Mundo ficciónIniciar sesiónLa Princesa Bella lo perdió todo en una sola noche. Después de ser utilizada para un matrimonio político y de descubrir que esperaba gemelos, su felicidad se hizo añicos: su propio esposo urdió una traición brutal, destruyendo su reputación y arrojándola sin piedad al abismo. Pero un misterioso líder tribal la rescata y la reconoce, pero ella le ruega silencio. Ahora ella, la Princesa traicionada y fría como el agua, convive con él, el Líder ardiente y vengativo como el fuego. Cada uno tiene cicatrices. Su inevitable encuentro promete chispas y secretos peligrosos. Ella necesita esconderse. Él necesita vengarse. En este juego de poder, ¿quién será el primero en quemarse o ahogarse?
Leer másBella apretaba la pila de libros contra su pecho mientras cruzaba el patio trasero, un camino de grava que siempre le resultaba demasiado largo. Su destino era la parte más vieja de la biblioteca, el único lugar donde podía encontrar un poco de silencio.
De pronto, un ruido la hizo detenerse en seco.
Justo delante de ella, dos sus medio hermanos estaban inmersos en un juego. El aire alrededor de ambos estaba lleno de envidiables risas y felicidad.
Bella debió haberse dado la vuelta. Pero el instinto de no llamar la atención llegó demasiado tarde.
Caelus rió con fuerza y soltó una cubeta de agua helada que tenía oculta sobre ella. Bella no tuvo tiempo de reaccionar. Sus libros cayeron al suelo con el golpe que la desestabilizó.
Marina ensanchó su sonrisa al ver el desastre.
— ¡Miren a la inútil! — exclamó Marina, apuntando con el dedo a Bella.
Caelus se acercó, sus ojos azules brillando con malicia.
— ¿Se te cayeron los libros, Bella? ¡Qué lástima! Tenías que haberte movido en lugar de quedarte ahí como una tonta. — Se encogió de hombros, fingiendo inocencia.
La cara de Bella se encendió en un rubor avergonzado, pero se obligó a bajar la mirada y empezar a recoger los libros.
— Solo mírala — continuó Marina con voz burlona, — la única princesa sin una gota de poder real. Es una vergüenza para el Reino. Deberían mandarla a vivir con los aldeanos.
Caelus se inclinó y, con el dedo, tocó levemente el cuello de Bella. Allí se escondía una mancha de nacimiento de color rojo intenso que parecía la forma de una llama o un mapa antiguo.
— Y miren esto — susurró Caelus — Nació con esta cosa horrible ¿Qué es eso, Bella? ¿Una mancha de la peste? ¿Una maldición de los clanes de Fuego que fueron masacrados?
Marina soltó una carcajada estridente.
— ¡Sí! ¡Parece la marca de la peste! Hay que tener cuidado con la mancha, la desgracia podría ser contagiosa si nos acercamos demasiado.
Con las mejillas ardiendo Bella solo se pudo aferrar los libros restantes mientras trataba de ignorar las palabras crueles de sus hermanos. No había nada que hacer. Ella era la princesa abandonada, era solo una mancha sin poder.
Se levantó sin decir una palabra, sus nudillos blancos por la fuerza con la que agarraba los libros, y se alejó lo más rápido que pudo dejando las risas crueles de sus hermanos a sus espaldas.
El continente de Azeroth estaba gobernado por una verdad elemental: Las niñas como ella no tenían ningún valor. Era un hecho aceptado que la sangre real, especialmente dentro de las casas gobernantes, no servía de nada sin un poder político que las respalde.
La tradición establecía que cualquier niño con la línea de sangre pura comenzaría a recibir educación real académica a partir de su octavo cumpleaños.
Y las niñas, por otro lado, serían presentadas en el mundo social por sus madres a la misma edad.
El problema de Bella comenzó al celebrar su octavo año. Luego el noveno. Luego el décimo. Y nada.
Ninguna persona se hizo responsable por ella.
