La noche cayó sobre la ciudad, y con ella, el silencio pesado de la casa.
Ana se movía con cuidado por la cocina, guardando los platos en su lugar, como si cada sonido pudiera despertar a un monstruo dormido. Martín estaba en la sala, mirando las noticias con gesto hosco, y ella no quería darle ningún motivo para iniciar otra discusión.
Mientras se secaba las manos en el delantal, el recuerdo del encuentro con Julián volvió a su mente. Su sonrisa, su mirada cálida, la forma en que le dijo que sus ojos seguían siendo los mismos de antes… hacía mucho que nadie le decía algo tan simple, pero tan necesario.
¿Por qué late tan rápido mi corazón al recordarlo? se preguntó, sintiendo un cosquilleo extraño en el pecho.
Cuando por fin se encerró en su habitación, apagó la luz y se recostó en la cama. Martín se quedó dormido casi de inmediato, roncando con la pesadez de alguien que no se preocupa por nada más que por sí mismo. Ana, en cambio, miraba el techo, incapaz de conciliar el sueño.