Días después...
El sol aún no ha salido cuando me despierto, sintiendo el cuerpo pesado y las costillas adoloridas. Aún con sueño, me pongo las botas que Jasmine dejó al alcance y salgo sigilosamente.
En el patio, el rocío helado cubre la hierba corta, y la niebla sutil envuelve el corral como un velo etéreo.
Respiro profundamente el aire puro y me doy cuenta de que nunca me he sentido tan vivo. La soledad de esta finca, la ausencia de espectadores, me libera de todas las obligaciones que me asfixiaban en la ciudad.
Aquí, soy solo “Mateus”, el nuevo peón que llegó ayer.
El primer trabajo es limpiar el establo: carretas viejas, estiércol acumulado y heno mohoso necesitan atención. Las tablas podridas crujen bajo mis rodillas cuando saco el sustrato viejo.
Cada puñado de estiércol me recuerda el fuerte olor al fracaso que me consumía, pero ahora me da fuerza.
Mezclo cinismo y determinación, recordando que, hace unas semanas, casi muero en esa curva congelada.
Ahora, con las mano