Tenía tiempo sin ver a mi familia, desde mi matrimonio, ellos decidieron alejarse un poco, aveces solo hablaba con mi mamá por teléfono, ya que viven un poco lejos y a mi esposo no le gusta viajar.
Como siempre seguía dedicada a Martín, haciendo lo mejor posible para ser la mejor esposa y complacerlo. Para él no parecía suficiente, Martín me daba dinero para el mercado y yo sacaba un poco y compraba pastillas anticonceptivas, las tomaba a escondidas, a él no le gustaban esas cosas, pero yo sentía que no estábamos en el mejor momento para ser padres. Aunque mi sueño siempre fue ser la madre de sus hijos. Ah y esa era otra cosa que me reprochaba, decía que no servía ni para darle hijos, que estaba seca, porque tantos años y aún sin hijos, que todos sus amigos ya eran padres, menos él. Pero yo solo estaba esperando que él cambiará, yo sé que eso va a pasar. —¿Ya te vas a acostar? —preguntó Martín, entrando al cuarto. —Sí… estoy cansada —respondió Ana, recostándose en la cama. —Cansada de qué, si casi no haces nada. —Él se quitó los zapatos de un golpe—. Yo sí que vengo agotado. —Lo sé… trabajas mucho. —Pues demuéstralo. —Se acercó a ella, tirando la corbata en el suelo—. Quiero que estés conmigo. —Martín… hoy no… —¿Otra vez con tus excusas? —Su voz se endureció—. Siempre estás inventando que te duele la cabeza, que estás cansada… —Es que de verdad no me siento bien. —No me importa cómo te sientas. Soy tu marido y quiero un hijo. Tú estás en la obligación de dármelo. —Yo… yo sé, pero… —Nada de peros. —Se sentó al borde de la cama, con un tono frío—. Yo decido cuándo y cómo. —Por favor… —¿Por favor, qué? ¿Vas a negarme lo que me corresponde? —No es eso, solo… quisiera descansar. —Descansarás después. —Se inclinó sobre ella—. Ahora haz lo que te digo. —Martín… me duele… —¡Cállate! —la interrumpió con un susurro amenazante—. No digas nada. —Te ruego que no… —Eres mi esposa, Ana. Me perteneces. —No quiero… —No tienes opción. —Su respiración era pesada—. Haz tu parte y no será peor. Silencio. —¿Por qué me haces esto…? —la voz de Ana se quebró. —Porque eres mía. Y lo vas a aceptar. —Martín… —No me provoques más. —… —Así está mejor. Obediente. —Yo… yo te amo… pero esto no está bien. —¿No está bien? —él soltó una risa amarga—. ¿Quién te metió esas ideas en la cabeza? ¿Clara? —No… —Claro que sí. Esa amiga tuya te envenena. Por eso quiero que te alejes de ella. —Martín… —No hables. Solo haz lo que debes. —… —Eso. Quédate callada. —Te siento tan lejos… —Porque siempre estás cuestionando. Una mujer que cuestiona arruina a su esposo. —Yo no quiero arruinarte… —Pues compórtate como es debido. —… —Eso es. Aprende a obedecer. —(Susurro) Me duele el alma… —Lo superarás. Todo lo hago por tu bien. Yo solo tenía que obedecer y esto pasaría rápido (repetía en mi mente) mientras Martín besaba mi cuello, cuando me casé estaba muy enamorada, ahora me da asco, yo parecía una estatua, no me movía en lo absoluto, tenía ganas de correr, pero sabía que sería peor, Martín arrancó mi ropa, comenzó a tocarme los senos, pasó su lengua sobre ellos, mientras que con una mano tocaba mi entrepierna, creo que quería que sintiera placer, pero era imposible, rompió mi ropa interior, se veía enojado, cuando se quitó los pantalones preferí cerrar los ojos, a él nada le importaba, así que solo sentí cuando entró en mí, me dolía, pero no podía ni quejarme, me mordió los senos según él que para marcar lo que era suyo mientras me embestía una y otra vez, hasta que por fin termino mi castigo. —¿Ya estás feliz…? —Le —No hables así. —Solo quiero saber si ya te sientes satisfecho. —Nunca estás conforme… ni siquiera cuando cumples tu deber. —Yo no quería… —Tus deseos no importan, Ana. Importa lo que yo digo. —Eres cruel… —Soy realista. La vida es dura y tienes que aprender a soportarlo. —Me siento sucia… —Eres mi esposa, no digas tonterías. —No puedo más… —Claro que puedes. No dramatices. —Martín… me rompes por dentro. —Eso dices hoy, pero mañana me estarás agradeciendo. —¿Agradeciendo qué? ¿Que me obligues? —Que te enseñe tu lugar. —No quiero vivir así… —No tienes a dónde ir. No eres nada sin mí. Eres tan inútil que hasta tu familia se alejó de ti. —… —¿Lo entiendes? —Sí… —Dilo más fuerte. —Sí. —Eso quería oír. —Yo… solo quería dormir en paz esta noche. —Pues ya dormiremos. —¿Y tú cómo puedes dormir después de esto? —Con la conciencia tranquila. —Yo no… yo siento que me apago. —Entonces cállate y duerme. Silencio. —Martín… ¿algún día me vas a querer de verdad? —Ya te quiero. A mi manera. —Tu manera duele. —El amor siempre duele. —No debería… —Eso es lo que crees tú. —Entonces… ¿yo solo soy tuya para cuando quieras? —Exacto. —Y lo que yo siento no importa… —Así es. —(Suspiro) Está bien… —Así me gusta. Resignada. Silencio más largo. —Buenas noches, Ana. —… —¿No vas a responder? —Buenas noches… —Eso es. Ahora duerme. Silencio. —(Susurro) Ojalá pudiera desaparecer… —¿Qué dijiste? —Nada. —Más te vale. —…