Un mes después.
Me observé en el reflejo de aquel enorme espejo y sonreí al notar el leve bulto que se formaba en mi vientre bajo. El tiempo había pasado volando y, con nueve semanas de embarazo, me sentía distinta.
A pesar de las molestas náuseas matutinas, en general me sentía genial.
—A ver… —murmuró Carla, evaluando con ojo crítico el vestido blanco de novia que Kat llevaba puesto.
Kat se giró lentamente frente al espejo, y de pronto el ambiente cambió. El vestido caía con una gracia perfecta, abrazando su figura de manera impecable, arrancando un suspiro colectivo de todas nosotras en la sala.
—Es este… —dijo Kat en voz baja, como si temiera romper el momento.
Sentí un nudo en la garganta al verla tan hermosa. Las hormonas me habían convertido en una mujer que lloraba por cualquier cosa, y no me avergoncé cuando un par de lágrimas rodaron por mis mejillas. Ver a una de mis mejores amigas a punto de casarse con el amor de su vida era demasiado para mi corazón.
—Te ves… increíble,