—¿Hola? —contesté mi teléfono sin siquiera ver quién llamaba, pues ya se me hacía tarde para ir al trabajo y no tenía tiempo para detenerme a ver el identificador.
Escuché un suspiro del otro lado de la línea y un escalofrío recorrió mi espalda de inmediato.
—Francisca, sabía que me ibas a contestar algún día… —mi corazón comenzó a palpitar con mayor fuerza al escuchar aquella voz proveniente del hombre que había roto mi corazón—. Por favor veámonos, necesitamos hablar —suspiré con frustración y luego hice una mueca involuntaria con los labios.
Rick no había parado de llamarme desde el día en que terminamos, y por supuesto que yo no había contestado a ninguno de sus llamados. Escucharlo solo hacía que mi corazón duela más y que los recuerdos me atormentaran.
—Rick, ¿por qué yo tendría que verme contigo? —pregunté con fastidio, pues prefería aparentar ser una perra sin corazón antes que ceder a sus manipulaciones emocionales—. Creo que no tenemos nada más que hablar, todo quedó muy claro para mí —traté de sonar lo más indiferente, pero la verdad es que dentro de mí se vivía una verdadera lucha campal.
Me moría por verlo aunque sean cinco minutos, pero me dije a mi misma que tenía que superarlo de una buena vez. No podía quedarme toda la vida esperando por él, además ya había pasado una semana desde el día en que terminamos, el mismo día en que volví a ver a mis amigos y había sentido como una nueva versión mía comenzaba a florecer.
No estaba dispuesta a retroceder y a permitirle a Rick una vez más manipularme.
—Ay, madura, por favor, ya no tienes quince años Francisca —espetó él con fastidio—. Merecemos hablar aunque sean diez minutos, en respeto a todos los años que llevábamos juntos. Somos adultos, ¿no?
“¿Qué le pasa a este imbécil?, ¿Con qué cara él me habla de respeto a los años que estuvimos juntos?”, me cuestioné mientras sentía como la rabia acumulada corría por mis venas.
Tomé una gran respiración antes de responderle, e incluso me detuve y tomé asiento en el sillón de mi casa, todo para intentar no explotar contra mi maldito ex novio.
—Rick no seas cínico, por favor —musité aún procesando sus palabras—. ¿Respeto?, ¿Dónde quedó el respeto cuando me estabas engañando con tu mejor amiga? —cuestioné afilando cada vez más mi lengua—. No me hagas reír por favor, ¿con qué cara te atreves a pedirme que hablemos?, no me apetece verte ni hoy, ni mañana, ni nunca más en mi vida... —escupí las palabras con toda la rabia acumulada que corría por mis venas.
—Francisca, te vas a arrepentir si no accedes a verme por las buenas, porque juro que te buscaré por cielo, mar y tierra, hasta que algún día aceptes hablar conmigo —aseguró con un tono de voz firme y yo solté una pequeña carcajada, pues ya no pensaba dejarme intimidar por él.
Nunca más le daría el control de mi vida a Rick.
—Créeme que de lo único que me voy a arrepentir es de no haber terminado antes contigo, y te repito que no quiero hablar contigo, ni verte. Respeta mi decisión, por favor —finalicé la llamada y aproveché para bloquear su número de teléfono, así evitaba que llamara en otra oportunidad.
No entendía cuál era la insistencia de Rick por verme o hablar conmigo, porque había quedado demostrado que él ya no sentía lo mismo por mí, por eso me había engañado. Odiaba que me hiciera perder el tiempo, pues ya no quería invertir más mis pensamientos en él.
Bufé con fastidio y me puse de pie. Tomé mi bolso, mi chaqueta y salí de casa con rumbo al trabajo, que por fortuna no se encontraba muy lejos, pues ya iba tarde y seguro mi jefe me llamaría la atención si volvía a atrasarme una vez más.
