El amanecer se filtraba por las cortinas, pintando la habitación con tonos dorados. Ana abrió los ojos lentamente, aún con la sensación tibia que le había dejado la conversación con Julián la noche anterior. Por primera vez en años, despertaba con una sonrisa dibujada en el rostro.
Se giró con cuidado para no despertar a Martín, pero ya era tarde. Él estaba sentado en la orilla de la cama, calzándose las medias, con el ceño fruncido.
—¿Y a ti qué te pasa? —preguntó sin mirarla, con voz áspera.
Ana parpadeó, sorprendida.
—¿Qué… qué dices?
Martín se volvió hacia ella.
—Estás sonriendo como una tonta. ¿Qué soñaste, ah?
La sonrisa de Ana se borró de inmediato. Se incorporó lentamente, buscando palabras que no levantaran sospechas.
—Nada, solo… tuve un sueño bonito, supongo.
Él la observó con una mirada fría que le heló la sangre.
—¿Un sueño bonito? —repitió con ironía—. ¿Y de quién era ese sueño?
Ana bajó la mirada y fingió arreglar las sábanas.
—De nada importante, Martín. No