6.

Después de la cena, Bella inventó una excusa sobre el cansancio del viaje pero el descanso le fue negado. Al momento de entrar, un nuevo grupo de doncellas entró para arreglarla para la noche de bodas.

Cuando las doncellas finalmente se fueron, Bella se quedó sola en la alcoba inmensa. El miedo se apoderó de ella. No temía al acto en sí sino a Teo Dan.., no podía imaginar que él fuera gentil.

Afortunadamente el Rey no llegó. La espera se hizo demasiado larga y el agotamiento de los últimos días finalmente la venció. Bella se quedó dormida, agotada.

El sonido de la puerta abriéndose con violencia la despertó de golpe.

El Rey Teo Dan entró en la habitación. Se tambaleaba ligeramente y el olor a vino era fuerte; estaba borracho. Se dirigió a la cama con un paso torpe y se desplomó pesadamente sobre el colchón, sacudiendo a Bella.

— Pensé que al menos tendrías la decencia de esperar a tu Rey. Eres una decepción, Ulises me ha enviado una miseria inútil.

Hizo una pausa, y su mirada se detuvo en el rostro de Bella, ahora iluminado por la luz de una vela. A pesar de su borrachera, la belleza innegable de Bella le hizo dudar.

— Pero tienes una cara bonita. Supongo que podría sacrificarme por esto, si es necesario para el protocolo.

Decidió tomarla. Lo que siguió fue un encuentro desprovisto de cualquier atisbo de conexión humana. No fue nada gentil ni amable. El Rey fue rudo y cruel con ella, movido únicamente por su propia satisfacción y un deseo frío y brutal. La mente de Bella se retiró, y ella se limitó a soportar el dolor y la humillación.

Bella se obligó a permanecer quieta en medio de la crueldad el Rey no dejó de hablar, pero las palabras no iban dirigidas a Bella. Con cada movimiento, con cada respiración profunda, con cada embestida él no dejó de pronunciar el nombre de otra mujer.

— Sofía... pronto, mi Sofía...

 Bella lloró en silencio.

Mientras las lágrimas caían, la marca roja en el lado derecho de su cuello comenzó a doler con intensidad pero aguantó, su mente aferrada a su propia libertad, hasta que el Rey, satisfecho, se desplomó a su lado y se durmió con un fuerte resoplido.

Bella yace despierta, sola en la cama junto a su esposo borracho y cruel que tomó su virginidad de la forma más cruel e inhumana que había visto.

...

Después de aquella noche brutal el patrón se estableció rápidamente.

El Rey Teo Dan continuó visitando su alcoba cada noche sin falta. El ritual era siempre el mismo: él la tomaba con brusquedad y luego se iba en la madrugada.

Eso le dio a Bella una pequeña, pero crucial, autoridad en el palacio. El Rey usaba su cuerpo, pero al menos la reconocía de una manera que la corte no podía ignorar.

Usando su recién adquirido poder, Bella despidió sin piedad a los sirvientes que la habían irrespetado abiertamente.

Solo una joven doncella permaneció de la servidumbre original: Ana, una criada sencilla y trabajadora que nunca había mostrado malicia hacia Bella.

Los días de Bella pasaron con una tranquilidad relativa. Transcurrieron tres meses mientras se concentraba en aprender.

Ana era muy dedicada con ella, y su presencia se convirtió en un pequeño faro de calidez en el palacio de piedra.

Una tarde, mientras Bella repasaba unas cuentas, Ana entró en la sala con una bandeja de té. Notó las ojeras extremas de la Reina.

— Su Alteza, por favor, descanse. Ha estado trabajando todo el día, y el cocinero dice que no ha comido lo suficiente. Además..., se ha estado sintiendo mal últimamente y se ha desmayado varias veces en los últimos días. Debe ir a ver al Curandero, Su Alteza.

Bella intentó no hacerle demasiado caso. La debilidad que sentía era un agotamiento persistente pero se negaba a ceder. Había descubierto que el trabajo y el aprendizaje eran algo que le gustaba.

— No hay necesidad de molestar a nadie, Ana. Solo es el cambio de clima.

Pero Ana, ignorando la protesta de Bella, llamó al médico de la corte.

El médico realizó el chequeo en la residencia de la Reina. Tomó el pulso de Bella, sintió su abdomen y examinó su palidez. El silencio en el cuarto era denso, interrumpido solo por el leve golpeteo de la lluvia en el cristal.

Cuando el médico finalmente habló, su voz era grave pero firme.

— Su Majestad— dijo, haciendo una reverencia. — No está enferma. Está embarazada.