Aunque mi trabajo era un poco aburrido, me ayudaba a cubrir mis gastos de la Universidad. Yo era la vendedora en una pequeña tienda de ropa femenina de la ciudad y muchas veces debía soportar malos tratos por parte de los clientes insatisfechos, pero aun así el trabajo se ajustaba muy bien con lo que necesitaba, porque la paga era buena y además las horas no eran muchas dentro de la semana, lo que me permitía convalidar muy bien los estudios en la Universidad y el trabajo en la tienda.
Luego de unos diez minutos caminando a paso rápido, por fin llegué a la tienda. Entré con mi llave personal, como de costumbre, y me dirigí directamente a los vestidores. Me coloqué el delantal negro de trabajo, ese que siempre había detestado, y acomodé la blusa que llevaba puesta debajo para que se viera prolija. Frente al espejo, me di un retoque rápido en el maquillaje: un poco de corrector, máscara de pestañas y algo de rubor bastaban para disimular el cansancio y lucir presentable ante las clientas.
Al salir del vestidor, revisé la hora en mi celular. Aún faltaban cinco minutos para que la tienda abriera al público. Suspiré aliviada, a pesar del retraso causado por Rick y su manía de hacerme perder el tiempo, había logrado llegar a tiempo.
—Creo que alguien comenzó mal su día —escuché una voz masculina que conocía muy bien.
Levanté la vista y ahí estaba Germán, mi compañero de turno, con su típica sonrisa tranquila y una taza de café en la mano. Se acercó para saludarme con un beso en la mejilla.
Germán era un chico de mi edad, alto, de cabello negro y ojos verdes, con un cuerpo bien trabajado y un rostro angelical. Él era muy guapo y la verdad yo siempre había pensado que lo contrataron para llamar la atención del sexo femenino, solo que nuestro jefe aun no se había enterado que Germán es gay y que, de hecho, tiene novio.
—La verdad he dormido muy poco —dije con una mueca en los labios ante su comentario—. Además, el idiota de mi ex novio llamó por teléfono hace un rato, lo que me hace odiar más este día… —le contesté de forma relajada, sin darle mayor importancia al llamado de Rick, y después le regalé una sonrisa calmada.
—¿Qué es lo que quería ese idiota? —preguntó con una mezcla de asombro y algo de diversión.
Germán ya se sabía la historia completa con mi reciente ex novio, pues en nuestros ratos libres en el trabajo siempre nos dedicábamos a chismear sobre nuestras vidas.
—Quería que nos veamos, que hablemos... —rodé los ojos con fastidio al recordar aquella conversación—, pero por supuesto le dije que no —aclaré de inmediato. Mi compañero de trabajo negó con la cabeza y luego soltó una pequeña risa.
—¡Así se hace, Fran! —aplaudió con entusiasmo—. Ese maldito no merece tu tiempo. Que bueno que no accediste a verlo. Es un manipulador.
—Claro que no iba a hacerlo, tendría que estar loca para verlo después de todo lo que me hizo —sonreí de medio lado y la alarma de mi celular sonó alertando que ya era hora de abrir la tienda por lo que señalé la puerta con mi mentón—. Bueno, ya es hora de abrir. Será mejor que nos pongamos a trabajar —me lamenté.
—Señoras y señores, aquí vamos con otro día de m****a —bufó mi querido compañero de trabajo, alejándose para subir la cortina de metal y darle la bienvenida a una de las clientas que ya estaba esperando en la entrada con una mueca de disgusto.
(...)
Suspiré profundamente y moví la cabeza en círculos, tratando de soltar la tensión acumulada en los músculos del cuello. Faltaban solo diez minutos para que mi turno terminara y la tienda llevaba mucho tiempo desierta. Aproveché la calma para ordenar el dinero de la caja y cerrar el cuaderno de ventas, convencida de que a esa hora ya nadie más entraría.
Germán se había ido hacía una hora, como siempre, ya que su turno terminaba antes que el mío. Como de costumbre, me tocaba cerrar sola.
