Francisca y Rick llevan un noviazgo de cinco años. Son una pareja estable y feliz, o eso es lo que ella cree. Cuando Francisca descubre que el chico de sus sueños le ha sido infiel y que no se arrepiente de aquello, la situación para ella se vuelve insostenible, ya que al mirar a su alrededor se da cuenta de que sin él se ha quedado sola en el mundo. Sin amigos en quiénes confiar, decide arriesgarse y retomar su antigua vida, para comenzar a amarse a si misma antes que a cualquier otro chico. Una chica con el corazón roto. Un grupo loco de amigos que abandonó y ahora han vuelto. Un mejor amigo que es como su hermano. ¿Francisca saldrá adelante sin Rick? Ella pone todas sus fichas a que sí lo hará, y la ecuación mejora cuando un par de ojos azules se cruzan en su camino volviendo todo más interesante.
Leer másHabía escuchado mil veces esa frase que dice: “Toda relación se basa en la confianza”, pero a veces, la línea que la sostiene es tan delgada que basta un pequeño roce para romperla, un leve empujón para que todo se vaya a la m****a.
Así fue aquel día, cuando mi vida comenzó a cambiar.
Recuerdo ese día a la perfección.
Rick Huston, el chico con quien llevaba cinco años de relación, había olvidado su teléfono en mi casa luego de pasar el día conmigo.
Aquella tarde había comenzado tranquila. Nos recostamos en el sofá, comimos frituras grasosas que se deshacían entre nuestros dedos y reímos hasta que nos dolieron las mejillas. Durante un par de horas, creí que aún existía algo de lo que habíamos sido. Pero bastó un comentario, una palabra mal entonada, para desatar una pelea absurda. Rick se marchó furioso, dando un portazo que hizo vibrar los vidrios de las ventanas. Ni siquiera volteó a mirarme, ni a despedirse.
Últimamente nuestras discusiones eran más frecuentes. Todo empezaba por cosas simples: una inocente salida a tomar helado con mi mejor amigo, quedarme estudiando hasta tarde en la universidad sin contestarle los mensajes, o incluso tomar horas extras en el trabajo. Él sabía que yo necesitaba mantenerme de alguna forma, ya que estudiar lejos de casa no era barato, y mis padres no podían ayudarme a costear los gastos.
El problema era que, para Rick, la culpa siempre era mía. Todo empezaba por acciones mías. Él, en su mente, era el novio perfecto que nunca cometía errores.
Después de todo lo que habíamos vivido, me preguntaba, ¿hasta dónde llegaba mi confianza en él? Solo tenía claro que lo amaba, por algo había pasado cinco años de mi vida a su lado, a pesar de que últimamente sus celos se habían vuelto enfermizos.
Rick ya no era el chico atento y detallista que conocí. Ahora era frío y distante. Nuestra relación había cambiado, y algo me decía que tenía todas las respuestas en mis manos.
Literalmente: en su celular.
Luego de divagar, la curiosidad me ganó. Desbloqueé su teléfono con el patrón que conocía de memoria y abrí W******p, más que nada para calmar mi arranque de paranoia. Recé por no encontrar nada extraño y lo primero que vi fue un mensaje sin leer de Sofía, su mejor amiga de toda la vida. Me debatí entre abrirlo o no. Sabía que cualquier cosa importante que a Rick le pasara, se lo contaría a ella. Por algo eran tan cercanos.
Finalmente, luego de darle muchas vueltas y morderme las uñas hasta dejarlas hechas trizas, abrí el mensaje y subí en el historial.
Cada palabra que leía me rompía un poco más el corazón, pero lo que más me devastó fueron los mensajes de la noche anterior a su visita en mi casa.
"Hoy no podré dormir contigo, corazón… le prometí a Francisca que iría a su casa. ¡Estoy de manos atadas! Pero tú tranquila, bebé, porque pronto estaremos juntos de nuevo y te daré una maratón de besos… en donde tú quieras, preciosa."
