Raíces Visibles
El día del taller amaneció envuelto en un silencio poco común.
El cielo, limpio como una tela recién lavada, parecía bendecir lo que estaba por venir.
Pedro se despertó antes que todos y se dirigió al porche con un cuaderno en las manos.
Se sentó en el escalón de madera, con los pies descalzos sobre el fresco suelo matutino, y respiró hondo.
El aroma de la lavanda recién regada y del café que Jasmine ya empezaba a preparar lo envolvía como un abrazo invisible.
Poco después, la puerta crujió y Jasmine apareció envuelta en su chal de ganchillo azul.
Aún con los ojos un poco hinchados por el sueño, se sentó junto a él y apoyó la cabeza en su hombro.
— ¿Dormiste? —murmuró ella.
— Un poco. Pero mi corazón late como tambores.
— ¿Es miedo?
— Todo junto: ansiedad, alegría, esperanza…
Ella entrelazó sus dedos con los de él, cada vez con más naturalidad.
Pedro le apretó la mano con ternura, como diciendo: “Aquí estoy”.
Dentro de la casa, Roberta ya canturreaba, preparando su ces