Mundo ficciónIniciar sesiónEn un mundo donde las mujeres son escasas y el poder se hereda en silencio… Natalia solo quiere una cosa: un nuevo comienzo. Huyó de un pasado que la destrozó—usada por hombres, marcada por un sistema que la trataba como propiedad. Cree que por fin es libre… Pero algunas cicatrices no pertenecen a esta vida. Cuando Pavel, Alexei, Roman, Leon y Sergei Yakovlev la encuentran, sienten lo innegable: el llamado de su compañera destinada. Ricos, peligrosos y despiadadamente dominantes, fueron entrenados para esperar a la única escrita en sus almas. Y ahora que la han encontrado… no la dejarán escapar. Lo que ninguno de ellos sabe es que ya estaban unidos en otra vida— pero fueron separados antes de que su destino pudiera cumplirse. Ella quiere libertad. Ellos la quieren bajo su control. Un romance oscuro lleno de poder, pasión, destino y segundas oportunidades... Donde el amor no llega para salvarte— Llega para reclamar lo que ya le pertenece. ************************************* Obra registrada en Safe Creative bajo el número 2509143063098. Prohibida su reproducción, distribución o adaptación sin la autorización de la autora.
Leer másA veces, el cuerpo recuerda lo que el alma intenta olvidar.
No fue el dolor lo que me quebró, sino la forma en que mi cuerpo dejó de pertenecerme. Cada caricia no deseada fue una grieta más. Un pedazo de mí desapareciendo sin hacer ruido.
Hace meses llegué a Chicago, y aún me cuesta respirar. Esta ciudad no me abraza: me observa. Todo es limpio, frío, preciso. Las luces de neón parpadean como estrellas falsas, y la lluvia golpea los cristales con disciplina militar. Es un mundo diseñado para funcionar, no para sentir.
No se parece en nada a Texas. Allá la vida era predecible, brutal a su manera. Los Contratos de Primacía eran comunes. Mi virginidad se convirtió en dote; mi cuerpo, en transacción. Me rompieron en nombre del deber. Me devolvieron vacía. Intenté morir. Pero ni siquiera eso fue mío.
Como compensación mis padres me enviaron aquí. A una de las cuidades más estrictas del país con la promesa de un nuevo inicio. Pero en Chicago, los comienzos no se escriben con libertad, sino con análisis genéticos, firmas digitales y algoritmos de compatibilidad.
Me inscribí en el programa de vinculación porque no tenía otra opción. Pero antes de siquiera dejarme elegir mi destino me exigieron pruebas. Muchas.
—Es parte del protocolo —dijo la enfermera mientras me entregaba un frasco estéril—. Todo es por tu seguridad y la de tu futuro clan.
Todas eran mujeres. Uniformadas, calladas, profesionales. Quizá para hacer más llevadero el proceso. Quizá para fingir que aquello no era una evaluación de ganado.
Primero fueron los análisis de sangre, orina, saliva. Luego vinieron las mediciones corporales, la exploración ginecológica, y más tarde los sensores adheridos a mi piel.
—Presión en rango. Reacción al tacto dentro de lo esperado —murmuró una de ellas mientras anotaba en su tableta sin mirarme a los ojos.
Después me pasaron a una sala sin ventanas. El aire olía a desinfectante y metal. Allí, una doctora de expresión severa se sentó frente a mí con un expediente en la mano.
—Vamos a ser directas —dijo—. Tus resultados son positivos en todos los parámetros. Tienes un nivel muy alto de fertilidad, sin antecedentes genéticos negativos, y una respuesta física óptima para la concepción.
Me limité a asentir, sintiendo que una parte de mí se encogía.
—Además —añadió, repasando el expediente con frialdad—, tu apariencia es una ventaja competitiva. Tienes rasgos armónicos, piel clara, cabello brillante, y una expresión sumisa incluso cuando estás tensa. Ser tan hermosa es valioso.
Valioso, pensé no como una persona, sino como producto.
—¿Eso significa que tengo más opciones? —pregunté, con un tono neutro.
—Significa que eres apta para los clanes de la élite. Algunos no buscan afinidad emocional, solo que la mujer cumpla dos condiciones: que sea hermosa... y que pueda darles muchos hijos. Tú cumples ambas.
Me tragué el nudo en la garganta. No porque lo que decía fuera cruel, sino porque era verdad.
En este mundo, ser bella era útil.
Ser fértil, indispensable.
Ser ambas… una sentencia disfrazada de privilegio.
