El día de la boda de Kat y Demian amaneció luminoso, como si el cielo hubiese decidido vestirse de fiesta para ellos. El aire estaba tibio, y en mi pecho habitaba una mezcla de emoción y nerviosismo que no tenía que ver con la ceremonia… o quizá sí, pero de una forma distinta.
Jackie, con apenas un mes de nacida, dormía plácida en los brazos de mi madre. Ella estaba sentada en una de las primeras filas de la iglesia y me dedicaba sonrisas llenas de ternura cada vez que nuestras miradas se encontraban. Yo sabía que su felicidad no solo era por ver a Kat y Demian unir sus vidas, sino también por este nuevo capítulo que había comenzado en la mía.
El vestido de dama de honor que llevaba era de un verde pastel suave, entallado en la cintura y con una falda vaporosa que se movía con cada paso que daba. Phillip, a mi lado, lucía impecable con su traje oscuro y corbata a juego con mi vestido. No era solo mi pareja… ese día también era mi compañero de ceremonia.
Ambos formábamos parte del sele