguió fue suficiente para que el empresario comprendiera el límite. Isabella se sintió protegida, aunque también un poco apenada por el tono desafiante que Gabriel había tomado. Aquel gesto de posesión también la conmovió. Le recordaba por qué lo había elegido: porque junto a él se sentía segura.

Ricardo se acercó nuevamente, esta vez con un plano en la mano.

— Señora Fuentes, me encantaría contar con su opinión sobre la decoración del lobby —comentó.

— Claro, puedo revisarlo —respondió ella con profesionalidad.

Gabriel intervino enseguida:

— Isabella tiene una agenda apretada estos días, Ricardo. Pero te enviaré a alguien de Fuentes Global para coordinar los detalles.

Ella lo miró de reojo, sorprendida por el tono protector.

— Gabriel, puedo hacerlo yo, no hay problema.

— Prefiero que no te desgastes, amor. Quiero que te concentres en tu próximo desfile —dijo, acariciándole la mano con ternura, aunque su mirada seguía fija en Ricardo.

El entendió el mensaje y asintió, alejándose con discreción.

Horas más tarde, la pareja caminó por la playa frente al hotel. Las olas rompían suavemente en la orilla, y el aire salado refrescaba el ambiente.

— A veces te pasas de celoso —dijo Isabella, sonriendo con suavidad.

— No es celos —respondió Gabriel, mirando el horizonte—. Es cuidado. No me gusta cuando otros hombres te miran como si fueras algo que pueden tener.

— Pero no soy algo, Gabriel. Soy alguien —respondió ella con dulzura, pero con firmeza—. Y sabes perfectamente que te elegí a ti.

Él la miró, con una mezcla de admiración y miedo a perderla.

— Lo sé —susurró—. Pero cuando te miro, no puedo evitar pensar que todo esto... —dijo señalando el hotel, la playa, su vida entera— no tendría sentido sin ti.

Isabella sonrió, apoyando la cabeza sobre su hombro.

— Entonces prométeme algo. Que cuando este hotel esté terminado, cuando el trabajo te deje respirar, me llevarás de viaje. Solo nosotros.

Gabriel rió bajo.

— Hecho. Un viaje donde solo exista tú.

Y mientras él la abrazaba con fuerza frente al mar, Isabella creyó —por un instante— que nada ni nadie podría alterar la paz de ese momento perfecto.

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