Los rumores se extendieron como la pólvora: ¿Por qué el rey se había olvidado de una de su hija mayor? ¿Era la niña producto de un error? ¿Había habido alguna traición por parte de su madre? La conclusión fue que Bella era una princesa solo de título..
El trayecto de regreso al Palacio Occidental fue un tormento para Bella. El frío del atardecer calaba en sus huesos y los libros que apretaba ahora empapados la hacían sentir patética.
Su cumpleaños estaba a la vuelta de la esquina. Un cumpleaños que no era motivo de alegría, pues no había nadie para compartirlo. En Azeroth, llegar a la mayoría de edad establecida daba la posibilidad de la independencia. En cuanto fuera legalmente libre, Bella planeaba desaparecer.
Su hogar actual era el Palacio Occidental, una estructura secundaria del palacio principal. No era un lugar de honor, sino un exilio disimulado al que fue enviada el día que su madre desapareció sin dejar rastro. La mitad de las ventanas estaban rotas y el polvo se acumulaba en los muebles cubiertos con sábanas blancas. Era un lugar destartalado que se sentía más como una prisión.
Bella se arrastró hasta su habitación, sola. No tenía damas de compañía ni doncellas. Esa era otra humillación silenciosa del Rey; si no tenía valor alguno tampoco merecía compañía.
Al entrar, se detuvo.
Había alguien allí.
Se trataba de James, un hombre mayor y amargado, el único sirviente que el Rey había obligado a permanecer en el palacio abandonado.
James estaba puliendo una mancha imaginaria en un espejo. Sus ojos grises y cansados se posaron de inmediato en los libros mojados que Bella sostenía y en la tenue marca de barro en la alfombra mohosa que hizo al entrar.
— ¡Por las barbas de los Elementales, ¿no puedes ni caminar bien?!— siseó James —Maldita sea, Bella. ¿Por qué no te quedas escondida en tu madriguera como la rata que eres? ¡Mire ese desastre!
Bella se encogió.
— Lo siento, James. Mis hermanos...
— ¡Tus hermanos tienen cosas más importantes que hacer que preocuparse por tus torpezas! — la interrumpió con un tono de desprecio absoluto. — ¿Quién cree que tendrá que limpiar esto? ¿Usted? No. Soy yo, el único infeliz atrapado en este agujero helado por su culpa.
Se acercó, la mirada llena de furia.
— Usted es un desastre, una mancha, y una maldición para este reino. Desde que llegó, todo ha sido desgracia. — Su voz bajó a un susurro cruel que la hirió más que cualquier grito. — Váyase a su cuarto. No ensucie más la casa y no me recuerde que estoy sirviendo a una niña sin madre.
Bella se quedó inmóvil un momento. Luego se dio la vuelta y se encerró en su pequeña habitación.
Poco después del regaño de James, el sirviente volvió para dejar la "cena": un trozo de pan endurecido por el tiempo y un plato de sobras resecas que olían a rancio. Aunque el estómago de Bella se revolvía por la falta de nutrientes y el mal estado de la comida, la necesidad de sobrevivir era más fuerte que el asco.
James se quedó junto a la puerta para asegurarse de que comiera.
— Coma despacio porque no hay más y será molesto si se atraganta mientras come. No olvide que nadie en el palacio principal derramará una lágrima por usted.
Luego se fue.
Bella terminó el plato, sintiendo el frío no solo del aire, sino de su propia piel pálida y casi enfermiza. Ella sabía que su apariencia (Especialmente su cabello inusual de un tono gris dorado) la marcaba, recordándole a todos la mujer que había causado la vergüenza del palacio: su madre.
Cuando llegó la noche Bella se escabulló de su cuarto. Abrió la ventana del pasillo principal y subió a los tejados en ruinas del Palacio abandonado.
El cielo nocturno salpicado de estrellas centelleantes era su único consuelo. Era el único lugar en todo Azeroth donde se sentía verdaderamente libre y a salvo.
