Poder, riqueza y prestigio. Fueron las razones que llevaron al padre de Arielle Valmont a comprometerla con el heredero de uno de los imperios tecnológicos más influyentes del país. El acuerdo, aunque reciente, tenía un propósito claro: consolidar dos grandes fortunas tecnológicas y asegurar el futuro de ambas familias. La noche antes del compromiso, Arielle, abrumada por la presión de un futuro que no siente como suyo, se deja llevar por la desesperación y pasa una noche apasionada con un hombre desconocido. Pero el día de la boda, se lleva una impactante sorpresa cuando descubre que ese hombre es Cassian Harrington, el CEO de aquella empresa con la cual formarán una alianza y el padre de su futuro esposo. Ambos se reconocen al instante, atrapados en un secreto oscuro y un deseo prohibido que amenaza con destruir no solo el matrimonio arreglado, sino también las vidas que han construido. Pero lo más peligroso no es el secreto que comparten, sino el deseo que crece entre ellos cada vez que se encuentran. ¿Podrán Arielle y Cassian resistir esta pasión que nunca debió existir? ¿O sucumbirán a un amor que podría derrumbar dos grandes imperios de sus familias?
Ler maisSiento el aire en la catedral denso, casi sofocante, mientras observo a mi alrededor sintiendo que este corse está impidiéndome respirar con normalidad.
Mis dedos tiemblan alrededor del ramo de lirios blancos, pero aprieto con fuerza, intentando que nadie lo note. Las flores son perfectas, igual que todo lo demás. Porque, por supuesto, un evento como este no se lleva a cabo todos los días y todo debe ser perfecto. «Mi padre se ha asegurado de eso» Me digo a mí misma que esta boda es lo mejor para todos. Para la empresa, para mi futuro, para asegurar mi lugar en un mundo que no perdona la debilidad. Y Daniel Harrington es el esposo perfecto en ese plan cuidadosamente diseñado. Miro de reojo al hombre que está a mi lado, esperando con su porte pulcro y mirada en alto. Es atractivo, lo admito. Serio, educado, con una elegancia natural que encajaría en cualquier portada de negocios. Pero su mirada… su mirada siempre es distante, reflejando que este compromiso le importa tan poco como a mí. Vuelvo mi mirada al frente porque en realidad no sé qué esperaba sentir aquí, en el altar, a minutos de unir mi vida a la de un hombre que apenas conozco. Tal vez alivio. Tal vez resignación. Pero lo único que siento es una presión fría en el estómago. Una certeza inquietante de que estoy a punto de cruzar una línea de la que no podré regresar. Entonces un murmullo suave recorre la catedral, sacándome de mis pensamientos. Levanto la vista, siguiendo las miradas curiosas de los invitados hacia la entrada. Alguien acaba de llegar. Mi respiración se detiene, cuando lo veo. Alto, de hombros anchos y porte imponente, como si el simple hecho de caminar por el pasillo fuera suficiente para reclamar el espacio como suyo. Tiene ese tipo de presencia que no necesita anunciarse para que todos giren a mirarlo. Su traje oscuro es impecable, pero no es su ropa lo que me deja helada. Es su rostro. Porque lo reconozco. «Es él» El hombre con el que pasé la noche antes de este compromiso. La sangre me martillea en los oídos mientras el recuerdo me golpea con una claridad brutal. Las luces tenues de aquel bar privado. El aroma a whisky en su aliento. La forma en que sus manos recorrieron mi piel, firmes, decididas, como si me perteneciera desde el primer momento en que nuestras miradas se cruzaron. Solo fue una noche. Una noche en la que me permití olvidar quién era. Una noche con un desconocido que nunca debería haber vuelto a ver. Pero ahí está. Avanza con calma, su mirada oscura recorriendo la catedral, hasta que me encuentra. Y se detiene. Siento el calor subir a mis mejillas, una mezcla de vergüenza, miedo y algo más peligroso que no quiero nombrar. No debería estar aquí. «¿Cómo es posible? ¿Cómo… por qué ha venido a mi boda?» Mis manos tiemblan más fuerte. Él no aparta los ojos de mí. No hay confusión en su mirada. Me reconoce. Lo sé porque siento el mismo temblor recorrer mi columna, el mismo vacío en el estómago que sentí cuando su cuerpo se enredó con el mío esa noche. La tensión me oprime el pecho, y el aire ya no parece suficiente. «¿Qué está haciendo aquí? ¿Quién carajos es?» Su expresión es indescifrable, pero hay algo en la forma en que me mira que me eriza la piel. Una intensidad que me envuelve y me arrastra de vuelta a esa habitación, a las sábanas desordenadas y el calor intenso de su cuerpo sobre el mío. No entiendo qué demonios está pasando. Y entonces, la voz de Daniel rompe el silencio con una frialdad contenida. —Al fin llegaste, padre. Mi corazón se detiene. «Padre… le dijo “padre”» Las piezas caen de golpe, como cristales rotos perforándome el pecho. «Él… él es Cassian Harrington» El hombre con el que estoy a punto de casarme es hijo del desconocido con el que pasé la noche antes de este compromiso.La carretera serpentea mientras conduzco a través de los caminos rodeados de árboles. El silencio entre nosotros es espeso, como un cristal empañado que ninguno se atreve a limpiar. Arielle no ha dicho una palabra desde que dije que iba a secuestrarla. Solo mira por la ventana, con ese perfil de porcelana congelado. Sus ojos verdes —esos que suelen brillar de orgullo y fuego— ahora parecen opacos. Apagados. Y me molesta. Me jode más de lo que debería. Porque ella merece tener siempre una sonrisa en sus labios.Cuando nos detenemos frente a "Eira Estate Retreat" uno de esos lugares escondidos en Hudson Valley, me estaciono sin decir nada. El lugar es íntimo y perfecto para que nos desconectemos está noche del mundo.Nos bajamos del auto. El recepcionista me reconoce de inmediato y, sin que tenga que abrir la boca, nos entrega la tarjeta de una suite. Sin reservas. Sin preguntas. Tomo la mano de Arielle. Está fría. Me sigue con lentitud y cuando subimos por el ascensor privado, su mi
