Cuatro meses habían pasado desde aquél día en que todo cambió.
El tiempo, que antes corría ligero entre risas y planes, ahora parecía avanzar con el peso de una espera interminable. Leonardo seguía en prisión, condenado a cinco años por evasión fiscal y por el accidente de Isabella, quien se había presentado ante el tribunal como una víctima frágil, reforzando la versión que lo señalaba a él como responsable.
Ana había asistido a cada audiencia, con el corazón apretado, intentando demostrar que el hombre al que amaba no era un criminal.
Pero las pruebas habían desaparecido junto con Isabella… hasta ahora.
Clara, fiel a su promesa, se había mudado al apartamento para acompañarla. Entre ambas mantenían viva la esperanza, mientras el licenciado Bustamante movía cielo y tierra en busca de pruebas.
Esa mañana, Ana estaba lista para dar el paso que había postergado durante semanas.
—¿Lista? —preguntó Clara, cerrando la cremallera de su bolso.
—Sí —respondió Ana con serenidad, aunque sus ojo