7.

A los cinco días de la revelación, la noticia del embarazo de la Reina ya había corrido por todo Kaelar. La sala de Bella se llenó de vida ya que los ministros vinieron uno tras otro a felicitarla. Por protocolo, la madre de los herederos debía ser honrada, sin importar cuánto despreciaran a la Reina en privado.

Después de un día agotador de recibir invitados y mantener la fachada de una Reina feliz, Bella se sentía muy cansada cuando cayó la noche. Se había quedado en el comedor de sus aposentos, terminando de lavar los platos ella misma (un hábito que no había podido sacudirse a pesar de su nuevo estatus). Se sentía también un poco hambrienta.

Llamó a su doncella.

— Ana, por favor, ¿podrías ir a la cocina y prepararme unos pequeños bocadillos? Algo sencillo, por favor.

Ana fue rápidamente a cumplir el encargo. Poco después, regresó con una bandeja. Bella se sentó en el sofá, devoró dos trozos de la comida y debido al agotamiento extremo, se durmió pronto, dejando la bandeja a medio terminar.

Bella despertó en la oscuridad de la noche, sintiéndose adormilada y desorientada.

No estaba en el sofá..., alguien la había llevado a la cama.

Su confusión incrementó cuando notó que había un hombre extraño en su cama.

Su figura era fuerte y estaba vestida con ropas oscuras como la figura que había visto en la posada, pero esta vez no había violencia, sino quietud.

Estaba dormido en un sueño profundo.

El miedo hizo que el corazón de Bella se paralizara, pero ella luchó contra el pánico y miró más de cerca.

Era Sebastian.

¿Por qué el jefe de seguridad del Rey estaba en su habitación a mitad de la noche? ¿Había venido a terminar el trabajo que los asesinos de antes no pudieron completar?

El pánico invadió a Bella.

En ese instante Sebastian también despertó. Se llevó una mano a la cabeza, haciendo una mueca de dolor, como si sufriera una fuerte jaqueca. Se dio la vuelta y sus ojos se abrieron al ver a Bella, dándose cuenta de dónde estaba.

— Su alteza qué rayos está haciendo en mi recámara.

— ¿Tu recámara? ¿De qué estás hablando? ¡Son mis aposentos!

Sebastian se frotó las sienes cone xasperación.

— Majestad, esta es mi habitación. Sus aposentos están en el piso de arriba. — Abrió las cortinas para permitir que la luz entrara y, cuando la habitación estuvo iluminada Bella sintió que el alma se le bajó a los pies.

Esa definitivamente no era su habitación.

¿Pero cómo había ido a parar a la cama de nadie más ni nadie menos que el jefe de la guardia militar del rey?

— Hablaremos por la mañana, será mejor que la saquemos de aquí antes de que alguien la encuentre. Hay un pasadizo que la llevará al gran salón, solo debe-

La puerta de la alcoba se abrió con un estruendo.

Ana entró primero, con una expresión de pánico en el rostro, pero fue empujada a un lado por el grupo que entraba: Teo Dan, furioso y con el rostro contraído, seguido por Sofía, con una sonrisa de triunfo, y varios ministros importantes del reino.

— ¡¿Qué significa esto?!

— ¡Majestad, por favor! Yo no sé... ¡Es un error!

— No es necesario que se altere, Su Majestad. Parece que su alteza se confundió de habitación porque estaba muy oscuro, estba por escoltarla de regreso, nada más.

Todos sabían que la reputación era lo más preciado que poseían.

Bella sintió un nudo en el estómago.

Teo Dan se recompuso de su ira con una velocidad escalofriante y ayudó a Bella a levantarse del suelo.

— Sebastian, debemos asumir que hubo un malentendido debido a la oscuridad. Aun así sigue siendo inaceptable que un hombre y una mujer casada estén a solas en una habitación, pero... dudo que tu lealtad a la corona te permita hacer tal cosa. Pido a todos los presentes que se vayan. Este asunto no ha ocurrido.

Teo Dan se volvió hacia ella, su rostro ya no mostraba ira, sino una preocupación tensa.

— Ordenaré un bloqueo informativo estricto por todo lo sucedido hoy. Te creo a ti, Bella, y también creo que Sebastian no haría tal cosa. No pondría en peligro mi línea de sangre ni la suya.

— Majestad — dijo Bella, revelando su profunda preocupación. — Me temo que esto no fue un accidente. Yo comí unos bocadillos anoche antes de desmayarme... Creo que alguna de las personas que vinieron durante el día pudo haber drogado mi comida para incriminarme.

