El salón del Consejo era una construcción de piedra circular, con antorchas que arrojaban sombras danzantes en los tapices que contaban la historia de nuestro clan. En el centro, Rheon fingía una expresión de gran preocupación. A su derecha, los ancianos, con sus rostros impasibles como la piedra. A la izquierda, Dorian, el hijo de Aneira, mi hermano adoptivo, cuya mirada angustiada era mi único soporte real en ese momento.
—Un joven del clan fue hallado herido cerca del templo —informaba Dorian—. Está vivo, pero... afirma que lo atacó una sombra sin rostro. Dice que se movía como una persona.
Los ancianos intercambiaron miradas, mientras sus murmullos se elevaban como un zumbido cargado de veneno. Rheon frunció el ceño.
—¿Una sombra sin rostro?
—¿Otra criatura del bosque?
—O... ¿una loba descontrolada?
Sentí como las miradas de los ancianos se clavaban en mí. Ni siquiera se molestaron en disimular.
—He intentado protegerla —dijo mi compañero, con tristeza fingida—. Pero últimamente... Naira ha estado inestable. Incluso sus pesadillas la han vuelto violenta. Me ha confesado entre sollozos que sueña con fuego y sangre, con una luna roja que la atormenta. ¿Es esa la estabilidad que queremos para una Luna? Su linaje siempre ha sido errático. Su padre nos traicionó, ¿qué esperábamos de ella?
—¡Eso es mentira! —intenté gritar, pero mi voz era un hilo roto y no alcanzó a salir de mi garganta.
Rheon dio un paso adelante.
—Lo intenté. De verdad lo intenté. Pero Naira... ha cambiado. Ya no es la misma. Tal vez el vínculo ya no la sostiene —continuó él—. Quizás... ha dejado que el rencor nuble su juicio. ¿Y si la sombra fuera ella misma?
No podía creer lo que estaba escuchando, ¿por qué Rheon hablaba así de mí?
—¡Mientes! —rugí, por fin había encontrado mi voz.
—Ha tenido arrebatos. Y si ese ataque... fue por celos… me temo que no puedo protegerla.
¿Celos? ¿De qué estaba hablando Rheon? ¿Por qué sentiría celos? Mientras trataba de aclarar mis pensamientos, el aire se llenó de murmullos y escuché palabras como "desequilibrada", "impulsiva", "deseosa de poder".
—Ella sería incapaz de hacer algo así —intervino Dorian, tratando de defenderme.
—Dorian —lo calló uno de los ancianos—. Estás bajo su influencia. Eres su hermano y tanto tú como tu madre la han protegido siempre. No puedes ser objetivo.
—Rheon ha sido claro con nosotros —añadió otro de los ancianos—. Planea romper el vínculo. Quizá Naira no lo aceptó bien.
—¡Es mentira! ¡Yo no...! ¡Nunca atacaría a nadie! —murmuré, la fuerza que había logrado recomponer hacía unos minutos se había esfumado por completo cuando escuché que Rheon iba a rechazarme como su mate, ¿por qué? ¿y qué sería de los cachorros?
—Quizá solo está confundida. Siente que lo pierde todo. Y ese dolor... puede nublar el juicio de cualquiera. —La voz de Syrah me devolvió a la sala del Consejo. ¿Ella sabía algo que yo no? La miré buscando su ayuda, buscando respuestas, después de todo, era mi amiga… o eso creía. Ella se acercó a mí, me tomó la mano, tratando de reconfortarme pero su tacto era frío. La miré a los ojos luchando por contener las lágrimas, pero su mirada me devolvió un odio punzante que me atravesó por completo. Fue entonces cuando lo sentí: el pinchazo. Una aguja fina, oculta en su palma. Más veneno, directo a mi torrente sanguíneo. Reuní todas mis fuerzas y la empujé. Syrah cayó con un gemido, fingiendo sorpresa y miedo. Los ancianos se pusieron de pie y los escuché gritar:
—¡Está fuera de control!
Rheon se acercó a mí. Su presencia me revolvió el estómago.
—Naira, por favor. No hagas esto más difícil.
—¡Traidor! —le escupí, entendiendo por fin lo que estaba pasando—. ¡Tú sabes la verdad!
—Esto la agobia —dijo Syrah con dulzura a los ancianos—. Todos la estamos presionando. Quizás por eso reacciona así.
Ella intentó acercarse de nuevo a mí, con su compasión fingida y una expresión indefensa que engañaba a los ancianos.
Sentí que volvería a pincharme y que corría peligro teniéndola tan cerca. Intenté reaccionar, pero mi loba no respondió. Mi energía se desplomó de golpe, como si el aire se convirtiera en piedra, el veneno estaba comenzando a afectarme. Ella me tomó del brazo y grité, empujándola con una fuerza que me pareció ajena.
Syrah se alejó con una expresión lastimada, cubriendo su brazo con su mano. Algunas gotas de sangre caían al suelo.
—¡No fue su culpa! —gritó Dorian. Mi hermano corrió hacia mí, pero fue sujetado por los guardias.
—Yo... yo no... —murmuré, sin fuerzas. No entendía qué pasaba. Yo no la había herido. Me mantenía de pie a duras penas, porque me sentía demasiado débil. Jamás hubiese podido hacerle daño a Syrah, a pesar de todo era de las lobas más fuertes de la manada.
Rheon se lanzó hacia Syrah, cubriéndola protectoramente. Me acerqué, con esfuerzo, pero él me empujó con violencia. Caí al suelo. El impacto seco contra la piedra me dejó sin aliento.
Y entonces lo sentí.
Húmedo.
Cálido.
—No... —susurré, al tocarme entre las piernas.
Sangre.
—¡Noooo! —grité. Un rugido salvaje, animal, que salió de lo más profundo de mi ser. El dolor físico se volvió nada frente a la agonía de mi alma.
Intenté arrodillarme, las lágrimas caían como lluvia caliente sobre mis mejillas y mi visión comenzaba a nublarse. Miré a Rheon, a Syrah, a los ancianos. Nadie se movió. Nadie me ayudó. Nadie me creyó.
Dorian se soltó de los guardias y corrió hacia mí, sosteniéndome entre sus brazos. Su voz me llamaba, desesperada, pero ya no la escuchaba bien. Todo era borroso. Confuso. Lo último que vi antes de que la oscuridad me tragara por completo fue el brillo inconfundible de triunfo en los ojos de Syrah. Reuní las pocas fuerzas que me quedaban y le hablé a Dorian:
—Por favor, salva a... —mi voz se apagó antes de que pudiera terminar de hablar. Morí con el nombre de mis hijos en los labios.