Mundo ficciónIniciar sesiónEla Velasco es obligada por sus padres a entrar en Isla Dragón, la base militar más temida del Pacífico. Allí manda el Coronel Klaus Adler Wolff, al que llaman "Lobo de Hielo" con una crueldad legendaria. Desde el día uno la humilla, la destroza, la convierte en la burla de todos, sin embargo, Ela se enamora en silencio del hombre que más la odia. Entre entrenamientos brutales, traiciones, torturas y una guerra que lo arrasa todo, pasarán del odio más profundo al amor más enfermo.
Leer másEla Velasco tenía la cara tan pegada a la pantalla que el aliento empañaba los cristales de sus gafas de miope. Con el lápiz óptico entre sus dedos regordetes, trazaba una última línea plateada en el pelaje del lobo. Era medianoche en Santiago de Chile, junio del 2026, y afuera llovía como si el cielo se hubiera roto encima de su departamento en Ñuñoa.
El lobo la miraba desde la tableta gráfica. Ojos azul-grisáceos, casi transparentes, que parecían hielo roto bajo la luna. Ela los había dibujado de memoria después de ver una sola fotografía borrosa en un foro militar anónimo: un hombre con pasamontañas negro, solo los ojos asomando, y la leyenda “Lobo de Hielo – Isla Dragón”. Nunca había visto su cara completa. Nadie la había visto en quince años. Pero esos ojos… esos ojos la perseguían desde hacía meses. Guardó el archivo con un suspiro tembloroso. Nombre del archivo: Lobo_sin_rostro_37.psd Era la versión treinta y siete. Cada noche lo rehacía. Cada noche lo hacía más cruel, más hermoso, más inalcanzable. En la sala, sus padres hablaban en susurros que intentaban ser discretos y fallaban estrepitosamente. —…la plaza quedó confirmada ayer, coronel Adler Wolff firmó personalmente la admisión. —¿Él mismo? Dios mío, ese hombre es una leyenda… y un monstruo, según dicen. —No hay vuelta atrás, cariño. Ya firmamos el compromiso vinculante de tres años. Si Ela abandona antes, pierde todo: apoyo económico, herencia, incluso la demandan por incumplimiento de contrato militar. —Es por su bien. Veintidós años dentro de dos meses y lo único que hace es comer pastel de milhojas a las tres de la mañana y dibujar lobos raros en esa computadora. —Mañana a las 04:30 pasa el transporte militar a buscarla. El vuelo sale del aeropuerto militar de Quintero directo a Isla Dragón. —Tres años, amor. Solo tres años y saldrá convertida en otra persona. Ela cerró la laptop con cuidado, como si el lobo pudiera romper la pantalla y morderla. Se quitó las gafas, se frotó los ojos cansados y se miró en el reflejo negro del monitor apagado. Cara redonda. Papada suave. Mejillas que todavía guardaban la grasa de la adolescencia tardía. 87 kilos repartidos en 1,68 de estatura. Sus pechos pesados le dolían de estar tanto tiempo encorvada. Se abrazó la panza con las dos manos, como si pudiera esconderla del mundo. “¿En qué me metieron?”, pensó. Se levantó con dificultad del escritorio y caminó descalza hasta la cocina. Abrió la nevera. El pastel de milhojas seguía allí, medio comido, con la crema derritiéndose en los bordes. Metió el dedo, se lo llevó a la boca. Dulce. Demasiado dulce. Después se odió por hacerlo. En su habitación volvió a abrir la laptop. Buscó de nuevo el foro clandestino donde había encontrado la única foto del Lobo de Hielo. Había comentarios nuevos. Usuario @FuerzaDelta_09: «Dicen que el Lobo acaba de recibir un lote nuevo de reclutas. Pobrecitos. El año pasado uno se suicidó a los tres meses.» Usuario @SirenaDelPacifico: «Vi la lista. Hay una chica civil obligada. La van a destrozar.» Ela sintió que el corazón se le subía a la garganta. Cerró todo de golpe. Se metió en la cama todavía vestida, se tapó hasta la cabeza y lloró sin hacer ruido para que sus padres no la oyeran. A las 04:17 de la mañana sonó el timbre. Tres golpes secos, militares. Su madre abrió la puerta. Ela escuchó la voz grave de un suboficial: —Recluta Ela Velasco, lista para traslado inmediato a la Base Isla Dragón. —Sí, mi hija ya baja. Ela se levantó como autómata. Se puso las gafas. Se miró una última vez en el espejo del pasillo: sudadera gris tres tallas más grande, leggings negros que marcaban cada rollo, mochila militar nueva que le habían comprado sus padres. Se sentía ridícula. Bajó las escaleras arrastrando la mochila. En la puerta había dos soldados con el rostro cubierto por pasamontañas negros. Uno de ellos la miró de arriba abajo. Ela sintió que la escaneaban como a una res en el matadero. —¿Ela Velasco? —Sí… soy yo... —Identificación. Se la entregó con manos temblorosas, su mente aún dando vueltas. El soldado la revisó, luego la miró otra vez. —Sube al furgón. Sin hablar. Ela simplemente hizo caso, asintió levemente. En el trayecto al aeropuerto militar nadie dijo una