—¡Manos arriba, esto es un asalto!
Solté un grito ahogado, di un respingo y, por puro reflejo, levanté las manos tan rápido que el cuaderno de ventas salió volando y cayó al suelo con un golpe seco. Cerré los ojos al instante, con el corazón desbocado, preparándome para lo peor.
Me obligué a alzar la barbilla y abrir los ojos, dispuesta a mirar al asaltante a la cara. Si tenía que entregar todo el dinero para salvar mi vida, lo haría. Pero apenas enfoqué al sujeto que estaba en la entrada, el alivio me golpeó con fuerza y entonces solté una carcajada nerviosa.
—¡Idiota! ¿Esto es un asalto? —chillé entre risas. Al ver la expresión burlona de Jack, me relajé.
Me acerqué a él y le di un empujón en el pecho, más por reflejo que por enojo.
—De hecho, no es un asalto... —dijo con una sonrisa traviesa—. Pero sí es un secuestro.
Me guiñó un ojo justo cuando lograba contener la risa y yo negué con la cabeza, resignada a su sentido del humor. Volví al mostrador para tomar mis cosas, revisé que todo estuviera cerrado, y juntos salimos del local.
Al llegar a la vereda, lo miré de reojo y le pedí que me acompañara al parque de enfrente. Necesitaba fumar un cigarro para despejarme del día agotador que había tenido. No había podido tomarme ni un solo respiro, y ahora el cuerpo me lo pedía a gritos.
Nos sentamos en una banca de madera bajo una farola tenue. Encendí un cigarrillo y di una calada profunda. El humo me rasgó la garganta antes de llenar mis pulmones y, como siempre, sentí que un poco del peso se disipaba. Sabía que no era bueno para mí, lo sabía de sobra, pero después de tantos años, seguía aferrada a ese vicio cuando el estrés me ganaba.
—¿Puedo saber a qué se debe mi secuestro? —pregunté con tono irónico, echando el humo hacia un costado y mirando a mi mejor amigo con una sonrisa.
—No pasa nada, Caracolita —negó con la cabeza—. Solo que vendrás conmigo al cumpleaños de Ignacio —respondió Jack, acomodándose mejor en el respaldo de la banca—. Y no puedes decir que no. La semana pasada en el bar prometiste que saldrías de nuevo con nosotros.
Me reí. Jack tenía razón. Además, en realidad, no pensaba negarme. Ignacio me había caído bien esa noche en el bar, y en el fondo, me alegraba que Jack insistiera en incluirme de nuevo al grupo.
—Está bien, ¿cuándo es? —le devolví la sonrisa.
—En una hora. Podemos pasar por tu casa si necesitas cambiarte. Será algo tranquilo, no te estreses —dijo con tranquilidad.
Solté una última bocanada de humo y fruncí el ceño.
—Podrías haberme avisado antes… —indiqué con recelo.
—¿Qué te preocupa, Fran? —cuestionó Jack, mirándome con interés—. Sabes que me puedes decir todo lo que pienses.
—No es nada… solo que tengo que ducharme, cambiarme... cosas de mujer —respondí sin entrar en detalles. Él se encogió de hombros como si no fuera gran cosa y luego se levantó de la banca.
—Entonces vamos, que ya se nos hace tarde.
Le hice caso y me levanté del lugar en donde estaba. Me sentía nerviosa y por algún extraño motivo sentía que estaba haciendo algo malo al ir a aquella fiesta. Sin duda culpaba a Rick de aquel trauma, pues él siempre me ponía malas caras cuando quería salir con mis amigos.
Respiré profundo mientras caminaba con Jack hacia su automóvil y me dije a mí misma que no estaba haciendo nada malo, que yo ahora era una mujer libre que podía tomar sus propias decisiones, y que además, estaba completamente soltera, por lo que no me cerraría a ninguna posibilidad de ahora en adelante.