Ella creyó que el matrimonio sería su refugio, pero terminó convirtiéndose en su peor pesadilla. Atrapada en una relación llena de dolor y abusos, sus sueños parecían haber muerto junto con su esperanza. Sin embargo, el destino le tenía preparada una segunda oportunidad. Cuando conoce a un poderoso y enigmático millonario, su mundo comienza a cambiar. Él le ofrece algo más que lujos: le muestra respeto, apoyo y un amor que jamás imaginó merecer. Entre miedos, heridas del pasado y pasiones que despiertan con fuerza, deberá decidir si se atreve a renacer de las sombras o seguir prisionera de lo que un día la destruyó. Una historia de superación, segundas oportunidades y un amor capaz de sanar incluso las cicatrices más profundas.
Leer másLos días siguientes transcurrieron con una calma en apariencia extraña. Martín se comportaba como si Ana no existiera: no la miraba, no la tocaba, no le dirigía palabra alguna, más allá de lo indispensable. El silencio de la casa se volvió pesado, pero distinto al de antes; ya no había gritos, ni discusiones, ni reproches, sino una indiferencia helada que resultaba igual de hiriente. Ana, mientras tanto, seguía atrapada en sus pensamientos. La pregunta que había dejado escapar en voz baja seguía resonando dentro de su cabeza: “¿Y si Clara tiene razón?” Cada vez que Martín entraba y salía sin siquiera mirarla, la duda crecía. Quizás Clara veía algo que ella había decidido ignorar. Quizás, después de todo, el amor no justificaba tanto dolor. Una tarde, cuando Ana ya había comenzado a acostumbrarse a esa rutina silenciosa, la voz de Martín la sorprendió. —El viernes iremos a una fiesta de la empresa —dijo de golpe, sin preámbulos, como quien da una orden. Ana levantó la vista,
El silencio en la casa esa noche era diferente. No era el silencio pesado que Ana había conocido tantas veces, ese que presionaba y comprimía cada espacio, sino uno más ligero, casi liberador.Martín no estaba. No era la primera vez que se quedaba fuera, pero aquella vez había algo distinto: un alivio que recorrió el cuerpo de Ana desde los pies hasta la cabeza, como si por primera vez pudiera respirar sin la amenaza constante de su presencia.Se sentó en su cama, abrazando las rodillas, mientras la luz de la luna se filtraba por las cortinas. La habitación estaba en penumbra, pero podía distinguir cada detalle: los libros apilados en la mesita, la lámpara apagada, la ropa cuidadosamente doblada en la silla. Todo parecía en silencio, pero la calma era rara y preciosa.Ana cerró los ojos y dejó que su mente vagara, como si la ausencia de Martín hubiera abierto un espacio que antes no existía. Podía escuchar su propia respiración, sentir el latido de su corazón sin la presión de los pas
La casa estaba envuelta en un silencio pesado, un silencio que parecía comprimirse en cada rincón, como si la oscuridad misma contuviera la tensión. La luna se colaba por las ventanas, dibujando líneas plateadas sobre los muebles y alargando las sombras que la noche proyectaba en las paredes. Ana caminaba con cuidado, sus pasos casi imperceptibles sobre el piso frío. Cada crujido de la madera parecía amplificado, y cada sombra parecía moverse con vida propia.Sabía que Martín aún estaba enojado. La furia que había cruzado su rostro cuando abrió la puerta y se encontró con Clara. Cada gesto, cada palabra de Clara había sido un desafío directo para él, y Ana sabía que eso no quedaría sin consecuencias.Los pasos de Martín resonaron por la sala como un tambor, y Ana sintió cómo un escalofrío le recorría la espalda. La puerta se cerró de golpe tras él, y su silueta se recortó contra la luz de la luna que entraba por el umbral. Cada músculo de su cuerpo estaba tenso, y su respiración profu
La casa amaneció en silencio, pero no en paz. Ana llevaba horas despierta, moviéndose como un fantasma por la cocina, recogiendo pedazos del celular que Martín había destrozado la noche anterior. Cada fragmento era un recordatorio de la humillación, de la impotencia, de ese instante en que había sentido que ya no tenía escapatoria. En la madrugada, cuando Martín por fin se quedó profundamente dormido, Ana encendió con manos temblorosas el computador viejo del escritorio. Apenas podía ver con los ojos hinchados por el llanto, pero alcanzó a escribir un mensaje apresurado a Clara a través de su correo: "Clara, por favor ven. No puedo más. Rompió mi teléfono. Tengo miedo." No esperó respuesta, solo lo envió y apagó la pantalla, temiendo que él despertara. Ese simple gesto fue lo único que le dio fuerzas para aguantar el resto de la noche. A la mañana siguiente, alguien golpeó la puerta con firmeza. Ana se tensó, y antes de que pudiera reaccionar, Martín ya iba hacia la entrada. C
La noche cayó serena, como si nada malo pudiera ocurrir. Ana estaba cansada después de un día largo, pero la sorpresa de ver a Martín llegar más tranquilo de lo usual le llenó el pecho de una extraña esperanza. Él no llegó con gritos ni reproches, sino con una bolsa en la mano y una sonrisa casi tímida.—Te traje algo de cenar —dijo, mostrando una caja con pollo asado y arepas recién hechas.—¿De verdad? —Ana abrió los ojos, incrédula.—Sí… pensé que podíamos comer juntos. Como antes.El corazón de Ana se estremeció. Ese "como antes" la transportó a los pocos recuerdos felices de su matrimonio, a esos días en que se sentía querida. Se sentaron en la mesa y, por primera vez en mucho tiempo, compartieron la cena sin tensiones. Martín incluso le preguntó por su día y la escuchó con atención, o al menos eso parecía.—Te extrañé, Ana —murmuró él en un momento, acariciándole la mano.—Yo también quería que volviéramos a estar bien… —respondió ella, con la voz quebrada.Después de cenar, ell
El amanecer se filtraba por las cortinas, pintando la habitación con tonos dorados. Ana abrió los ojos lentamente, aún con la sensación tibia que le había dejado la conversación con Julián la noche anterior. Por primera vez en años, despertaba con una sonrisa dibujada en el rostro. Se giró con cuidado para no despertar a Martín, pero ya era tarde. Él estaba sentado en la orilla de la cama, calzándose las medias, con el ceño fruncido. —¿Y a ti qué te pasa? —preguntó sin mirarla, con voz áspera. Ana parpadeó, sorprendida. —¿Qué… qué dices? Martín se volvió hacia ella. —Estás sonriendo como una tonta. ¿Qué soñaste, ah? La sonrisa de Ana se borró de inmediato. Se incorporó lentamente, buscando palabras que no levantaran sospechas. —Nada, solo… tuve un sueño bonito, supongo. Él la observó con una mirada fría que le heló la sangre. —¿Un sueño bonito? —repitió con ironía—. ¿Y de quién era ese sueño? Ana bajó la mirada y fingió arreglar las sábanas. —De nada importante, Martín. No
Último capítulo