Mis ojos se llenaron de lágrimas y, con un solo parpadeo, comenzaron a correr libremente por mi rostro.
Bloqueé aquel teléfono, que ardía entre mis manos, y lo dejé a un lado. Me tapé la cara con ambas manos y sollocé. Me sentía completamente estúpida, engañada y decepcionada.
Repasé en mi mente la reciente pelea con Rick, donde él me juró que nada extraño pasaba, que todo estaba bien entre nosotros, que eran solo ideas mías y que yo era una paranoica.
Me había mentido. Claro que sí.
—Maldición... —susurré entre lágrimas.
Todo estaba mal entre nosotros. Si no fuera así, él no estaría engañándome con su mejor amiga.
Podría haber corrido a su casa a exigirle explicaciones, pero me obligué a ser inteligente y esperar el momento adecuado para enfrentarlo. Además, algo me decía que ni siquiera estaba en su casa. Era muy probable que estuviera con Sofía en esos momentos.
Tenía a mi favor que su teléfono estaba en mi poder, y que podía encararlo cuando él viniera a buscarlo.
Esa tarde lloré tanto que terminé quedándome dormida en el sillón, hecha bolita, lamentando no haber visto antes las señales. Me sentí tonta por seguir queriéndolo, incluso después de saber que me había sido infiel.
Sufrí mucho, pero en ese momento decidí que no podía seguir viviendo en una mentira junto a Rick. Nuestra relación debía terminar.
Después de todo, mi vida comenzó a mejorar desde aquel día.
Miré a mi alrededor, un poco desorientada. No tenía idea de en qué momento me había quedado dormida.Me removí con pereza y giré el cuerpo hasta encontrar mi teléfono debajo de la almohada. Entreabrí los ojos, tratando de acostumbrarme a la luz de la pantalla.3:35 AM—¡Joder! —murmuré.Me levanté con desgano y caminé hacia el baño, arrastrando los pies por el pasillo. Justo cuando iba a girar la perilla, un ruido sutil desde el primer piso me detuvo.Fruncí el ceño. Bajé con cuidado las escaleras, tratando de no hacer mucho ruido.Jack estaba en el sillón, envuelto en una manta, viendo una película en la televisión. El brillo tenue de la pantalla iluminaba su rostro.Me acerqué sin decir nada. Y aunque en la superficie parecía tranquilo, en mi mente solo resonaban sus palabras de hace unas horas."Estoy enfermo."Me senté a su lado. Él me miró, sonrió suavemente y volvió la vista a la televisión.—¿Qué haces despierto? —pregunté con un bostezo mal disimulado.—No podía dormir —respon
—¿Te acuerdas del día en que nos conocimos? —me preguntó Jack de repente, llamando mi atención.Sonreí, con ese calor familiar en el pecho que me provocaba aquel recuerdo, y asentí en silencio. No tenía idea a dónde quería llegar con eso, pero seguí su juego.—¡Claro que lo recuerdo! —respondí.—¿Recuerdas cuando golpeaste a esa chica que se burlaba de tus horribles lentes? —añadió con una sonrisa traviesa.Solté una carcajada fuerte y genuina al recordar ese episodio. ¿Cómo olvidarlo? Esa niña me había torturado por meses, solo por usar esos lentes gigantescos que me había entregado el doctor. Y un día, simplemente, perdí la paciencia. El golpe que le di fue uno de los más satisfactorios de mi vida, y jamás me arrepentí.Tenía apenas cuatro años, pero mi madre me había enseñado a defenderme muy bien. —También recuerdo que me acerqué a tí cuando ya la habías derribado, y la seguías insultando —rió—. Tuve que intervenir para que dejaras de rematarla. Te llevé a la enfermería… y bueno
