Mundo ficciónIniciar sesiónAna creyó que el matrimonio sería su refugio… pero se convirtió en su peor prisión. Traicionada y rota, pensó que no habría salida. Hasta que un millonario enigmático aparece en su vida, despertando el amor y la esperanza que creía perdidos. ¿Podrá dejar atrás el miedo y renacer entre las sombras? Una historia de segundas oportunidades y un amor capaz de sanar incluso las heridas más profundas.
Leer másMientras Ana disfrutaba del milagro del nacimiento de su hijo, el licenciado Bustamante se movía sin descanso entre oficinas y juzgados.Con cada documento en sus manos, sentía que estaba más cerca de lograr lo que había prometido: la libertad de Leonardo Santori.El despacho del juez estaba en silencio cuando el abogado depositó sobre el escritorio una carpeta gruesa con sellos y firmas.—Aquí están las pruebas, su señoría —dijo con voz firme—. Los documentos originales de la empresa Santori Corp, la confesión del contador Uribe y el testimonio de Isabella Sifuentes, quien reconoce que mintió en el juicio anterior.El juez revisó el expediente durante largos minutos. Finalmente, levantó la vista y asintió con solemnidad.—Ordeno la liberación inmediata del señor Leonardo Santori. Su inocencia queda demostrada.El licenciado Bustamante cerró los ojos y suspiró con alivio.Por fin, después de meses de lucha, la verdad salía a la luz.Horas después, el abogado se encontraba en la sala d
Cuatro meses habían pasado desde aquél día en que todo cambió.El tiempo, que antes corría ligero entre risas y planes, ahora parecía avanzar con el peso de una espera interminable. Leonardo seguía en prisión, condenado a cinco años por evasión fiscal y por el accidente de Isabella, quien se había presentado ante el tribunal como una víctima frágil, reforzando la versión que lo señalaba a él como responsable.Ana había asistido a cada audiencia, con el corazón apretado, intentando demostrar que el hombre al que amaba no era un criminal.Pero las pruebas habían desaparecido junto con Isabella… hasta ahora.Clara, fiel a su promesa, se había mudado al apartamento para acompañarla. Entre ambas mantenían viva la esperanza, mientras el licenciado Bustamante movía cielo y tierra en busca de pruebas.Esa mañana, Ana estaba lista para dar el paso que había postergado durante semanas.—¿Lista? —preguntó Clara, cerrando la cremallera de su bolso.—Sí —respondió Ana con serenidad, aunque sus ojo
La mañana parecía tranquila cuando Leonardo llegó a la empresa. Saludó a cada empleado que encontraba en el pasillo, como de costumbre, intentando mantener la calma y la compostura que siempre lo caracterizaban. Sin embargo, su mente no descansaba. Desde hacía días sabía que algo no marchaba bien en Santori Corp., y aquella jornada iba a ser decisiva.Al llegar al piso de presidencia, el sonido del ascensor se mezcló con el murmullo de los empleados. Su secretaria, se levantó enseguida al verlo.—Buenos días, señor Santori —saludó con una sonrisa nerviosa.—Buenos días, Sofía —respondió él, asintiendo—. Por favor, cita de inmediato al contador Uribe. Necesito hablar con él cuanto antes.—Sí, señor. Lo llamaré enseguida —contestó la mujer mientras tomaba el teléfono.Leonardo pasó a su oficina. Cerró la puerta y se dirigió al ventanal, observando la ciudad a lo lejos. Respiró profundo. No podía dejar que los nervios lo traicionaran.Tomó asiento, revisó unos informes sobre impuestos qu
El sonido insistente del timbre despertó a Ana aquella mañana. Abrió lentamente los ojos y, al girar hacia su lado, notó que la cama estaba vacía. Leonardo ya no estaba.Se sentó despacio, aún algo adormecida, y buscó la bata que colgaba en la esquina del tocador. Se la colocó y salió al pasillo, guiada por el suave aroma del café recién hecho.En la cocina, Carmen estaba como siempre: puntual, organizada, con su delantal impecable.—Buenos días, señora Ana —saludó con amabilidad—. ¿Durmió bien?—Sí, gracias, Carmen. —Ana sonrió con cariño—. ¿Y Leonardo?—Está en el estudio desde temprano —respondió la mujer mientras colocaba una olla sobre la estufa—. Llegó un mensajero hace un rato.Ana frunció el ceño.—¿Mensajero?—Sí, señorita. Trajo unos documentos.Ana asintió, aunque algo en su interior le hizo sentir una punzada de curiosidad. Caminó por el pasillo hasta el estudio, y antes de entrar escuchó el sonido de hojas moviéndose.Leonardo estaba concentrado, con el ceño fruncido, rev
El auto se detuvo frente al salón de recepción, un lugar elegante rodeado de jardines iluminados por guirnaldas doradas que brillaban bajo la noche tibia.El sonido del agua proveniente de una fuente cercana acompañaba el murmullo de los invitados que comenzaban a llenar el amplio salón. El interior era simplemente perfecto: mesas redondas vestidas con manteles color marfil, centros de mesa con rosas blancas y velas flotantes, luces cálidas que creaban un ambiente de ensueño. En el fondo, un grupo musical afinaba sus instrumentos.Ana y Leonardo fueron recibidos con aplausos. Caminaban tomados de la mano hacia la mesa principal, adornada con un arco de flores frescas y dos sillas altas con sus nombres grabados en letras doradas: Leonardo & Ana.Sobre la mesa, dos copas talladas esperaban el brindis. A Leonardo le sirvieron champán; a Ana, jugo de naranja natural.Ambos tomaron asiento. Ana, aunque radiante, sentía los nervios recorriéndole el cuerpo. Leonardo, por su parte, no podía d
El gran día había llegado.Todo olía a flores frescas, a ilusión y a promesa, en el salón donde Ana se preparaba.Frente al espejo, Ana observaba su reflejo sin poder creer lo que veía. El vestido que llevaba puesto era un sueño hecho realidad: blanco, de encaje delicado, con mangas transparentes que se ajustaban suavemente a sus brazos. La falda caía en ondas sutiles, ligeras, que se extendían hasta el suelo como espuma de mar. En su cabello, un peinado recogido con mechones sueltos enmarcaba su rostro. Llevaba un velo fino que descendía hasta la mitad de la espalda, y unos pendientes de diamantes, regalo de Leonardo.—Pareces salida de un cuento —dijo Clara, emocionada, colocándole la tiara—. Si lloras, me vas a hacer llorar a mí, y no tengo tiempo para arreglarme otra vez.Ana rió, aunque la emoción le temblaba en los labios.—No prometo nada —susurró—. Es que no me parece real, Clara… todo esto, después de tanto.—Créelo, porque lo mereces —contestó su amiga, dándole un apretón en





Último capítulo