Marcos Monteiro es un empresario de éxito, CEO de una reconocida empresa de chips automotrices, a punto de celebrar su compromiso con Júlia Aguiar, una modelo en ascenso. Sus sueños se derrumban cuando descubre, por casualidad, que Júlia interrumpió el embarazo que ambos habían planeado para poder desfilar en uno de los eventos de moda más importantes del país. Devastado, se siente traicionado y sin rumbo. En un intento de alejar el dolor, parte en su motocicleta, acelerando como si pudiera dejar atrás su pasado, pero acaba siendo perseguido por asaltantes y sufre un grave accidente en una carretera desierta. Sin memoria de los últimos días, Marcos despierta semanas después en una casucha en una granja casi en ruinas. A su lado encuentra a Jasmine, una mujer de pocas palabras, cuya fortaleza le parece un bálsamo frente a su propio desespero, y a Roberta, su pequeña hija, heredera de una modesta producción de quesos y de una esperanza que se aferra a la vida. Jasmine, viuda de un hombre que desapareció entre botellas y deudas, lucha por mantener la tierra que sus padres le dejaron como legado. Consciente de que allí nadie lo reconocerá, Marcos decide ocultar su verdadera identidad. Se presenta como "Pedro", que fue asaltado y busca refugio. Propone entonces un acuerdo inusual: "Trabajo en las reparaciones de la granja a cambio de alojamiento." Sin nada que perder, Jasmine acepta, recelosa pero agradecida por la ayuda. Sin embargo, no imagina que, bajo el disfraz de un hombre roto, Marcos trama un plan que puede unir sus destinos o destruir de una vez las pocas certezas que aún les quedan. Entre reparaciones de cercas, noches frías y la ternura de un bebé, ambos descubrirán que el verdadero renacimiento nace de la confianza, del perdón y del amor inesperado
Leer másEl Imperio que Construí
Marcos El sonido rítmico del teclado, el murmullo de las llamadas telefónicas y el susurro discreto de la máquina de café llenaban el ambiente de Autoeletron. Para mí, ese era el sonido del éxito. Yo construí esta empresa desde cero, transformándola en una de las mayores importadoras de chips automotrices de Brasil. Mi día comenzaba temprano y terminaba tarde, pero cada segundo valía la pena. Al entrar en mi oficina, encontré a Paulo Jordão, mi vicepresidente y amigo de toda la vida, ya inclinado sobre algunos informes. —Buenos días, Paulo. ¿Alguna novedad? Él levantó la vista del papel y sonrió. —Sabes que no duermo, Marco. Ya revisé los contratos con los proveedores y envié un correo a nuestra filial en Alemania. Me senté a la mesa y tomé uno de los informes. —¿Y las negociaciones con los chinos? Paulo cruzó los brazos y se recostó en la silla. —Todo está encaminado. Pero quieren un ajuste en los plazos de entrega. Tenemos que decidir si vale la pena ser flexibles o si mantenemos nuestra posición. Le hice un gesto para que me pasara los detalles. Trabajar con Paulo era sencillo. Conocía la empresa tan bien como yo y sabía exactamente lo que esperaba. Su eficiencia era incuestionable, y su lealtad, inquebrantable. —¿Márcia ya vio esto? —pregunté, sabiendo que mi hermana, jefa de marketing, siempre tenía una visión estratégica. —Todavía no, pero debe estar por llegar —respondió Paulo. Como si hubiera escuchado su nombre, Márcia entró en la sala con un tablet en la mano. —Aquí estoy. Y sí, ya vi el informe —dijo sonriendo mientras echaba hacia atrás su cabello corto en un corte tipo Chanel. —Podemos ceder un poco en el plazo, siempre y cuando ellos garanticen exclusividad por al menos seis meses. Eso nos daría una ventaja competitiva —agregó con convicción. Asentí. —De acuerdo. Propondremos eso en la reunión de mañana. Márcia era tan comprometida como yo. Desde que ingresó a la empresa, revolucionó la manera en que comercializábamos nuestros productos, logrando que Autoeletron se convirtiera en una referencia en el mercado. A pesar de su baja estatura —medía apenas un metro cincuenta—, de su figura curvilínea en los lugares correctos, su rostro de muñeca, con ojos castaños claros y un aire de fragilidad, Márcia era sagaz y precisa en los negocios. Esa apariencia frágil solía engañar a nuestros adversarios, y era hasta gracioso ver la sorpresa en sus rostros cuando descubrían toda la fuerza y el potencial que tenía. —Por cierto, Marco —dijo mientras se sentaba en la mesa—, ¿y Júlia? ¿Cómo van las cosas con ella? Sabía que esa pregunta llegaría. Márcia nunca había simpatizado con Júlia; siempre dijo que era egoísta y fría. —Estamos bien. Quiero