Recordaba la última noche que la vio. Su madre había sido inusualmente tierna, la había abrazado más fuerte que de costumbre y le había leído un cuento de princesas que encontraban su propia felicidad. A la mañana siguiente, no estaba.
Ese recuerdo era el fuego que la mantenía viva. Bella estaba absolutamente segura de que su madre no la había abandonado sino que estaba en algún lugar y estaba aún más segura de que sobreviviría la mayoría de edad, saldría de ese gélido palacio y la encontraría para que pudieran ser felices juntas.
Con el cuerpo temblando por el frío que se colaba incluso a través de su ropa gastada, regresó a su habitación y se acostó en su vieja cama. Miró por la ventana rota las estrella. El invierno comenzaría pronto y sin cobijas adecuadas ni ropa cálida sentía cada grado de temperatura en sus huesos.
Pero antes de que el sueño pudiera aliviarla hubo un sonido amortiguado y rítmico como un galope.
Al principio fue solo un eco, pero creció rápidamente rompiendo la calma. Bella se sentó de golpe, el corazón latiéndole desbocado.
El sonido no era el de una simple patrulla. Eran varios caballos, moviéndose a una velocidad alarmante y se dirigía directamente hacia el Palacio Occidental. Podía escuchar el roce de la armadura y las voces masculinas amortiguadas.
Eran soldados, muchos de ellos.
''¿Por qué vendrían soldados a este palacio olvidado en medio de la noche?''
El Rey Teo Dan, con el rostro deformado por la feicidad de haberse desecho de su esposa.La caída era de varios cientos de metros, y al fondo solo había rocas afiladas golpeadas por una marea agresiva. Teo Dan se asomó al borde. La fuerza del agua era salvaje, las olas rompían con violencia y el aire estaba lleno de espuma. La zona era conocida por su peligrosidad.— ¡Inútil! — gritó Teo Dan. A sus ojos, no importaba si se había salvado por un segundo; la fuerza del mar la habría destrozado. — El mar se encargará de ella.Miró a sus soldados.— Ella está muerta. Se murió ahogada, o las rocas la destrozaron. La marea es demasiado fuerte para que nadie sobreviva. Ahora, regresemos. Nadie debe saber que la sacamos del palacio. ¿Entendido?El Rey no quiso perder más tiempo. Se dio la vuelta con un movimiento brusco dando a Bella por muerta y volviendo con sus soldados para iniciar el bloqueo informativo.Cuando el sonido de los pasos del Rey y sus hombres se perdió en la distancia, la agi
A los cinco días de la revelación, la noticia del embarazo de la Reina ya había corrido por todo Kaelar. La sala de Bella se llenó de vida ya que los ministros vinieron uno tras otro a felicitarla. Por protocolo, la madre de los herederos debía ser honrada, sin importar cuánto despreciaran a la Reina en privado.Después de un día agotador de recibir invitados y mantener la fachada de una Reina feliz, Bella se sentía muy cansada cuando cayó la noche. Se había quedado en el comedor de sus aposentos, terminando de lavar los platos ella misma (un hábito que no había podido sacudirse a pesar de su nuevo estatus). Se sentía también un poco hambrienta.Llamó a su doncella.— Ana, por favor, ¿podrías ir a la cocina y prepararme unos pequeños bocadillos? Algo sencillo, por favor.Ana fue rápidamente a cumplir el encargo. Poco después, regresó con una bandeja. Bella se sentó en el sofá, devoró dos trozos de la comida y debido al agotamiento extremo, se durmió pronto, dejando la bandeja a medio
