Mundo ficciónIniciar sesiónEl sol apenas se alzaba cuando Bella se levantó. Rápidamente se puso una falda larga de lana y una blusa simple. Eran prendas que había remendado tantas veces que los hilos originales casi no existían pero estaban limpias y olían a lavanda seca que ella misma había guardado.
El Palacio Occidental estaba inusualmente activo.
Había sirvientes por todas parte trabajando duro para hacer que el Palacio que se cae a pedazos se viera presentable.
Una figura imponente la interceptó. Era Lady Elara, la Jefa de Sirvientas del palacio occidental que oficialmente DEBÍA supervisarla pero que en realidad solo malversaba los pequeños fondos de mantenimiento y nunca ponía un pie en el lugar.
— ¡¿Dónde, por la gracia de los Elementales, has estado?! — Gritó — ¡Tenemos un caos y tú solamente estás siendo perezosa! ¿No puedes ser un poco más útil en lugar de escabullirte como una cucaracha?
— Yo... yo no he estado en ningún lado — tartamudeó Bella. — ¿Qué está pasando? ¿Por qué hay tanta gente? ¿Por qué están limpiando todo de repente?
— No te incumbe, 'Princesa'. Y, francamente, dada tu... apariencia... — Hizo un gesto despectivo hacia el cabello gris-dorado y la ropa gastada de Bella. — Sugiero que te dirijas de inmediato a los baños. ¡Ahora mismo! Tu padre, el Rey, finalmente se dignará a visitar esta... pocilga.
El corazón de Bella dio un vuelco. El Rey, su padre, el hombre que la había exiliado, ¿venía? ¿Y por qué ahora?
— Ahora, vete — ordenó Elara — Lávate esa cara de indigente y ponte algo que no parezca sacado de la basura.
El terror se apoderó de ella.
Bella subió las escaleras aturdida por la noticia. Se dirigió a los cuartos de baño del palacio. Eran grandes y lujosos en su día, pero ahora estaban llenos de moho.
Bella no podía permitirse el lujo de calentar el agua, el fuego para las calderas costaba demasiado dinero. La pobreza era tan severa que, incluso en pleno invierno, se veía obligada a bañarse en agua que le quitaba el aliento.
Mientras se frotaba la piel pálida, intentó dar sentido a la situación. El Rey no había vuelto a verla ni una sola vez desde el día que su madre desapareció.
''¿Por qué ahora?'' se preguntaba.
La respuesta lógica era que nada bueno podía venir de la visita de su padre. Sin embargo, en el rincón más profundo y obstinado de su corazón inocente pensaba mientras se vestía con su ropa más limpia y remendada en que tal vez el Rey se había arrepentido de su crueldad. Tal vez él la recordaba como a su hija y la amaba todavía. Quizás... Él había venido a llevársela de ese lugar frío.
Y la esperanza más grande de todas: quizás él la ayudaría a encontrar a su madre desaparecida.
Sintió el temblor de la puerta principal. El Rey había llegado.
Con el estómago revuelto y el corazón latiéndole como un tambor, Bella llegó al salón principal justo cuando la puerta doble, desgastada por el tiempo, se abría. La luz del sol que entraba por la abertura revelaba la figura imponente del Rey Ulises.
A diferencia de la penumbra del Palacio, él era pura majestuosidad. Su armadura ceremonial brillaba con oro y plata, y su capa de terciopelo azul profundo se movía con cada paso, por un instante, Bella se quedó impactada por su magnificencia, olvidando quién era él para ella.
A su lado, con su mano aferrada al brazo del Rey, iba su medio hermana Lysandra, apenas un año menor que Bella. Lysandra vestía un atuendo de seda finamente bordado, su cabello brillaba y su rostro, aunque joven, ya mostraba el orgullo de una heredera legítima. Bella notó la diferencia abismal entre su ropa vieja y la costosa tela de Lysandra.
El Rey Ulises se detuvo y miró a Bella como a un objeto viejo y olvidado.
— Ah, sí. La niña. — dijo el Rey — ¿Estás... bien, niña?
Bella sintió un escalofrío de desilusión. Ni siquiera intentó recordar su nombre.
Lysandra, por su parte, hizo una mueca dramática, arrugando la nariz.
— Padre, este lugar apesta a humedad y abandono — se quejó con una voz aguda. — Me da asco estar aquí. Vámonos, por favor.
El Rey Ulises dirigió su atención a Lysandra, y en ese momento, la última esperanza de Bella se hizo añicos. Él sonrió y acarició la mano de su hermana con un gesto de profundo afecto.
