Como todos los días lunes yo me encontraba trabajando desde temprano, anhelando que sea medio día para por fin poder ir a casa a almorzar algo rápido y posterior a eso asistir a mis clases en la Universidad.
Sí, era un ritmo de vida agotador, pero no tenía más alternativa que mantenerme con ánimo y cumplir con mis responsabilidades, pues mi beca universitaria no me cubría todos los gastos y mis padres eran personas de esfuerzo, por lo que yo también tenía que poner de mi parte y trabajar duro para poder seguir estudiando, además de que nada más me faltaba un semestre para terminar mi carrera.
Estaba navegando por mis pensamientos cuando un leve sonido me hizo salir de aquella fantasía y caí en cuenta que había un cliente frente a mí que me extendía un vestido y esperaba paciente a que yo hiciera la venta, por lo que rápidamente pasé la prenda por la máquina que digitaba los precios y me sentí tonta por lo distraída que estaba, tanto así que evité mirarle la cara al cliente.
—Son 20