—Dime quién es, Naira —repitió, su voz era un siseo, su agarre en mi muñeca se sentía como un círculo de fuego y acero—. ¿Quién es el traidor que envenena la mente de mi Luna?
El dolor era agudo, pero palidecía en comparación con la fría furia que me anclaba al suelo. Le sostuve la mirada, negándome a parpadear, negándome a mostrar la más mínima señal de miedo. Mi silencio era mi escudo y mi arma, y veía cómo eso lo volvía loco. No le daría un nombre que no existía. No le daría la satisfacción de verme quebrada.
Incliné la cabeza, y una sonrisa que no llegó a mis ojos se dibujó en mis labios.
—Quizás no deberías buscar traidores entre tus sombras, Rheon —mi voz fue apenas un murmullo, pero cortó la tensión como un cuchillo de obsidiana—. Sino en la luz que creías conocer tan bien.
Su mandíbula se tensó hasta el punto de hacerme pensar que sus dientes se harían añicos. Sus ojos se oscurecieron, pasando de la furia a una confusión peligrosa. Estaba a punto de hablar, de estallar, cuando