Bella se quedó inmóvil.

 ¿Embarazada?

Una sensación abrumadora de emoción y temor la invadió. Ella..., ¿había creado vida?

El médico continuó:

— Y a juzgar por el pulso inusualmente fuerte y rápido, mi Reina... me atrevería a decir que son gemelos.

La noticia borró instantáneamente el dolor y el miedo de su pasado. El agotamiento, los desmayos, la humillación... todo valía la pena ahora. Ella no estaría sola; tendría hijos. Hijos reales, herederos del trono.

La esperanza floreció en Bella y se dijo que este era el momento que la diosa le concedió.

Un Rey no podía despreciar a la madre de sus herederos, mucho menos de gemelos. Su corazón, ingenuo y desesperado se lo quería contar de inmediato al Rey, con la esperanza de que, ahora sí, sus ojos la vieran con favor y orgullo.

Bella pasó el resto del día en una frenética preparación. Se vistió y arregló cuidadosamente, eligiendo un vestido que acentuara su rostro sin ser vulgar. Con su pequeña autoridad, ordenó que se decorara el palacio de la Reina con flores frescas y velas, creando un ambiente íntimo y acogedor. Finalmente, envió un mensajero al Rey para invitarlo a cenar en sus aposentos.

Ella estaba lista para el sacrificio. Estaba dispuesta a llevarse bien con Teo Dan y soportar su frialdad por el bien de sus hijos.

El golpe de gracia llegó en la noche.

El Rey Teo Dan entró en el comedor, pero no con la curiosidad o el interés que Bella había esperado. Estaba desaliñado, su cabello oscuro estaba ligeramente revuelto y su ropa, aunque fina, mostraba marcas visibles y arrugas que sugerían un apresurado abandono de la cama.

Su expresión no era de amor, sino de sospecha.

— ¿Por qué me invitas aquí de repente, Bella? — preguntó Teo Dan sin molestarse en saludarla.

Bella sintió cómo su corazón se encogía al notar el perfume dulzón en su esposo, que no era el suyo. Era dolorosamente obvio que acababa de tener un encuentro sexual con la hija del ministro.

Además, la humillación se hizo más profunda cuando Bella recordó los rumores que susurraban las doncellas: el Rey se la pasaba encerrado en la habitación de su amante, Sofía, sin preocuparse por sus deberes reales o su esposa legítima.

El palacio estaba decorado, la comida estaba servida y ella estaba lista para sacrificar su dignidad, pero él ni siquiera podía disimular su infidelidad para esa cena especial.

Bella sintió un escalofrío de rabia y humillación al ver el estado del Rey. Las manos, que sostenían la servilleta en su regazo, le temblaron por el coraje. Pero la vida de sus gemelos dependía de este momento, y se obligó a ignorar la traición de su esposo.

Tomó una respiración profunda.

— Majestad — comenzó Bella, forzando la voz para que sonara firme. — Hay una razón muy importante para esta cena. Una noticia que cambiará el futuro de Kaelar. Estoy esperando un hijo... o, de hecho, el médico cree que podrían ser gemelos.

La reacción del Rey fue inesperada.

El ambiente se volvió tenso y pesado, como si una maldición invisible hubiera caído sobre la estancia. Teo Dan se quedó atónito, su expresión de sorpresa fue total, borrando el rastro de la borrachera. No era la alegría que un padre sentiría.

Pero el Rey Teo Dan era un maestro en el engaño político. Recuperó rápidamente el control. Una sonrisa falsa y helada se extendió por su rostro.

— ¡Gemelos! — exclamó, forzando una carcajada sonora. — ¡Qué bendición de la diosa! ¡Qué día para Kaelar!

Fingió una felicidad exagerada. Llamó de inmediato a un sirviente y, sin dirigirse a Bella mandó repartir una bolsa de monedas de oro a todos los guardias y sirvientes del ala en señal de celebración. Era una actuación pública, un alarde de alegría superficial.

Bella sabía que esa alegría era mentira. Pero con la vida de sus hijos como su máxima prioridad se forzó a sonreír junto a él. Se mantuvo firme, con la mano sobre su vientre plano, ignorando el hecho de que, detrás de esa sonrisa falsa, el Rey Teo Dan ya estaba planeando cosas con malas intenciones para deshacerse de ella antes de que esos herederos pusieran en peligro su futuro con Sofía.

Bella acababa de firmar su sentencia de muerte, pero lo hizo con una sonrisa, creyendo que la vida que llevaba dentro la protegería.

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