Aquella tarde el dolor apareció como una oleada repentina, obligándome a aferrarme al borde de la mesa de la cocina.
—Ay… —solté, con una mueca.
—¿Qué pasa? —preguntó Carla, dejando el celular a un lado.
No alcancé a responder cuando sentí algo tibio recorrerme las piernas.
—Creo que… rompí bolsa.
Carla me miró de arriba abajo con los ojos bien abiertos.
—Ah, perfecto, justo lo que me faltaba hoy —dijo irónica, mientras se ponía de pie—. ¡Vamos, arriba! Esto no es un ensayo, es la función principal.
Me ayudó a caminar hacia la puerta, pero no sin antes agarrar mi bolso del hospital que tenía armado desde hace semanas junto a la puerta. Justo por si pasaba algo como esto.
—Respira, Fran, que no quiero que te me desmayes en el auto. Y si gritas mucho, me voy a poner los audífonos, ¿queda claro?
A pesar del dolor, solté una risa entrecortada.
—Eres insoportable, Carla —murmuré entre dientes—. No me hagas dudar de darte como ahijada a mi hija.
—Lo hablaremos después, pues justo ahora tú