Inicio / Romance / Renací para tu ruina, Alfa / CAPÍTULO 2: EL ECO DE LA TRAICIÓN
CAPÍTULO 2: EL ECO DE LA TRAICIÓN

Salí de la cabaña, dejando a Aneira con una simple instrucción: «Volveré por la mañana. Tenlo todo listo», sabía que ella necesitaba tiempo para preparar el ritual y yo necesitaba dormir de verdad, así que decidí regresar a mi casa. 

Para acortar camino, me desvié por el sendero que bordeaba las ruinas del antiguo templo lunar, un lugar sagrado que el clan ya no frecuentaba. Realmente no fue por casualidad, fui allí a propósito: en el pasado, cuando Rheon todavía me amaba, ese era nuestro refugio. Solíamos ir allí a planear nuestro futuro, cuando él fuese el Alfa y yo su Luna. El recuerdo me resultaba amargo, pero me ayudaba a alimentar la rabia que sentía. ¿En qué momento el lobo que juró ser mi compañero incluso después de la muerte había cambiado de opinión? 

—En teoría, es tu compañero después de la muerte. —murmuré con ironía, sin poder evitar reírme de la situación. Pero otra risa, estridente, cruel y cuyo sonido se clavaba en mi pecho como mil agujas, opacó la mía: era la risa de Syrah.

Me detuve en seco y me escondí en la oscuridad, mi corazón martilleaba contra mis costillas. No podía permitir que me descubrieran, y si Rheon me veía a estas horas deambulando por ahí, seguramente pondría a alguien a vigilarme. Pensé en irme, después de todo no quería saber nada de ellos, pero algo me decía que necesitaba escuchar su conversación. Necesitaba que el veneno de sus palabras quemara los últimos vestigios de la chica que una vez amó a Rheon. Necesitaba recordar por qué debía ser despiadada.

—El Consejo no me aceptará como Alfa absoluto mientras esté atado a una Luna que consideran débil y rota —la voz de Rheon era un gruñido bajo, cargado de la ambición de la que Aneira acababa de advertirme.

—¿Y qué hay de sus cachorros? Si alguien descubre que está preñada, su linaje les daría derechos… —tragué saliva con dificultad. ¿Ya lo sabían? ¿Tan rápido? Maldije internamente, claro que lo sabrían… después de todo, también eran los cachorros de Rheon.

  —Nadie lo descubrirá —la interrumpió Rheon, y su voz se tornó letal—. Me encargaré de que ni ella ni su descendencia fallida vean el amanecer. No puedo seguir atado a una Luna que no sabe obedecer. Pronto, todo terminará.

Sentí que el mundo se hizo añicos a mi alrededor, ¿había escuchado bien?. El aire abandonó mis pulmones y un frío mortal se extendió por mis venas. Rheon, mi mate, mi Alfa, el padre de mis cachorros, era capaz de decir algo tan cruel. Pero, esta vez, no hubo lágrimas. No hubo un alma rota. Solo una confirmación helada. Una sentencia que yo ahora tenía el poder de devolver.

Mis piernas reaccionaron, no en una huida ciega, sino en una peregrinación. Corrí hacia el claro ennegrecido donde mis padres habían sido ejecutados, el lugar que la Diosa me había señalado como el ancla de mi poder. Caí de rodillas sobre la tierra sagrada, no por dolor, sino por reverencia. Sentí el pulso bajo mis manos, era una vibración sorda que emanaba de debajo de un manto de hojas y musgo, justo frente a mí.

Con dedos firmes, aparté la tierra. Allí estaba. El talismán de hueso y piedra negra. No temblé al tomarlo. Lo sentí como una extensión de mi propia voluntad, una llave que encajaba en una cerradura que acababa de descubrir que tenía.

En cuanto mis dedos se cerraron sobre él, no tuve una visión. Fue algo mucho peor. Fue un recuerdo amplificado, una herida abierta en mi memoria que el talismán me obligó a revivir con una claridad brutal.

El bosque desapareció. Estaba de nuevo de rodillas en el frío suelo de piedra del Salón del Consejo, pero esta vez podía oler el miedo en el aire, una mezcla metálica de sudor y pánico. Vi el rostro de Rheon, no como un recuerdo borroso, sino nítido, sus labios apretados en una línea de fría decepción, como si mi mera existencia fuera un insulto a su poder. Sentí de nuevo el pinchazo helado de la aguja de Syrah en mi brazo, el veneno del acónito nublando mi juicio. Grité, pero mi voz se rompió, impotente, ahogada por los murmullos de "inestable", "violenta", "peligrosa".

El recuerdo cambió. El frío del salón fue reemplazado por el calor de unas llamas antiguas. Tenía cinco años otra vez, y el humo llenaba mis pulmones con el olor de mi hogar quemándose. Vi a mi madre siendo arrastrada por los guardias, su rostro era una máscara de terror. Vi los ojos de mi padre, clavados en los míos un segundo antes de que el fuego los devorara, un último mensaje silencioso de amor y advertencia que no comprendí hasta este momento.

Entonces, el recuerdo más cruel de todos, una herida sobre otra. Rheon, joven y radiante, bajo el sauce llorón, el día que me prometió protección. «Nunca dejaré que te hagan daño», me había susurrado, y yo, hambrienta de afecto, me aferré a esa promesa como una loba herida. Vi sus manos tocando mi mejilla con una ternura que creí real, para luego ver cómo esa imagen se disolvía en la que conocía ahora: sus ojos fríos y calculadores, evaluando el momento preciso para desecharme.

El torbellino de mi memoria se detuvo con un último y desgarrador destello: la sensación húmeda y cálida de la sangre corriendo por mis piernas, un grito salvaje escapando de mi pecho y el llanto agudo de mis hijos, un sonido que solo yo podía escuchar.

La experiencia me arrojó hacia atrás sobre la tierra húmeda del claro, jadeando, con mi puño aún apretado alrededor del talismán, me aferraba a él con tanta fuerza que podía sentir como me lastimaba la piel. Ya no ardía. Ahora vibraba con una energía sutil, como si reconociera mi dolor y se alimentara de él. Por un instante, la desesperación fue un océano que amenazó con tragarme. ¿De qué servía luchar contra un destino que dolía tanto recordar?

Pero entonces, el eco del llanto de mis hijos resonó en mi mente, como un llamado. Un ancla.

No pude contener las lágrimas que brotaban de mis ojos, pero no lloraba de tristeza. No, era un llanto de rabia helada y purificadora. La Naira que había corrido hacia el bosque buscando consuelo había muerto en el Consejo. La que se levantó del suelo era otra. La esperanza era un lujo que ya no podía permitirme; la ingenuidad, un veneno mortal.

Comprendí la verdadera naturaleza del pacto. La Diosa no me había dado poder, me había dado claridad. Me había obligado a mirar mi dolor de frente, a sentir cada corte, cada quemadura, hasta que dejara de ser una debilidad y se convirtiera en mi armadura. Mi verdadero poder no residía en mis garras, sino en mi sangre, en el linaje que tanto temían, y en el conocimiento absoluto de cada una de sus traiciones.

Rheon y Syrah habían cometido un error. Creían que estaban acorralando a una loba asustada. No sabían que al matarme, me habían dado la única arma que importaba: un motivo. Y el talismán, al forzarme a revivirlo, había afilado ese motivo hasta convertirlo en una cuchilla.

El pacto estaba sellado. La misión había comenzado. Y el aroma de la traición ahora era el de la promesa de la venganza.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP