El Valor de las Pequeñas Conquistas
El sol aún no había despuntado por completo cuando el canto de los gallos resonó en la granja, mezclándose con el suave murmullo del viento que danzaba entre los árboles. Me desperté incluso antes de que Jasmine viniera a llamarme, guiado por una extraña sensación de responsabilidad. Como si, de algún modo, aquel pedazo olvidado de tierra también fuera ahora mi hogar.
Después de un café rápido, Jasmine me entregó una cesta trenzada, pesada con tarros y paños de algodón.
—Hoy vamos a hacer queso —anunció con una sonrisa discreta, casi tímida—. Necesito abastecer la tienda del pueblo.
La seguí hasta el cobertizo detrás de la casita, un espacio pequeño pero limpio, donde los utensilios de fabricación artesanal estaban organizados con el esmero de quien respeta la tradición. El olor a leche fresca impregnaba el aire, mezclándose con el aroma levemente ácido de los quesos que ya reposaban en estantes de madera rústica.
Jasmine se movía con destreza.