El veneno de Syrah era rápido, pero sus piernas no tenían por qué serlo más que las mías.
Mientras me alejaba del arroyo, dejando atrás su rostro contraído por el odio, una idea interesante se apoderó de mí. Ya sabía que ella correría hacia Rheon, sollozando una historia de locura y visiones para pintarme como una amenaza inestable. Pero ¿y si yo llegaba primero? ¿Y si la primera historia que él escuchaba era la mía? No una de traición, aún no, era demasiado pronto para eso. Sino una más simple, más creíble para un hombre como él: la de una Luna herida y celosa. Podía usar esa máscara para plantar mi propia semilla de duda, una que lo confundiría y lo desestabilizaría antes de que la ponzoña de Syrah llegara a sus oídos. Era una carrera, y yo pensaba ganarla.
Con esos pensamientos, llegué al despacho de Rheon; el corazón del poder del clan Umbra Lux.
—¿Le sirvo lo de siempre, mi Luna? —preguntó la secretaria de Rheon, una loba mayor que había trabajado para el Alfa anterior y una de