—¡Nos besamos y fue todo tan… maravilloso! —terminé de contarle a Kat y Carla sobre mi cita con Phillip. Por más que intentaba quitarme la sonrisa boba, me era completamente imposible.—¡Ay, qué romántico! —exclamó Kat, llevándose ambas manos a la boca como si quisiera contener un grito de emoción—. ¡Esto parece sacado de una película! —rió con dulzura, y luego giró la cabeza hacia Carla—. ¿Y tú qué opinas?Carla apenas reaccionó. Estaba completamente ausente. Desde que habíamos llegado a mi casa, no había dicho ni una sola palabra más allá de los saludos de cortesía.—Lo siento… —suspiró finalmente—. Es que… —hizo una pausa y bajó la mirada—. Necesito que me lleven a algún lugar donde pueda emborracharme.Kat la miró como si acabara de decir la cosa más absurda del planeta y le dio un pequeño empujón en el hombro.—¡Deja de bromear! Tú casi no bebes, ni en Año Nuevo —dijo con una risa nerviosa.Pero Carla no se rió. Hizo una mueca con los labios y desvió la mirada. Fue entonces que s
El aire comenzaba a calar en los huesos, y aunque la noche seguía siendo hermosa, nuestras manos ya estaban entumecidas. Nos alejamos del lago con pasos tranquilos y risas bajas, aún comentando lo glotones que habían sido los patos que habíamos alimentado, pues no nos habían dejado nada de alimento. Subimos al auto de Phillip y él encendió la calefacción. El calor se sintió como un abrazo. Encendió la radio y comenzó a sonar una canción suave de Bruno Mars, "Just the Way You Are". Lo miré de reojo y sonreí al ver cómo golpeaba el volante con los dedos al ritmo de la melodía.Él no lo sabía, pero aquella canción era una de mis favoritas, y no solo por el ritmo, sino por lo que lograba transmitir la letra, que quería entregar el mensaje de amar a alguien tal como es, sin cambiar nada en la otra persona. Oh, her eyes, her eyesMake the stars look like they're not shiningHer hair, her hairFalls perfectly without her tryingShe's so beautifulAnd I tell her every day—Tienes buen gust
—¿Dónde iremos? —le pregunté mientras me abrochaba el cinturón de seguridad.—Ya lo verás —respondió, sin apartar la vista del camino—. Es una sorpresa.Lo miré con una mueca infantil, esperando que mi cara de súplica lo hiciera ceder. Pero nada. Ni un gesto.—Está bien... de todos modos, Carla ya me dijo —mentí, alzando un poco la barbilla—. Y te advierto desde ya que si vamos al cine, quiero ver una película de acción.Intenté sonar casual, despreocupada, pero él se giró brevemente hacia mí y me regaló otra de esas sonrisas que parecían tener el poder de desarmarme por completo. Ya empezaba a acostumbrarme a ellas… o a depender de ellas, no lo tenía claro.—No te diré nada. Ten paciencia, Fran.Solté un suspiro dramático y me crucé de brazos, rindiéndome con fingida indignación.El camino fue tranquilo. Esta vez opté por no encender la radio ni hablar demasiado. Había aprendido, por experiencia, que mientras menos distracciones tenga un conductor, más probable era llegar sana y sal
Aquel día me desperté mucho antes de lo previsto. Los nervios no me dejaban dormir; no podía dejar de pensar que, después de tanto tiempo, finalmente iba a salir con él, el chico de los ojos azules que me traía tan boba.Estaba rebuscando en el armario, tratando de decidir qué ponerme para ver a Phillip, cuando oí que golpeaban la puerta. Me apresuré a correr al primer piso y abrir la puerta, y al hacerlo, me encontré con Carla, de pie en la entrada, con una sonrisa enorme que le iluminaba la cara.—¡Hola, cuñada! —saludó con emoción—. ¿No pensabas contarme que vas a salir con mi hermanito? —dijo, fingiendo molestia con una ceja alzada.Sonreí, algo culpable, y la invité a pasar, haciéndome a un lado. —¡Lo olvidé por completo! Perdón... —le dije mientras cerraba la puerta detrás de ella.—Pues, para tu suerte, él me lo contó hace un momento y he venido corriendo para asesorar tu imagen —me guiñó un ojo con complicidad.Carla me miró de arriba a abajo y frunció el ceño con una teatral
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