La mañana parecía tranquila cuando Leonardo llegó a la empresa. Saludó a cada empleado que encontraba en el pasillo, como de costumbre, intentando mantener la calma y la compostura que siempre lo caracterizaban. Sin embargo, su mente no descansaba. Desde hacía días sabía que algo no marchaba bien en Santori Corp., y aquella jornada iba a ser decisiva.
Al llegar al piso de presidencia, el sonido del ascensor se mezcló con el murmullo de los empleados. Su secretaria, se levantó enseguida al verlo.
—Buenos días, señor Santori —saludó con una sonrisa nerviosa.
—Buenos días, Sofía —respondió él, asintiendo—. Por favor, cita de inmediato al contador Uribe. Necesito hablar con él cuanto antes.
—Sí, señor. Lo llamaré enseguida —contestó la mujer mientras tomaba el teléfono.
Leonardo pasó a su oficina. Cerró la puerta y se dirigió al ventanal, observando la ciudad a lo lejos. Respiró profundo. No podía dejar que los nervios lo traicionaran.
Tomó asiento, revisó unos informes sobre impuestos qu