Mundo ficciónIniciar sesiónEl Rey Teo Dan, con el rostro deformado por la feicidad de haberse desecho de su esposa.
La caída era de varios cientos de metros, y al fondo solo había rocas afiladas golpeadas por una marea agresiva. Teo Dan se asomó al borde. La fuerza del agua era salvaje, las olas rompían con violencia y el aire estaba lleno de espuma. La zona era conocida por su peligrosidad.
— ¡Inútil! — gritó Teo Dan. A sus ojos, no importaba si se había salvado por un segundo; la fuerza del mar la habría destrozado. — El mar se encargará de ella.
Miró a sus soldados.
— Ella está muerta. Se murió ahogada, o las rocas la destrozaron. La marea es demasiado fuerte para que nadie sobreviva. Ahora, regresemos. Nadie debe saber que la sacamos del palacio. ¿Entendido?
El Rey no quiso perder más tiempo. Se dio la vuelta con un movimiento brusco dando a Bella por muerta y volviendo con sus soldados para iniciar el bloqueo informativo.
Cuando el sonido de los pasos del Rey y sus hombres se perdió en la distancia, la agitación en el mar disminuyó ligeramente.
El agua en la base del acantilado se agitó y, en la sombra de una cueva tallada por el mar, una figura emergió lentamente. Era una persona misteriosa vestida con ropas oscuras y húmedas que había estado escondida observando la escena desde abajo.
Esta figura se movió con una agilidad sorprendente para salir del escondite. Caminó hacia el lugar donde Bella yacía inconsciente, cubierta por las algas y la arena mojada. La figura se inclinó hacia ellas.
Tomó a Bella en sus brazos con cuidado. Ella estaba pálida y fría por el contacto con el agua antes de caer, pero milagrosamente viva.
El hombre misterioso la levantó y la llevó a su cueva. Tenía un lugar seguro para ella, lejos del alcance de los Reyes y las mentiras.
(...)
Bella despertó lentamente. La primera sensación fue de calidez, un contraste absoluto con el frío brutal que recordaba del acantilado. Abrió los ojos y pestañeó, aturdida por la luz tenue que se filtraba en su refugio.
Estaba acostada en una cama hecha de pieles suaves y gruesas dentro de una estructura redonda y acogedora, muy diferente a los palacios de piedra. El aire olía a hierbas secas y humo de leña.
A su alrededor la observaban varias mujeres con rostros amables. Vestían ropas de cuero y lana, y sus expresiones eran sencillas y gentiles. La trataron con una ternura que Bella no había experimentado desde su infancia.
— ¡Estás despierta, por fin! — exclamó una de ellas, una mujer mayor con trenzas largas, y le acercó un cuenco con un líquido tibio.
Bella intentó incorporarse, con una punzada de pánico. Lo primero que vino a su mente por encima del recuerdo de la caída fue la vida que llevaba dentro.
— Mis bebés... ¿dónde están mis bebés? — preguntó Bella, con la voz débil y temblorosa.
Las mujeres se miraron entre sí, un silencio pesado llenó la estancia. Sus ojos se llenaron de una profunda tristeza. La mujer mayor se sentó a su lado y tomó su mano con cariño.
— Hija, lo sentimos mucho — dijo con suavidad. — El mar te golpeó con mucha fuerza. Perdiste a tus hijos. Tuviste un aborto cuando te encontramos.
La noticia golpeó a Bella con una fuerza inimaginable, un dolor que superaba la traición de Teo Dan. Lloró en silencio, la pérdida era absoluta, la última cosa buena que le quedaba en el mundo se había ido.
La mujer le permitió llorar, y después le dijo — Has estado inconsciente durante dos semanas completas. Necesitas descansar y recuperar tus fuerzas.
Cuando su dolor se calmó un poco, la curiosidad se impuso. Bella miró a su alrededor y quiso salir a ver dónde estaba, pero el lugar que podía ver era completamente extraño. Las paredes eran de madera y pieles, y los objetos que usaban las mujeres eran rústicos. No había lujo, sino funcionalidad. El ambiente era el de una tribu o una aldea primitiva.
— ¿Dónde estoy? — preguntó Bella, con la voz áspera. — ¿Quién me salvó?