palabra. Ela iba sentada entre dos hombres que olían a sudor y a pólvora. Miró por la ventana empañada. Santiago dormía bajo la lluvia. En Quintero la metieron en un Hércules C-130 gris sin distintivos. Dentro había otros veinte reclutas, todos hombres, todos en forma, todos con la mirada de quien ya sabe que va a sufrir pero al menos tiene orgullo. Cuando Ela entró, el silencio fue absoluto. Luego alguien soltó una risita baja. Otro susurró, —¿Qué mi*rda es esto?. Ela se sentó en el último asiento, se abrochó el cinturón y se hundió en la capucha de la sudadera. El avión despegó rumbo al sur. Cinco horas de vuelo sobre el Pacífico hasta una isla que ni siquiera aparecía en los mapas civiles. Ela cerró los ojos, los apretó por un momento. En su mente apareció el lobo que había dibujado. Esos ojos azul-grisáceos la miraban como si ya supieran todo lo que le iban a hacer. En la Base Isla Dragón, a 1.400 kilómetros de la costa chilena, el Coronel Klaus Adler Wolff revisaba la lista de nuevos ingresos en su despacho subterráneo. El pasamontañas negro cubría todo menos los ojos. Sus dedos largos tamborileaban sobre la mesa de acero. Al final de la lista, un nombre resaltado en rojo: VELASCO, Ela Sofía – Ingreso civil obligatorio – Observación especial. Debajo, una nota manuscrita del Comandante Velasco (padre de la recluta): "Por favor, coronel, haga todo lo posible, lo suficiente para que cambie. Es por su bien." Klaus soltó una risa seca que no llegó a sus ojos. Dio un golpe seco al timbre de la mesa. La Capitana Irina Salazar entró dos segundos después, tacones resonando, cabello negro azabache suelto sobre el uniforme impecable. —¿Me llamó, coronel? —Trae a la civil gorda cuando llegue —dijo él con voz helada—. Quiero verla personalmente antes de la formación. —¿La de la nota del papá desesperado? —La misma. Irina sonrió con malicia, sus dientes son blancos y perfectos. —¿Vamos a divertirnos, mi lobo? Klaus no contestó. Solo miró la pantalla donde aparecía la foto del carnet de Ela Velasco: cara redonda, ojos enormes que le hizo pensar en ojos de ciervo asustado, un cervatillo tembloroso llamando a su madre, gafas gruesas, 87 kilos declarados. Algo se removió muy dentro de él, algo que odiaba reconocer. —Que sufra —dijo al fin—. Pero que no se rompa… todavía. Ela, en el avión, sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío del Pacífico, uno que recorrió su médula espinal, como si algo más allá la hubiera sentenciado con la mirada. Apretó más los párpados. No sabía que en menos de seis horas estaría frente a esos ojos de hielo que había dibujado tantas noches. No sabía que iba a sentir un flechazo repentino por ese hombre que más la destrozaría en toda su vida. Solo sabía una cosa: ya no había vuelta atrás. Fin del Capítulo 0Día 8. Ela ya no sabía si lloraba por dolor o por costumbre. Se despertaba con la almohada mojada de tanto llorar y moquear, y se dormía con la garganta ardiendo, con la voz ronca y ese nudo que le aprieta desde dentro. A las 04:45 la sirena volvió a taladrar el silencio. Ela se levantó de un salto, se puso las botas a tientas y salió corriendo al patio junto con los demás. El frío de la mañana le cortaba la piel como cuchillas, estornuda con mocos y se limpia con la manga. Hoy era la primera prueba real de selección: “El Circuito de la Muerte”. Doce kilómetros de pista infernal: barro hasta las rodillas, alambradas bajas, paredes de cinco metros, ríos helados y, al final, combate simulado contra instructores, esto parecía más que todo el infierno en vida. Ela pesaba 84 kilos, se lo recordaba la consciencia de repente cuando ve tantas cosas en y dificultades en un solo lugar. Había perdido tres en una semana vomitando y corriendo. Pero seguía siendo la más lenta
Día 4. Ela ya había perdido la cuenta de cuántas veces había llorado y llorado, hasta que las lágrimas se le acabaron, hasta que los mocos se le secaron, el rostro rosado por el esfuerzo y las cejas de Unidas en tristeza y dolor. Le devolvieron las gafas—“para que al menos veas por dónde vomitas”, dijo el sargento con frialdad y casi crueldad. A las 05:00, prueba física oficial: Ahora debían hacer carrera de 5 km, luego dominadas, abdominales, flexiones. Ela falló en todo, cada ejercicio, falla, ejercicios incompletos, cansancio rápido, nunca terminaba de completar siquiera una repetición. Y siempre quedando como última con diferencia humillante. El castigo: limpiar los baños de todo el barracón masculino. Sola. Pasó ocho horas arrodillada, fregando residuos humanos y vómito de desconocidos, era desagradable, no solo por el aroma, sino también por lo resbaloso que estaba aquel suelo, sucio, y calzones encontrados, hasta vello de quien sabe qué parte del cuerpo.