organizar una cena con ella esta noche —respondí. Paulo arqueó una ceja. —¿De verdad crees que va a cambiar ahora que está embarazada? Suspiré, pasándome las manos por el rostro. —Necesito intentarlo. Ese bebé… es mi hijo, Paulo. Quiero estar cerca. Márcia cruzó los brazos. —Solo espero que ella valore eso. Ignoré el tono escéptico de mi hermana y saqué mi celular. Necesitaba hablar con Júlia. Lo que no sabía era que esa llamada cambiaría mi vida. Autoeletron no era solo un negocio para mí. Era el reflejo de mi esfuerzo, de las noches sin dormir, de todas las batallas que libré para llegar hasta donde estaba. Era el legado que mi madre siempre soñó que yo construyera. Mi madre… Cerré los ojos por un momento, recordando su rostro cansado, sus manos curtidas por el trabajo duro y aquella mirada decidida que me enseñó a nunca rendirme. Ella nos crió sola, a mí y a Márcia, sacrificando todo para asegurarnos un futuro mejor. Fue limpiadora, costurera, vendedora ambulante… cualquier cosa para llevar un plato de comida a la mesa. Todavía recuerdo el día en que, siendo apenas un adolescente, le prometí que haría todo su sacrificio valer la pena. —Vas a estar orgullosa de mí, mamá —murmuré en voz baja. —¿Qué dijiste? —preguntó Paulo, sacándome de mis pensamientos. Negué con la cabeza y sonreí. —Solo recordaba algunas cosas. Él asintió, como si realmente entendiera. Tal vez lo hacía. Paulo estuvo a mi lado desde los primeros días, cuando éramos apenas dos jóvenes luchando por conseguir un contrato en una pequeña oficina alquilada. Ahora, teníamos un equipo enorme, filiales internacionales y un nombre respetado. —Te mereces todo esto, Marco —dijo Paulo, como leyendo mis pensamientos. Márcia sonrió y añadió: —Y todavía queda mucho más por conquistar. Ella tenía razón. Siempre soñé con expandir aún más Autoeletron, dominar el mercado, crear algo imbatible. Pero ahora, por primera vez, había algo que me hacía mirar más allá de los negocios: mi hijo. Incluso si Júlia y yo éramos tan diferentes, ese bebé nos unía. Yo quería ser un padre presente, dar a mi hijo todo lo que mi madre me dio a mí: amor, esfuerzo y ejemplo. Respiré hondo y marqué el número de Júlia. —¡Hola, Marco! —contestó ella, con voz suave pero impaciente. —Quiero verte hoy. Vamos a cenar —dije con firmeza. Ella suspiró, claramente molesta. —No puedo. Tengo una reunión importante. —Júlia, esto es serio. Necesitamos hablar del bebé. —¿No puede ser otro día, Marco? —No, Júlia. Es muy importante. Debe ser hoy. Hubo un silencio tenso al otro lado de la línea. Finalmente, respondió, fría como el hielo: —Está bien. Nos vemos a las ocho. Colgué el teléfono y miré a mi hermana y a Paulo. —Solo espero que ella valore esto —dijo Márcia, antes de salir de la sala. Yo también lo esperaba. Pero algo en mi interior me decía que estaba a punto de descubrir la amarga verdad. Mi imperio había sido construido con trabajo duro y sueños. Ahora, estaba a punto de enfrentar una decisión que pondría a prueba no solo mi corazón, sino también el futuro que tanto había luchado por construir.Cicatrices de la Tierra La calma de los días siguientes al taller parecía un premio silencioso. La finca respiraba con más firmeza, como si, de algún modo, hubiera sido lavada por dentro. Los senderos de tierra se sentían más livianos bajo los pies, las plantas vibraban con más color, e incluso los animales parecían compartir esa paz discreta que se esparcía por la casa. Pero bastó una sola llamada para que todo se estremeciera. Era al final de la tarde. El cielo ya adquiría tonos ámbar cuando sonó el teléfono. Jasmine estaba en la cocina preparando buñuelos de lluvia con Roberta. Pedro, sentado en el escalón del porche, lijaba un trozo de madera para los soportes del nuevo invernadero. Al oír el sonido del teléfono fijo, dejó lo que hacía, se limpió las manos en el pantalón y entró. — ¿Aló? — ¿Jasmine Almeida? —la voz masculina era seca, directa. — No, aquí Pedro. ¿Con quién desea hablar? — Necesito hablar con la dueña de la finca. — Es un asunto urgente. — Es sobre Mar
