Carlos la despojó del vestido de novia que hasta hacía un momento llevaba con tanto esmero. En un arrebato de fuerza, rasgó la tela y se apoderó de sus labios sin escuchar sus súplicas ni sus ruegos. La ansiedad y la confusión nublaban la mente de Mary, quien se encontraba atrapada en un momento que nunca habría imaginado vivir.
Mientras él reclamaba su cuerpo, Mary sintió cómo el dolor y el miedo se apoderaban de ella. Cada instante se prolongaba como una eternidad, donde su voluntad y dignidad parecían desvanecerse bajo el peso de la violencia. Su mente divagaba entre el pasado, cuando todo parecía perfecto, y el presente, que se había convertido en una pesadilla interminable.
El amanecer llegó, trayendo una calma aparente que solo encubría el tormento que Mary sentía en su interior. Bajo las cobijas, rodeada por los brazos de Carlos, su alma seguía gritando en silencio, buscando consuelo en un lugar donde no parecía haberlo.
La casa de las Rosas, que alguna vez se presentó como un símbolo de amor y esperanza, se había transformado en una prisión. Las paredes de aquel hermoso lugar eran testigos de un sufrimiento que no debería haberse escrito en la vida de nadie. Los rumores decían que Carlos había construido la casa para la mujer que mereciera su amor, pero para Mary, aquel sueño hecho piedra se convirtió en una jaula con espinas que desgarraban su espíritu.
Mary había contado cinco días desde que comenzó su pesadilla. Durante ese tiempo, Carlos había abusado de ella de múltiples formas, sumiéndola en una constante humillación y dolor. Su mente estaba atormentada, pero una cosa estaba clara: tenía que salir de aquel lugar, y debía hacerlo pronto. Además, la incertidumbre sobre su tía y Pedrito le pesaba, y necesitaba saber qué había sido de ellos, al igual que el paradero de Pedro.
Para Carlos, lo que sentía por Mary era, según él, amor. Creía que podía comprar su afecto ofreciéndole lujo y comodidades. Cada vez que llegaba a la habitación, le expresaba lo mucho que la amaba, rogándole que correspondiera a sus sentimientos.
—Serás más que una empleada de mi hacienda. Serás la señora, tendrás todo lo que siempre soñaste: joyas, ropa, viajes, autos. Serás respetada por todos. ¿No es eso lo que cualquier mujer desea? —decía Carlos con insistencia.
Pero Mary no deseaba nada de eso. Su única respuesta era siempre la misma:
—No me interesa su dinero. Solo quiero salir de aquí.
La frustración de Carlos aumentaba cada vez que escuchaba esas palabras. No podía entender por qué Mary rechazaba lo que él consideraba una vida ideal. Para ella, no había nada más valioso que su libertad.
Cansada de los abusos y el maltrato, Mary decidió que era hora de huir, incluso si eso significaba arriesgar su vida. La única persona con la que podía contar era la empleada de la casa, encargada de mantener el lugar en orden y preparar los alimentos. Sin embargo, esta mujer se mantenía distante, siguiendo las órdenes estrictas de Carlos de no permitir que Mary escapara. A pesar de esto, Mary no se rendiría; debía encontrar una forma de liberarse.
Esa noche, cuando escuchó el sonido del auto de Carlos, su corazón se llenó de miedo. Sabía lo que venía, y aunque su cuerpo temblaba de desesperación, ya no tenía fuerzas para resistir. Se escondió en un rincón de la habitación, pero sabía que era inútil. Carlos la encontraría.
Cuando él entró, se dirigió hacia ella con determinación. Mary cerró los ojos, esperando que el tormento pasara rápido. Cada acto era una nueva herida, física y emocional, que la sumía más en el abismo de la desesperación. Aunque por momentos su cuerpo reaccionaba de formas que ella no entendía, su mente estaba llena de confusión, vergüenza y culpa. Sabía que sus reacciones no invalidaban el horror de lo que estaba viviendo, pero el peso de todo aquello la consumía.
La habitación, lujosa y ostentosa, se había convertido en una prisión. Su cuerpo era tomado sin su consentimiento, y su alma clamaba por un fin a aquel sufrimiento.