— Tranquila, mi flor de primavera. Esto será rápido. — le dijo el Rey a Lysandra. Luego, se volvió hacia Bella, y la sonrisa desapareció.
Fue directo al grano.
— He venido aquí por un asunto de estado, y te concierne directamente... Hemos cerrado un acuerdo diplomático con el reino de Kaelar, una nación poderosa a miles de kilómetros de aquí. Reforzará nuestras fronteras y nuestra riqueza.
Hizo una pausa, y la noticia cayó sobre Bella como un golpe.
— Pronto partirás y te casarás con el Rey Teo Dan de Kaelar. Reemplazarás a mi delicada Lysandra en este deber.
Lysandra sonrió con suficiencia, apoyando la cabeza en el brazo del Rey.
Ulises ni siquiera miró a Bella, sino a Lysandra.
— Tu hermana es demasiado sensible y valiosa para enviarla tan lejos, a un lugar tan... incierto. Tú, en cambio estás acostumbrada a la adversidad. Sabes lo que es el trabajo duro y el esfuerzo ¿no es así? Serás mucho más adecuada para el duro viaje y las obligaciones de ese reino.
Bella no era amada, no era recordada y no sería ayudada.
El Rey Ulises no esperó la respuesta de Bella. Ya había tomado su decisión.
— En cuanto a este lugar — continuó el Rey, mirando a su alrededor con disgusto como si el Palacio viejo Occidental fuera un montón de basura. — Cuando te vayas, daré la orden de demolerlo. No tiene sentido mantener esta pocilga. Y.., de hecho empezaré a enviar a los capataces de las obras de inmediato, ya que tu viaje a Kaelar será largo.
Lysandra sonrió con aire victorioso.
Ulises se ajustó su capa. Bella notó la frialdad en sus ojos.
Era cierto que a pesar de su delgadez extrema y su ropa desaliñada Bella poseía una belleza natural innegable que atraería al Rey Teo Dan. Pero lo crucial para Ulises era su posición política: no había ninguna madre que pudiera interponerse o protestar. Era un comodín desechable.
Además, el Rey Ulises no era tonto. "...Si la situación lo requiere, siempre puede ser una fuente de información en ese reino lejano. Una espina útil en el costado de Kaelar." pensó.
Con eso, sin una palabra más de afecto o despedida, el Rey Ulises tomó la mano de Lysandra y se marchó tan majestuosamente como había llegado.
Bella se quedó inmóvil en el centro del salón, su mente, a pesar del shock, se aferró a la poca información que había escuchado a través de los murmullos de los sirvientes cuando visitaba del palacio principal: Todos hablaban del Rey de Kaelar. Decían que era un tirano de sangre fría, un hombre cuya crueldad era legendaria y cuyo reino había aumentado su poder de manera descomunal en los últimos años. Este matrimonio no era una alianza, sino un intento desesperado del Rey Ulises de evitar una guerra o una amenaza inminente.
La desesperación se convirtió en un extraño tipo de esperanza.
Libertad.
Podría dejar el palacio que pronto sería reducido a escombros. Se dijo a sí misma que ese rey tirano no podía ser peor que el abandono y la crueldad de su propia familia.
"Quizás, solo quizás, el Rey Teo Dan sea al menos una persona decente en el fondo." Pensó. ''Tal vez él pueda darme ropa cálida para el inviernoy comida suficiente...''
Ese pensamiento fue una chispa de esperanza.
Bella regresó a su habitación. Mientras se desvestía para meterse en la cama, su mano se dirigió instintivamente a la base de su cuello. La marca roja, que parecía una quemadura o un mapa de fuego del lado derecho, de pronto comenzó a picar intensamente.
Ya estaba acostumbrada a que su cuerpo le enviara señales de malestar por el hambre y el frío. Pero la punzada se hizo más aguda y persistente.
Aun así no hizo un escándalo. Simplemente afirmó para sí misma con una extraña calma:
"Habrá una tormenta esta noche."
Se acostó en la oscuridad, mirando por la ventana rota. Apenas una hora después de su premonición una tormenta torrencial azotó el palacio. El palacio abandonado temblaba y los árboles afuera eran zarandeados con tal violencia que parecían a punto de ser arrancados de raíz.
Bella se acurrucó, abrazándose a sí misma para darse calor mientras el frío viento la golpeaba a través de la ventana.
Esto es lo que pasaba cada vez que su marca dolía.
Era como si fuera una advertencia o quizás un arreglo de la diosa que nadie más podía percibir.