Más tarde, me hicieron pasar al módulo de compatibilidad psicométrica. Allí me esperaban tres enfermeras con expresión impenetrable.
—El sistema seleccionará con base en tu perfil —explicó una de ellas mientras me colocaba una diadema conectada a sensores—. Solo relájate y responde con sinceridad.
—¿Y si no soy compatible con nadie?
—Eso jamás ha sucedido.
Las preguntas fueron largas, repetitivas, y en ocasiones profundamente invasivas.
—¿Qué opinas sobre la obediencia?
—¿Puedes amar a alguien que no elijas tú misma?
No hubo pausa entre cada pregunta. No hubo espacio para respirar.
Horas después, ya con el cuerpo adormecido y la mente entumecida, me sentaron frente a una pantalla. El sistema, supuestamente imparcial, había terminado de analizar mis resultados. En segundos, comenzó a desplegar los perfiles de los clanes con los que mi compatibilidad era “óptima”.
Aparecieron hombres que no podía distinguir entre sí. Voces grabadas. Sonrisas congeladas. Historias escritas como si fueran fichas de un catálogo.
—Este tiene historial limpio. Nivel 9 en dominio, 8 en control emocional —murmuró una de las asistentes mientras me pasaban los datos.
—¿Control emocional en ellos o en mí? —pregunté con la voz seca.
No me respondió.
Y entonces, justo cuando todo comenzaba a parecer un mal chiste sistemático y cruel, el monitor cambió y una notificación apareció en la parte superior de la pantalla:
PERFIL DESTACADO: CLAN YAKOVLEV
Mi atención se enfocó de inmediato.
—¿Quiénes son ellos? —pregunté, sin poder evitarlo.
El rostro de la asistente cambió por primera vez. Ya no sonreía. Tampoco fingía indiferencia. Se quedó callada unos segundos y luego dijo, en un tono mucho más serio:
—Pertenecen a la élite. Su oficio es muy respetado.
—¿Qué significa eso? —insistí.
Intercambió una mirada rápida con las otras dos mujeres en la sala. Hubo un silencio denso, como si no supieran si debían decirme la verdad o limitarse al guion. Finalmente, una de ellas respondió:
—Con ellos siempre estarás segura. Nadie se atreverá a lastimarte.
—Ellos se encargarán de proveer para ti todo lo que necesites. Nunca te faltará nada y siempre serás protegida—añadió la otra—. Eres… muy afortunada.
Ninguna explicó a qué se dedicaban exactamente.
Pero el mensaje era claro: no eran un clan de hombres simples.
Tenían poder y el poder no acaricia… devora.
¿Qué tan afortunada puede ser una mujer cuando el precio es su libertad?
Pavel y yo pasamos toda la mañana juntos. Algo tan simple… y, sin embargo, tan extraordinario. Pavel, siempre tan ocupado, tan serio, tan lejano a veces, hoy parecía no querer alejarse de mí ni un segundo. Y yo, contra todo pronóstico el día de hoy también me dejé envolver por esa burbuja de calma como si el mundo allá afuera no pudiera tocarnos.Después de haberle hecho el amor con mi boca, pensé que ya no podía haber más magia. Pero la hubo. Caminamos tomados de la mano por el invernadero del clan, sin hablar demasiado, sólo escuchando el crujido del suelo bajo nuestros pasos, el canto leve de los pájaros y la vibración muda de nuestras respiraciones entrelazadas. Luego, sin planearlo, nos recostamos sobre la gran hamaca de tela gruesa, y Pavel me rodeó con sus brazos. Me dormí escuchando su corazón. Y por un momento, sentí que todo estaba bien.Pero cuando cayó la noche, él me sorprendió a un más. Me pidió que me abrigara, sin decirme adónde íbamos. Subimos juntos al coche del clan
No creía en el destino, aunque mis padres siempre me aseguraron que todos teníamos uno. No fue hasta conocerla a ella que lo entendí… aunque inicialmente me quise negar a creerlo.Natalia, nuestro sol.Desde que la vi, supe que algo en mí se quebró sin remedio. No por debilidad, sino por fuerza contenida. Por esa necesidad brutal que despierta en mí con solo respirar cerca de ella. Y ahora… está aquí. En mi cama. A mi lado porque es mi mujer, mi esposa y la de mis hermanos.La sábana blanca cubre nuestros cuerpos, pero entre nosotros solo hay una delgada barrera: su camisón de tela suave, casi transparente, que se aferra a su piel como si me desafiara a romper el último límite que aún existe entre nosotros.Su respiración es lenta, tranquila. Aún no ha abierto los ojos del todo, pero sé que está despierta. Lo noto en la forma en que sus dedos se enredan entre las sábanas, en cómo sus piernas se estiran bajo la tela, rozando sin querer o tal vez queriendo mi cuerpo endurecido por el de
