Antes de que la traición tuviera un nombre, tuvo un aroma: lavanda y ceniza, la esencia de la loba que se hacía llamar mi amiga. Mucho antes de que mi mate me empujara hacia la muerte, sus ojos ya se habían convertido en dos esquirlas de hielo. Mi historia no comienza con el amor, sino con el final de este, en la quietud opresiva de una noche en la que la luna se ocultó, negándose a ser testigo de cómo mi mundo se preparaba para arder en llamas.
Y todo comenzó, como suelen hacerlo las tragedias, con un secreto. Dos, para ser exactos. Dos pequeños corazones que latían en mi vientre, tan diminutos como feroces, enviando oleadas de advertencias que me erizaban la piel.
Desperté en mi propia cama, pero el aire de la cabaña ya no olía a hogar, sino a la tumba de una chica ingenua que había muerto la noche anterior. El pacto con la Diosa era una brasa ardiente en mi alma. Acaricié mi vientre, donde mis hijos, mi razón para volver, latían con una fuerza que ahora era mi propia fuerza. En mi vida anterior, me habían acorralado porque todos sabían de mi estado. Mi primera jugada en esta nueva partida sería arrebatarles esa arma.
Me moví con una determinación que la antigua Naira nunca había poseído. Me vestí en silencio, mientras trazaba un plan en mi mente. No podía seguir esperando. Tenía que ir con Aneira.
Su sabiduría, tan antigua como los robles que rodeaban su hogar, era mi única opción. Si alguien conocía los viejos rituales para ocultar un embarazo de linaje lunar bajo un velo de magia, era ella. Con ese objetivo claro en mi mente, me envolví en mi capa más oscura y me deslicé fuera de la cabaña, parecía una sombra más en la noche.
El bosque, que siempre había sido mi refugio, se sentía ahora opresivo. Cada crujido de una rama, cada susurro del viento, sonaba como una acusación. Al llegar a la cabaña de Aneira, la encontré en la entrada, como si supiera que vendría.
—La luna no ha dormido esta noche —dijo con su tono de voz tan áspero como la corteza de un árbol, pero con algo de calidez en el fondo—. Y tú tampoco, ¿cierto, mi niña?
Negué con la cabeza, entrando en el santuario que era su cabaña. Mi nariz se impregnó de olores a tierra húmeda y salvia, aromas que siempre me habían llenado de seguridad. Las hierbas secas colgaban del techo como cortinas frágiles, y algunos frascos con líquidos que titilaban bajo la luz de las velas prometían remedios y venenos por igual. Repasé la pequeña habitación con la mirada, como si quisiera grabar todo en mi cabeza, por si en algún momento no podía volverlo a ver.
—Necesito tu ayuda —murmuré—. Quiero que los ocultes.
Aneira dejó de moler unas hojas en su mortero y sus ojos, agudos y penetrantes, se posaron en mi vientre. No necesitaba más explicaciones.
—Ocultarlos del clan es como intentar ocultar el amanecer, Naira. Su energía es poderosa. Ya está atrayendo la atención equivocada.
—¿Syrah? —pregunté, y el nombre salió de mis labios con el sabor del veneno que ya conocía.
—Esa loba ansía ser Luna. —afirmó Aneira, pasándome una taza de infusión humeante—. No nació con poder, pero supo tejer su camino con mentiras y la ambición de otros. Y sabe que Rheon es la llave para conseguirlo.
El nombre de mi mate en sus labios me causó una punzada de dolor. —Él ha cambiado.
—El poder corrompe, hija —dijo Aneira con pesar—. Y Rheon siempre ha deseado más de lo que le corresponde. Está escuchando las voces equivocadas, las que le susurran al oído que un vínculo contigo lo hace ver débil ante el Consejo. Ten cuidado. Un lobo hambriento de poder es capaz de devorar cualquier cosa que se interponga en su camino. Incluso a su propia compañera.
—Lo sé. —respondí recordando con amargura la escena de mi muerte, le di un sorbo a la infusión para calmar los malos recuerdos y volví a mirar a los ojos de Aneira, pero esta vez, la preocupación en su mirada se encontró con una muralla de resolución que emanaba de la mía. —Aneira —dije, mi voz firme, sin rastro del temblor de la chica que había sido—. Necesito el ritual de ocultamiento. El que tu madre le enseñó a la mía. El que envuelve la energía de un embarazo lunar en un velo de sombras. Lo necesito ahora.
La vieja curandera parpadeó, sorprendida no por la petición, sino por la autoridad con la que fue hecha. Me estudió por un momento en el que sentí que podía ver más allá de mi rostro, que percibía el eco de la muerte y el renacimiento en mi mirada.
—Ese es un ritual peligroso, niña. Drena la fuerza de la madre. —respondió, pero no se negó.
El peligro ya está aquí —repliqué, posando una mano sobre mi vientre—. Y no pienso recibirlo con los brazos abiertos. Haré lo que sea necesario para protegerlos.
Aneira asintió lentamente, una chispa de comprensión —y quizás de orgullo— se reflejó mirada. Se levantó y se dirigió a un viejo baúl de madera. —Lo que sea que hayas visto, te ha cambiado. La Luna Madre te ha despertado. Te ayudaré.