Perspectiva de Cassian . Mi voz llena la sala. a mientras doy pasos cortos de un lado a otro. No hay titubeos. No permito que vean algún atisbo de duda en mi rostro. Cuando hablo, todos escuchan. Los inversores de Singapur me observan con atención, algunos toman notas, otros asienten como si ya hubieran tomado la decisión correcta: hacer negocios con Vortex Technologies, por supuesto. —Como ven, la fusión entre los sistemas de IA que diseñamos en Vortex y su red de distribución asiática no solo será rentable —digo, deteniéndome frente a la gran pantalla—, será revolucionaria —agrego con seguridad. Luego miro mi reloj. «Quince minutos más y esta junta estará sellada» Será una firma más en un contrato millonario. Una expansión que venimos planeando desde hace dos años. Continuo explicando ahora que se que tengo su completa atención y que estoy seguro de que no se irán sin un contrato firmado. Sin embargo, mi teléfono vibra suavemente sobre la mesa. La pantalla se ilumina y pr
Niego con la cabeza. Sintiendo como un nudo se forma en mi garganta y este me impide respirar, lo que acabo de ver me quema en la piel como si fuera ácido. No digo nada, simplemente… salgo.Mis tacones golpean el suelo con fuerza, como si fueran los únicos capaces de mantenerme en pie. Camino a través de la oficina con los ojos nublados, pero sin permitir que una sola lágrima caiga. No delante de los malditos empleados.Escucho voces detrás de mí, pero no les prestó atención del todo.—¡Arielle! —la voz de Rossy me alcanza, aguda, temblorosa.—¡Hija! —grita después mi padre.Acelero el paso. Sin desear hablar con ellos. No lo acepto, no quiero entender. Ni siquiera sé lo que siento al respecto. Todo está mezclado dentro de mi: sorpresa, rabia, de alguna forma me siento traicionada, y es que sería hipócrita de mi parte decir que que Rossy no tiene derecho a enamorarse de alguien mayor, o que mi padre no puede rehacer su vida después de tantos años estando solo. Pero se supone que som
El sol apenas se cuela por las cortinas cuando abro los ojos. La sábana se ha enredado entre mis piernas y el frío del aire acondicionado me recuerda que Cassian ya no está aquí. Aunque el fuerte aroma de su perfume está impregnado en las sabanas y yo no quiero dejar de olerlo. Me froto los ojos con los nudillos. Todo el cuarto huele a él. A pecado. A deseo reprimido y desbordado. A todo lo que no debería haber pasado, pero pasó igual. Me odio por haber cedido. Por haberlo besado. Por haberle permitido volver a tocarme sabiendo que está mal, que es imperdonable. Y aún así... me cuesta evitar la estúpida felicidad que me brota al recordar sus palabras. "Te amo, Arielle." Me ama. Cassian Harrington me ama. Y yo también lo amo con locura. Eso es lo peor de todo. Yo también lo amo. Pero Cassian tiene razón. No puedo seguir huyendo de él. No puedo seguir evitándolo, fingiendo que no existe, evitando lugares que frecuenta solo para no mirarlo, para no sentir esta quemadura dulce que me
Perspectiva de Arielle . El pomo de la puerta gira. —¡Me estoy vistiendo! —respondo al instante, mi voz sale demasiado aguda, demasiado rápida. El sonido se detiene. de inmediato y solo siento mi corazón latir acelerado. —Traje comida china —responde Daniel desde el otro lado—. Seguro te va a gustar. Cassian me lanza una mirada de fastidio y revira los ojos como si eso fuera lo más molesto que podría haber pasadole en su existencia. Está desnudo, gloriosamente desnudo, con el cuerpo de un dios maldito que aún se niega a cubrirse, mientras su erección —todavía dura, pesada, arrogante— apunta hacia mí como si tuviera derecho a seguir reclamando más. Cómo si tuviera intenciones de continuar. Estoy nerviosa, el corazón golpeándome las costillas. Me muevo en la habitación como si tuviera fuego bajo los pies. —En un momento salgo —le grito a Daniel, y escucho cómo se aleja hacia la cocina. Me giro hacia Cassian, que sigue ahí. Inmóvil. Sin un ápice de pudor. Su pecho sube y baja l
No sé cuánto tiempo ha pasado. Pero ni siquiera es algo que me importe. La extrañe demasiado, me hizo tanta falta como para preocuparme por él tiempo o lo que sea. Ella está enredada en mis brazos, su respiración aún agitada, la piel cálida y húmeda contra la mía. Su perfume, ese aroma que ya identifico como hogar, flota entre las sábanas revueltas. Tengo una mano sobre su vientre, otra bajo su cuello, como si necesitara asegurarme de que aún está aquí, de que no se va a desvanecer. De que no ha sido un maldito sueño. Mi boca roza su sien. Podría quedarme así toda la vida. Porque reconozco que solo ella tiene ese poder de calmarme y de agitar todo en mi sin hacer el mínimo esfuerzo. Pero entonces… me empuja. —Tienes que irte —dice, bajito, sin mirarme. Mientras sus manos se colocan en mi pecho. Me queman, me excitan y también me causa gracia esa mirada tan decidida a que me largue, como si hace un instante no hubiera disfrutado del calor de mi cuerpo. Parpadeo, confundido
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