Sus manos me tocan, sus respiraciones se mezclan con la mía… pero mi mente está en otro lugar.—¿Otra vez, Chloe? —la voz de Mark me arrastra de golpe a la superficie. No suena enojado… suena dolido, como si volviera a reconocer que me evado y eso lo lastimara.—Vamos, dinos qué podemos hacer para que lo disfrutes —insiste Mark, con la misma insistencia empalagosa. No me provoca ternura. Nunca me la provocó. Siento fastidio, una náusea fina que aprendo a tragar cada noche como si fuera agua sucia.Trago, y la mentira ya está lista en la punta de mi lengua.—Lo estoy disfrutando —susurro, y la mentira se pega a mi voz como un barniz. Ni siquiera ellos merecen otra cosa que la apariencia de una cosa que yo no siento.—Mark, ya sabes cómo es. Déjalo ya —dice Evan, con ese tono seco que evita preguntas incómodas y demandas profundas. Su voz se mueve entre nosotros como si fuera la ley que siempre repiten.Y Vadim… Vadim como siempre solo nos observa. No participa sabe que los odio. Sabe q
Cuando cruzamos la puerta principal, el cansancio se me clava en los huesos como un filo oxidado. Veinticuatro horas seguidas persiguiendo a esos malditos rebeldes, rastreando su rastro entre túneles, ruinas y redes encriptadas que parecen diseñadas para confundir incluso a los mejores.Cada músculo me pesa como si hubiera sido arrancado y vuelto a coser en el lugar equivocado. El sudor seco me cubre la piel como una segunda capa de suciedad, y mis ojos apenas pueden sostener el peso de tanto insomnio.Y aun así… algo no encaja.Lo hemos hablado entre susurros, entre detonaciones y disparos, entre silencios incómodos frente a las fogatas tácticas del campamento temporal. Alexei y yo lo sentimos. Hay una irregularidad en todo esto, una fractura invisible que no encaja con la lógica criminal que debería sostener a un grupo rebelde. No son simples desertores. No son traficantes. No son militantes comunes. Sea lo que sea lo que estamos enfrentando… huele a traición interna. Pero todavía n
La primera vez que crucé las puertas de la Academia, sentí cómo el mundo que conocía se desvanecía detrás de mí. Las tierras heladas de Alaska quedaron atrás, tan imponentes y eternas como nuestros padres, pero incluso su dureza parecía pequeña comparada con lo que me esperaba más allá del umbral.La Academia no era un colegio ni una base militar, era una maquinaria diseñada para moldear monstruos con control, para tomar el caos que vivía en nuestras mutaciones y darle forma, disciplina, objetivo. La tecnología era parte esencial de todo: muros que registraban tus niveles hormonales al caminar, drones invisibles que vigilaban cada reacción emocional durante las pruebas, implantes temporales para entrenar la conexión mental con los sistemas automatizados de defensa. Allí, incluso tus pensamientos eran puestos a prueba.Desde el primer año supe que nací para ese lugar.Otros necesitaban adaptarse. Yo no. Las pruebas de agilidad con realidad aumentada, los campos de batalla proyectados e
He escuchado —en las pocas ocasiones que he visto a mis padres— que piensan que Natalia, Isabella y yo somos una abominación. Dos de ellos creen que podríamos tener alguna habilidad sobrehumana, una anomalía en nuestros genes. Los otros descartan la posibilidad por completo, convencidos de que solo los hombres heredaron esa condición de sus ancestros, quienes adquirieron sus habilidades tras un accidente biológico ocurrido hace más de cien años. A veces me pregunto si por eso crecimos encerradas. Si nos veían como un error. Como algo raro.También escuche que están molestos con Natalia. No les gusto enterarse que se vinculó con un clan compuesto totalmente por inquisidores sin pedirles permiso primero. Lo consideran una falta imperdonable. Pero, contradictoriamente, reconocen también que ha sabido mantenerse al margen de los problemas. Que tal vez, solo tal vez, algún día Isabella y y yo también podamos marcharnos.Y eso... eso me entristece. Porque en el fondo siento que no nos quier
Último capítulo