Raíces VisiblesEl día del taller amaneció envuelto en un silencio poco común.El cielo, limpio como una tela recién lavada, parecía bendecir lo que estaba por venir.Pedro se despertó antes que todos y se dirigió al porche con un cuaderno en las manos.Se sentó en el escalón de madera, con los pies descalzos sobre el fresco suelo matutino, y respiró hondo.El aroma de la lavanda recién regada y del café que Jasmine ya empezaba a preparar lo envolvía como un abrazo invisible.Poco después, la puerta crujió y Jasmine apareció envuelta en su chal de ganchillo azul.Aún con los ojos un poco hinchados por el sueño, se sentó junto a él y apoyó la cabeza en su hombro.— ¿Dormiste? —murmuró ella.— Un poco. Pero mi corazón late como tambores.— ¿Es miedo?— Todo junto: ansiedad, alegría, esperanza…Ella entrelazó sus dedos con los de él, cada vez con más naturalidad.Pedro le apretó la mano con ternura, como diciendo: “Aquí estoy”.Dentro de la casa, Roberta ya canturreaba, preparando su ces
La Primera SembradoraEl cielo aún estaba teñido de gris cuando Jasmine abrió las ventanas del dormitorio. El olor a tierra mojada de la noche anterior invadía el ambiente como un bálsamo.Se puso una camisa clara de algodón, se recogió el cabello con un pañuelo floral y pasó los dedos por los labios; aún sentía la presencia del beso de la noche anterior, como una marca invisible que la calentaba por dentro.Pedro ya estaba en el galpón, haciendo los últimos ajustes en la sembradora automatizada.Cuando ella se acercó, él bajó el soplete con cuidado y sonrió, cubierto de hollín y sudor. El olor a metal caliente y aceite vegetal llenaba el aire.— ¿Está lista? —preguntó él, señalando la estructura de madera reutilizada.— Nunca pensé que vería esta sembradora funcionando de verdad —dijo Jasmine, encantada—. Marcelo siempre decía que iba a armar una, pero eran solo promesas vacías.Pedro se limpió la frente con la manga de la camisa.— Aquí, todo lo que prometemos, lo sembramos.— Y lo
Lluvia Suave, Tierra FértilLa lluvia comenzó antes del amanecer, primero como un susurro distante, luego como dedos suaves tamborileando sobre el tejado de zinc.Jasmine se despertó con el sonido y permaneció inmóvil, escuchando el murmullo constante que parecía mecer la casa.La respiración de Roberta, en la habitación contigua, era un dulce recordatorio de que ese día podría ser de recogimiento.Se estiró lentamente, con las sábanas aún tibias sobre la piel, y sonrió al recordar el día anterior: las semillas plantadas, las palabras compartidas, el beso bajo las estrellas.Se levantó, se calzó los calcetines gruesos y caminó por el pasillo.Pedro ya estaba en la cocina. La ventana abierta dejaba entrar el olor a lluvia y el frescor de la mañana.Revolvía una olla de gachas en la estufa de leña, el cabello aún desordenado por el sueño.Al verla, sonrió de lado.—Buenos días, dormilona —bromeó.—Estaba escuchando la lluvia.—Hace tiempo que no la oigo así, sin apuro.—Hay algo sanador
Frutos de la ConfianzaEl sonido sordo de la azada golpeando la tierra húmeda marcaba el ritmo de la mañana.Pedro se agachaba con Lluvia Suave, Tierra FértilLa lluvia comenzó antes del amanecer, primero como un susurro distante, luego como dedos suaves tamborileando sobre el tejado de zinc.Jasmine se despertó con el sonido y permaneció inmóvil, escuchando el murmullo constante que parecía mecer la casa.La respiración de Roberta, en la habitación contigua, era un dulce recordatorio de que ese día podría ser de recogimiento.Se estiró lentamente, con las sábanas aún tibias sobre la piel, y sonrió al recordar el día anterior: las semillas plantadas, las palabras compartidas, el beso bajo las estrellas.Se levantó, se calzó los calcetines gruesos y caminó por el pasillo.Pedro ya estaba en la cocina. La ventana abierta dejaba entrar el olor a lluvia y el frescor de la mañana.Revolvía una olla de gachas en la estufa de leña, el cabello aún desordenado por el sueño.Al verla, sonrió de
Círculo de Sombras y LuzLa noche se posó sobre la finca con la serenidad de una sábana recién lavada, pero Jasmine despertó antes del primer canto del gallo, inquieta.Apoyada en el marco de la ventana, observaba la silueta oscura de las colinas y sentía el corazón latir en un compás distinto, casi irregular, como si un pájaro encerrado batiera las alas dentro de la jaula de su pecho.Sobre la cómoda, un sobre amarillento aguardaba desde la tarde anterior.El sello del banco relucía bajo la luz tenue de la lámpara, recordándole que los fantasmas no desaparecen sólo porque el sol amanece hermoso.Cuando los primeros hilos de gris rasgaron el este, se vistió con un pantalón de algodón, una blusa sencilla y salió.Un aire húmedo, impregnado del aroma del albahaca recién regada, acarició su rostro.Afuera, la neblina abrazaba las cercas como lana de oveja. Cada paso que daba parecía resonar más allá del patio, como si la finca intentara adivinar su estado de ánimo.Pedro ya trabajaba cer
Último capítulo