Se quedó dormida después de haber llorado tanto. Tuvo pesadillas toda la noche y logró encontrar el sueño como dos horas antes de la alarma. Ela se despertó a las 04:30 con el sonido de una sirena que parecía arrancarle el alma, el corazón le latía a mil por hora con ese susto. —¡Arriba, inútiles! ¡Cinco minutos para estar en ropa de deporte! Se levantó tan rápido que se golpeó la cabeza con el techo de la litera. Sisea con los dientes acariciando su cabeza. Sin gafas todo era sombras, peor si está en la oscuridad de la madrugada, a lo lejos borroso, de cerca lograba ver un poco mejor, ser miope para este ámbito le iba a ser muy complicado, al parecer. Se puso el pantalón de deporte que le quedaba un poco apretado en los muslos y la camiseta que se le subía mostrando la panza, se pone los tenis que casi nunca se ponía en casa y ahora parece sentir como dos piedras en cada uno. A duras penas sale de la habitación con los demás, n la plaza, bajo focos cegadores, llovizna y
El Hércules C-130 aterrizó con un sacudón que le hizo temblar hasta los huesos y la última neurona. Ela se aferró al cinturón, el estómago revuelto por las cinco horas de vuelo y por el miedo puro. Cuando la rampa trasera bajó, el aire helado del Pacífico Sur le pegó en la cara como una bofetada. Niebla. Solo niebla y el rugido del mar chocando contra acantilados negros, nubes oscuras como si le estuvieran advirtiendo que aún ni siquiera empezaba su verdadero sufrimiento. Un suboficial gritó: —¡Formación en diez segundos, reclutas! ¡Muévanse o los muevo yo! Ela bajó torpe casi se caía con sus propios pies, pero logró sostenerse, la mochila pesándole como si llevara piedras. Sus zapatillas civiles resbalaron en la pista mojada. Los otros veinte reclutas ya estaban en fila perfecta, hombros rectos, mentones altos. Todos hombres. Todos con cuerpos que parecían tallados para la guerra. Ela se colocó al final, intentando hacerse pequeña, invisible, pensando en que de
Ela Velasco tenía la cara tan pegada a la pantalla que el aliento empañaba los cristales de sus gafas de miope. Con el lápiz óptico entre sus dedos regordetes, trazaba una última línea plateada en el pelaje del lobo. Era medianoche en Santiago de Chile, junio del 2026, y afuera llovía como si el cielo se hubiera roto encima de su departamento en Ñuñoa. El lobo la miraba desde la tableta gráfica. Ojos azul-grisáceos, casi transparentes, que parecían hielo roto bajo la luna. Ela los había dibujado de memoria después de ver una sola fotografía borrosa en un foro militar anónimo: un hombre con pasamontañas negro, solo los ojos asomando, y la leyenda “Lobo de Hielo – Isla Dragón”. Nunca había visto su cara completa. Nadie la había visto en quince años. Pero esos ojos… esos ojos la perseguían desde hacía meses. Guardó el archivo con un suspiro tembloroso. Nombre del archivo: Lobo_sin_rostro_37.psd Era la versión treinta y siete. Cada noche lo rehacía. Cada noche lo hacía más





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