Capitulo 8. Dolor y Miedo

Carlos la despojó del vestido de novia que hasta hacía un momento llevaba con tanto esmero. En un arrebato de fuerza, rasgó la tela y se apoderó de sus labios sin escuchar sus súplicas ni sus ruegos. La ansiedad y la confusión nublaban la mente de Mary, quien se encontraba atrapada en un momento que nunca habría imaginado vivir.

Mientras él reclamaba su cuerpo, Mary sintió cómo el dolor y el miedo se apoderaban de ella. Cada instante se prolongaba como una eternidad, donde su voluntad y dignidad parecían desvanecerse bajo el peso de la violencia. Su mente divagaba entre el pasado, cuando todo parecía perfecto, y el presente, que se había convertido en una pesadilla interminable.

El amanecer llegó, trayendo una calma aparente que solo encubría el tormento que Mary sentía en su interior. Bajo las cobijas, rodeada por los brazos de Carlos, su alma seguía gritando en silencio, buscando consuelo en un lugar donde no parecía haberlo.

La casa de las Rosas, que alguna vez se presentó como un símbolo de amor y esperanza, se había transformado en una prisión. Las paredes de aquel hermoso lugar eran testigos de un sufrimiento que no debería haberse escrito en la vida de nadie. Los rumores decían que Carlos había construido la casa para la mujer que mereciera su amor, pero para Mary, aquel sueño hecho piedra se convirtió en una jaula con espinas que desgarraban su espíritu.

Mary había contado cinco días desde que comenzó su pesadilla. Durante ese tiempo, Carlos había abusado de ella de múltiples formas, sumiéndola en una constante humillación y dolor. Su mente estaba atormentada, pero una cosa estaba clara: tenía que salir de aquel lugar, y debía hacerlo pronto. Además, la incertidumbre sobre su tía y Pedrito le pesaba, y necesitaba saber qué había sido de ellos, al igual que el paradero de Pedro.

Para Carlos, lo que sentía por Mary era, según él, amor. Creía que podía comprar su afecto ofreciéndole lujo y comodidades. Cada vez que llegaba a la habitación, le expresaba lo mucho que la amaba, rogándole que correspondiera a sus sentimientos.

—Serás más que una empleada de mi hacienda. Serás la señora, tendrás todo lo que siempre soñaste: joyas, ropa, viajes, autos. Serás respetada por todos. ¿No es eso lo que cualquier mujer desea? —decía Carlos con insistencia.

Pero Mary no deseaba nada de eso. Su única respuesta era siempre la misma:

—No me interesa su dinero. Solo quiero salir de aquí.

La frustración de Carlos aumentaba cada vez que escuchaba esas palabras. No podía entender por qué Mary rechazaba lo que él consideraba una vida ideal. Para ella, no había nada más valioso que su libertad.

Cansada de los abusos y el maltrato, Mary decidió que era hora de huir, incluso si eso significaba arriesgar su vida. La única persona con la que podía contar era la empleada de la casa, encargada de mantener el lugar en orden y preparar los alimentos. Sin embargo, esta mujer se mantenía distante, siguiendo las órdenes estrictas de Carlos de no permitir que Mary escapara. A pesar de esto, Mary no se rendiría; debía encontrar una forma de liberarse.

Esa noche, cuando escuchó el sonido del auto de Carlos, su corazón se llenó de miedo. Sabía lo que venía, y aunque su cuerpo temblaba de desesperación, ya no tenía fuerzas para resistir. Se escondió en un rincón de la habitación, pero sabía que era inútil. Carlos la encontraría.

Cuando él entró, se dirigió hacia ella con determinación. Mary cerró los ojos, esperando que el tormento pasara rápido. Cada acto era una nueva herida, física y emocional, que la sumía más en el abismo de la desesperación. Aunque por momentos su cuerpo reaccionaba de formas que ella no entendía, su mente estaba llena de confusión, vergüenza y culpa. Sabía que sus reacciones no invalidaban el horror de lo que estaba viviendo, pero el peso de todo aquello la consumía.

La habitación, lujosa y ostentosa, se había convertido en una prisión. Su cuerpo era tomado sin su consentimiento, y su alma clamaba por un fin a aquel sufrimiento.

En esos momentos oscuros, Mary comenzó a planear su escape con más determinación. No podía permitir que su espíritu fuera quebrantado por completo. Su libertad y su dignidad eran lo único que le quedaba, y estaba dispuesta a luchar por ellas, sin importar el costo.

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