La mujer sonrió con un brillo en los ojos que era casi de orgullo. — Estás en un campamento seguro. Y fue nuestro líder quien te salvó, el hombre más fuerte de nuestra tribu.
Impulsada por la desesperación y la necesidad de respuestas, Bella se obligó a andar más. Sus piernas temblaban bajo su peso y la tristeza por la pérdida de sus hijos la dejaba exhausta. A pesar de las protestas silenciosas de las mujeres se puso una capa de pieles sobre el camisón y salió de la cálida cabaña.
El pequeño campamento era un grupo de estructuras rústicas y sencillas, ubicado en una zona protegida y rocosa cerca del mar. Era un lugar duro pero limpio y funcional.
Apenas Bella dio unos pasos, escuchó un movimiento brusco. Desde el borde del bosque apareció un hombre que caminaba con la ligereza de un depredador. Llevaba ropa de cuero de caza y estaba cargando una impresionante cantidad de animales de caza que colgaban de su hombro: conejos, aves y un ciervo pequeño.
Era Sebastian.
Su apariencia era más ruda que en el palacio, le sentaba mejor ese atuendo de caza que el traje formal de jefe de seguridad.
Sebastian se detuvo en seco al ver a Bella de pie. Sus ojos, los mismos ojos de profunda tristeza que ella había notado en la boda, se abrieron con sorpresa.
Bella intentó caminar hacia él pero su debilidad era evidente. Se tambaleó ligeramente, aferrándose al poste de una cabaña para no caer.
— Fuiste tú — dijo Bella, su voz apenas un hilo. — Tú estabas allí, en la cama... y en el acantilado. Tú me salvaste.
Sebastian dejó caer la carga al suelo con un ruido sordo. Caminó hacia ella pero se detuvo a una distancia prudente, sus manos abiertas en un gesto de rendición silenciosa.
— Sí, fui yo, Bella — admitió Sebastian con voz áspera. Su mirada era dura pero había algo de compasión de compasión en ella. — Pero debes entender algo. Te salvé por compasión, no por otra cosa. No puedo tenerte aquí. No debes permanecer en este lugar.
— ¿Por qué? — preguntó Bella, la desesperación creciendo. — Me has traído aquí. ¿Dónde más podría ir? Teo Dan cree que estoy muerta, ahogada... Si regreso, él me matará de verdad.
Sebastian suspiró, su rostro se oscureció. — Mi gente aquí ya ha sufrido mucho. Si el Rey descubre que te tengo me convertirá en el traidor que él piensa que soy, y destruirá a todos. Eres de la realeza; no puedes quedarte en un campamento tribal.
Bella dio un paso hacia él con súplica Ella no tenía nada que perder. Se había quedado sin hijos, sin familia y sin reino.
— Sebastian, por favor.— suplicó, las lágrimas asomando de nuevo. — Te lo ruego. Acabo de perder a mis hijos. No tengo a dónde ir. Teo Dan quería incriminarme... y matarme. Por favor, no me envíes de vuelta. Te lo imploro: guarda el secreto de que sobreviví.
Ella usó su desesperación como un arma. — Permíteme quedarme aquí solo un tiempo hasta que recupere mi fuerza. Seré útil. Haré lo que sea. Por favor, no le des a ese tirano la satisfacción de matarme de verdad.
Sebastian observó el rostro de Bella. La vio temblar por el esfuerzo con su cuerpo frágil apenas cubierto por las pieles. Vio la verdad en sus ojos: esa mujer no volvería al palacio. Estaba rota, sola, y su supervivencia era ahora la prueba viviente de la traición de Teo Dan.
El silencio fue pesado, tenso.
Sebastian finalmente tomó su decisión. Su mandíbula se tensó, aceptando el peligro que esto representaba para su propia vida y para las personas que lo habían acogido.
— Si te quedas... — dijo Sebastian, su voz grave y pesada — tu vida me pertenece. Harás lo que te ordene y no harás preguntas. Ya no eres la Reina de Kaelar.
Dio un paso hacia ella, su sombra envolviéndola.
— Tuviste suerte, Bella — susurró Sebastian, la tristeza en sus ojos ahora parecía un abismo de culpa. — No puedes decir nada sobre lo que veas aquí en el futuro, pero si mientes, si intentas escapar y revelar quién eres... yo mismo terminaré el trabajo que Teo Dan comenzó.







