Mundo ficciónIniciar sesiónAna creyó que el matrimonio sería su refugio… pero se convirtió en su peor prisión. Traicionada y rota, pensó que no habría salida. Hasta que un millonario enigmático aparece en su vida, despertando el amor y la esperanza que creía perdidos. ¿Podrá dejar atrás el miedo y renacer entre las sombras? Una historia de segundas oportunidades y un amor capaz de sanar incluso las heridas más profundas.
Leer másEl sonido del agua llenaba la habitación. Leonardo se había metido a la ducha sin notar el silencio que reinaba en el cuarto. Ana, recostada de lado, fingía dormir mientras su mente aún repasaba cada palabra de la noche anterior. No lograba borrar la sensación de que algo no encajaba. Él había jurado que no pasaba nada con Isabella. Que todo estaba terminado, que no tenía por qué preocuparse. Pero la inquietud seguía ahí, clavada como una espina. Ana se levantó despacio y fue por el teléfono de Leonardo que estaba sobre el comedor. La pantalla se encendió con una notificación. Por un instante pensó en ignorarla… pero su corazón se aceleró. Nunca lo había hecho, nunca había sentido la necesidad de revisar su celular. Sin embargo, esta vez algo dentro de ella la empujó. Con manos temblorosas, tomó el teléfono. La pantalla se desbloqueó con facilidad; él no tenía código. El mensaje estaba ahí, brillante, imposible de ignorar. > “Fue un placer haber estado contigo.” Isabella. Ana s
Esa noche transcurrió con calma. La cena fue sencilla: sopa caliente, pan recién horneado y un silencio que se alargó más de lo habitual. Ana intentó conversar, pero Leonardo parecía distraído, como si su mente estuviera en otro lugar. Aun así, antes de irse a dormir, él se acercó a besarle la frente y le susurró un “te amo” que sonó más como una costumbre.Ana se quedó mirando el techo un largo rato después de que él se durmiera. Se movió despacio, buscando una posición cómoda para su vientre que ya se notaba un poco Cerró los ojos con la esperanza de que al día siguiente todo se sintiera más claro.La mañana siguiente, el sol se filtró suave por las cortinas del cuarto. Ana se despertó y estiró una mano hacia el lado de Leonardo, pero solo tocó sábanas frías. Sonrió con suavidad, suponiendo que estaría en la ducha, pero al escuchar el silencio del baño, una pequeña duda se encendió en su pecho. Se levantó, se colocó una bata ligera y salió de la habitación.En la sala, encontró a Ca
Ana despertó despacio. El primer sonido que escuchó fue el leve respirar de Leonardo, dormido a su lado. Lo observó un momento, en silencio, aún con el corazón oprimido por todo lo ocurrido la noche anterior.Él dormía boca arriba, con un brazo extendido hacia ella, como si incluso en sueños intentara protegerla. Ana sonrió débilmente. Quizás podía intentar creerle. Quizás, por una vez, merecía confiar.Un rato después, Leonardo abrió los ojos y al verla allí, lo primero que hizo fue darle un beso suave en los labios.—Buenos días, amor. —susurró con la voz aún ronca del sueño.—Buenos días —respondió ella, con un hilo de voz.Él se incorporó, pasó una mano por su cabello y la miró con expresión seria.—Hoy hablaré con Isabella —le dijo de frente—. No pienso permitir que algo del pasado venga a ensuciar lo que tenemos.Ana lo observó unos segundos, sin responder. Luego solo sonrió, le lanzó un beso y asintió. No quería discutir más. Solo deseaba que esa mujer desapareciera de sus vida
El sonido de la lluvia seguía cayendo sobre la ciudad cuando Ana salió del hotel, con el corazón desbocado y la respiración entrecortada. No esperó a que Leonardo la alcanzara. Detuvo el primer taxi que vio y se subió casi sin mirar al conductor. —A la Avenida Los Cedros, edificio Santori… —dijo apenas, con la voz quebrada. El chofer la observó por el espejo, notando su rostro empapado, pero no dijo nada. El trayecto fue un silencio pesado, roto solo por el golpeteo de la lluvia contra los vidrios. Ana apretaba su bolso entre las manos, mirando sin ver las luces de la ciudad. La escena del beso se repetía una y otra vez en su cabeza, como una herida abierta que no dejaba de sangrar. Cuando llegó al edificio, pagó sin esperar el cambio, entro y subió casi corriendo. Apenas entro al apartamento , corrió a la habitación cerró la puerta, y se dejó caer al suelo, apoyando la espalda en la cama. Sentía que el aire le faltaba, el pecho le dolía y las lágrimas simplemente no paraban. —¿Po
En la mañana, el sonido suave de la lluvia contra las ventanas fue lo primero que Ana escuchó al despertar. Estiró lentamente los brazos y notó el lado vacío de la cama. Leonardo ya no estaba. Por un momento sintió un pequeño vacío, pero al girarse y ver la nota sobre la almohada, su corazón se calmó.> “Buenos días, amor. Tuve que salir temprano a la oficina.Esta noche hay un evento importante de la empresa. Quiero que vengas conmigo.A las 7 paso por ti. Ponte algo que te haga sentir hermosa, porque para mí, ya lo eres.— L.”Ana sonrió con ternura, sosteniendo la nota entre los dedos. Acarició las letras escritas con tinta negra y suspiró. El simple hecho de que él quisiera presentarla oficialmente como su pareja la llenaba de emoción… y nervios.Pasó la mañana entre lecturas y mensajes con Clara.—Nada de ponerse sencilla, ¿eh? —le escribió su amiga—. Es tu debut como la novia del jefe.Ana soltó una risita y le respondió con un emoji riendo. Aunque trataba de tomárselo con calma
El amanecer se deslizaba con suavidad entre las cortinas. Ana abrió los ojos lentamente, se estiró un poco y notó el espacio vacío a su lado. Tocó la sábana aún tibia; Leonardo ya había salido de la cama. Por un momento pensó que se había ido a la empresa, pero un murmullo de voces en la sala la puso a dudar.Se incorporó, se colocó una bata ligera y caminó hasta la puerta. Al abrirla, la escena la hizo sonreír: Clara estaba sentada en el sofá, con una taza entre las manos y su sonrisa de siempre.—¡Buenos días, dormilona! —saludó alegremente—. No quise despertarte, Carmen me dijo que estabas descansando.Ana se acercó con una sonrisa adormecida.—Me alegra verte. —Tomó asiento junto a ella—. ¿Café o jugo?Clara le pasó una taza de jugo de naranja.—Ya está servido. Y antes de que digas algo, no, no me lo tomé todo —bromeó—. Vine a ver cómo estabas.Ana bebió un sorbo y, tras pensarlo un momento, dijo con cierta timidez:—Quiero pedirte algo… ¿Podrías acompañarme al ginecobstetra? Ten
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