Teo Dan la miró con una expresión de afecto. Se acercó y tomó sus manos con una ternura.

— No pienses demasiado en esto, querida. Estás esperando a nuestros hijos. Tu mente debe estar en paz. Déjame investigar todo. Yo me encargaré de este asunto, y castigaré duramente al culpable.

Hizo una pausa, y luego sonrió.

— Mañana necesitas un descanso, sé que has estado trabajando muy duro estos meses. Te invito a algo especial. Te llevaré en secreto a un paseo fuera de los muros, solo tú y yo, para que te relajes. Nadie nos seguirá ni nos molestará, prometido. Ahora, lo más importante es garantizar la seguridad del bebé.

(...)

A la mañana siguiente Teo Dan llegó vestido discretamente, sin su guardia personal tal como había prometido. Condujo a Bella en un carruaje ligero, y después de un viaje corto llegaron a un bosque silencioso en las afueras de la capital. Se adentraron a pie, supuestamente para disfrutar de la naturaleza hacia un hermoso risco que les mostraba las vistas hacia el palacio.

Bella estaba feliz, hasta que el Rey se detuvo en un claro apartado. Su rostro se había endurecido, perdiendo todo rastro de la amabilidad de la noche anterior.

— Aquí estaremos a salvo y tranquilos. — dijo Teo Dan, pero su voz era fría como el acero.

De pronto, dos soldados de Kaelar emergieron de la espesura del bosque cerrando el paso. Eran hombres de confianza del Rey.

El pánico se apoderó de Bella. El Rey la había atraído a una trampa.

Teo Dan la miró con una expresión de desprecio definitivo.

Bella se arrodilló en el suelo, las lágrimas asomando a sus ojos. Suplicó, mirando a su esposo.

— ¡Querido, por favor sálvame y sácame de aquí!

El Rey la miró con frialdad y le dio la espalda.

— Bella, lo siento, es un error que hayas venido aquí.

— ¿Por qué, Teo? No he hecho nada malo, ¿por qué me tratas así? ¿Por qué quieres matarme?

— Échale la culpa a tu padre, no a mí. Me amenazó con casarme contigo a cambio de la paz para su miserable país. ¿Crees que me importas? Tengo a alguien a quien amo, ¿sabes?

Bella intentó arrastrarse hacia él, la única esperanza en su mente era la vida de sus hijos.

— Teo, por favor libérame... — suplicó, la voz rota por el llanto. — Puedo hacerte feliz a ti y a Sofía. No pido nada, solo quiero vivir. Solo quiero a mis hijos, solo quiero...

— ¿Por qué sobreviviste al viaje? Era tu única oportunidad de salir con dignidad. No tuve otra opción.

— ¿Fuiste tú...? ¿Tú fuiste quien envió gente a matarme en el camino...? ¿También planeaste el drama de ayer?

El Rey sonrió, una sonrisa cruel de confirmación.

— Eres más lista de lo que pensé para ser tan inútil. Ahora, despídete.

Bella sabía lo que eso significaba. Incluso si sobrevivía, el rumor de su infidelidad con Sebastian era suficiente para que el mundo la despreciara, avergonzara a su país, y la hiciera incapaz de existir con honor. No le quedaba absolutamente nada.

Teo Dan dejó de hablar. Su rostro ya no era frío sino una máscara de ira y locura.

Sin decir una palabra más el rey ordenó preparar las flechas, sus escoltas la apuntaron.

Pero no le permitiría a él tener ser quien le arrebate la vida. Dio un paso hacia atrás sobre el borde del acantilado.

Y así, ella empezó a caer.

Las lágrimas de traición y el dolor del abandono se unieron mientras caía. Ella gritó, un grito desgarrador que no era de miedo sino de pura desesperación.

''Lo siento, mis bebés... No pude protegerlos..'' Se lamentó en sus últimos momentos.

En ese momento sintió que la velocidad de su descenso se hacía más lenta, como si estuviera cayendo en un espeso y cálido líquido. De repente, algo la atrapó.

Era una sensación cálida y caliente, como si una bola de fuego gigante y protectora la hubiera envuelto. El calor era tan intenso y reconfortante que bloqueó el frío de la caída. La fuerza la sostuvo, deteniendo su descenso brutal.

Bella, con los ojos a medio cerrar y la mente al borde del colapso, pensó: ''Tal vez he llegado al cielo.'' Y con el dulce abrazo del calor protegiéndola, se desmayó.

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