Después de la cena, Bella inventó una excusa sobre el cansancio del viaje pero el descanso le fue negado. Al momento de entrar, un nuevo grupo de doncellas entró para arreglarla para la noche de bodas.Cuando las doncellas finalmente se fueron, Bella se quedó sola en la alcoba inmensa. El miedo se apoderó de ella. No temía al acto en sí sino a Teo Dan.., no podía imaginar que él fuera gentil.Afortunadamente el Rey no llegó. La espera se hizo demasiado larga y el agotamiento de los últimos días finalmente la venció. Bella se quedó dormida, agotada.El sonido de la puerta abriéndose con violencia la despertó de golpe.El Rey Teo Dan entró en la habitación. Se tambaleaba ligeramente y el olor a vino era fuerte; estaba borracho. Se dirigió a la cama con un paso torpe y se desplomó pesadamente sobre el colchón, sacudiendo a Bella.— Pensé que al menos tendrías la decencia de esperar a tu Rey. Eres una decepción, Ulises me ha enviado una miseria inútil.Hizo una pausa, y su mirada se detuv
Levantó la mirada con el rostro ardiendo de vergüenza y se encontró cara a cara con el joven de mirada triste que había notado en la ceremonia.Y sus ojos se encontrron por primera vez.El joven misterioso se apresuró a ayudarla, sus manos fuertes y gentiles se posaron en sus brazos para asistirla.— Lo siento, Su Alteza, ¿está herida? — preguntó él, su voz era profunda y sorprendentemente amable.Bella, sin embargo, estaba demasiado avergonzada por el accidente y temía ser descubierta descalza en el pasillo. Ella solo quería evitar cualquier situación que pudiera ser interpretada como debilidad o vulgaridad.Ella se apartó del contacto del hombre rápidamente y se levantó sola, sacudiéndose las arrugas del vestido y recuperando la compostura con esfuerzo.— ¡Mis disculpas! — se apresuró a decir. Ni siquiera lo miró bien. — Ha sido mi torpeza. Lo siento mucho.Sin esperar a que él respondiera se dio media vuelta y se alejó a toda prisa.(...)La habitación era más lujosa que cualquier
Bella despertó sobresaltada, pero el miedo se disipó al momento.El cuarto estaba ordenado. La puerta y la ventana estaban cerradas, y no había rastros del hombre de negro ni de la daga. No había sangre ni restos en el suelo. El aire de la mañana era frío y limpio.''Fue un mal sueño febril...'' se dijo.Pronto, el viaje se reanudó. Durante días, el carruaje traqueteó hacia el este hasta que finalmente llegaron a las fronteras del Reino de Kaelar.Al detenerse la comitiva, Bella miró por la ventanilla: Había Una línea de soldados de Kaelar vestidos con uniformes oscuros y armaduras relucientes la esperaba, estos soldados se inclinaron con una profunda y respetuosa reverencia al ver el carruaje de la princesa.El gesto la conmovió profundamente.Al menos ella pensó que en este nuevo reino su posición sería respetada.Bella descendió del carruaje. Sintió de inmediato una diferencia palpable en el ambiente: a diferencia del aire gélido de su tierra natal ahí hacía calor.— Bienvenida, fu
El día de la partida amaneció gris y frío, con el suelo aún mojado por la tormenta de la noche anterior.Como era de esperarse, nadie salió a despedir a Bella. No hubo lágrimas, ni abrazos, ni siquiera una guardia de honor. Simplemente siguió las órdenes de un grupo de soldados y un sirviente encargad del viaje. Se dirigía al reino de Teo Dan de Kaelar, un nombre que sonaba pesado y lejano.Su equipaje era escaso. Llevaba una pequeña maleta con sus pocos objetos personales y un puñado de prendas de vestir. Irónicamente, lo más "decente" que llevaba puesto eran algunos vestidos que su media hermana, Lysandra, había desechado por considerarlos "pasados de moda". Los vestidos le quedaban visiblemente grandes, a pesar de que Bella era mayor que Lysandra.Lo que sí viajaba con lujo era la dote para el Rey Teo Dan: varias carretas cargadas de cofres repletos de joyas, metales preciosos y títulos de tierras. No era un regalo de bodas; era claramente una ofrenda de paz apresurada de parte del
Último capítulo