En esos momentos oscuros, Mary comenzó a planear su escape con más determinación. No podía permitir que su espíritu fuera quebrantado por completo. Su libertad y su dignidad eran lo único que le quedaba, y estaba dispuesta a luchar por ellas, sin importar el costo.
Pronto se quedó dormido y Mary vio su oportunidad para escapar, pero su cuerpo estaba muy adolorido. Hizo un esfuerzo para levantarse y vestirse; tenía que huir ahora que él dormía profundamente. Unos jeans y una camiseta cubrieron su cuerpo, calzó sus pies y se dispuso a emprender la huida de aquel lugar en el que tanto daño le habían hecho.La oscuridad de la noche resultó ser una buena cómplice para lograr su cometido. Salió de la gran casa, aunque pensaba que no lo lograría, ya que era una casa muy grande. Al llegar al patio trasero, se sintió liberada; ahora lo único que seguía era tratar de caminar a prisa. Sin importar el dolor de su cuerpo, se dispuso a huir de aquella tortura, y así lo hizo: corrió tanto como sus pies se lo permitieron. No sabía cuán lejos estaba de la casa de las rosas, ya que no pensó ni por un instante en mirar hacia atrás. Su corazón latía rápidamente y sintió mucho alivio al ver a unos campesinos que se dirigían a realizar sus labores diarias. Se detuvo
Los días de Mary transcurrieron ayudando en la parroquia, esperando el momento y la oportunidad que le había prometido el padre Jesús para salir del pueblo y tratar de rehacer su vida con Pedrito a su lado.Desde su escapada de la Casa de las Rosas habían transcurrido cuatro meses. Su cuerpo había cambiado y trataba de ocultarlo. Al mes de estar en la casa parroquial, se dio cuenta de que estaba embarazada. Sintió que la vida se le acababa, que Dios la había abandonado. Sus malestares se hicieron evidentes, y ella quería esconderse de la mirada del padre Jesús. No quería hablar más de lo que le había ocurrido. El sacerdote tampoco deseaba que ella se sintiera más humillada y prefirió guardar silencio sobre el asunto.—Hay una persona que vendrá a ayudarte. Es alguien de confianza. No quiero que te suceda nada malo a ti ni a tu niño —le dijo el padre.Pedrito era un niño muy inteligente. Quería estar al lado de su padre y no hacía otra cosa que preguntar por él. Mary y el padre Jesús d
Los dolores de parto comenzaron para Mary y, de inmediato, Carlina, la mujer que el padre Jesús había contratado para cuidarla, se puso en acción.—¿Mary, ya es la hora? —preguntó el padre a la joven, quien se encontraba abrazada a una almohada.—¡Creo que sí, padre! ¡Me duele mucho!Mary se veía muy mal, y había que actuar de inmediato. Carlina, con la experiencia de una profesional, sin más ni más, se puso los guantes y pidió a Mary que pujase.Los minutos pasaron, y por fin asomó una pequeña cabecita. Un varón, quien llenó la habitación con su primer llanto al poner sus pulmones en funcionamiento. El niño fue envuelto en una frazada y el padre Jesús lo tomó en sus brazos, arrullándolo con ternura. Mientras tanto, Mary seguía quejándose de dolor sobre la cama. Carlina no entendía por qué aún sentía tanto malestar.—Voy por más sábanas, padre. Ya vuelvo —se excusó Carlina.Al cabo de un rato, regresó un tanto nerviosa. Mientras tanto, Mary continuaba sufriendo.El silencio reinó en l
El padre no quedó muy convencido, pero se prometió investigar hasta encontrar pruebas contra la acusada.Los días pasaron y Mary se aferraba más a su pequeña hija. A pesar de la forma en que fueron concebidos, sentía que eran parte de ella. No paraba de observar a su pequeña y decir cuán hermosa era.—Eres tan parecida a mí.—Sí, es verdad —dijo el padre Jesús, que en ese momento entraba en la habitación—. Sacó tus mismos ojos color miel y un poco de tu tono canela.—Sí, padre. Me siento mal porque no tengo a mi otro hijo conmigo. A pesar de todo, los amo con toda mi vida.—Mary, tú significas mucho para mí. Has traído alegría a esta parroquia y a la vida de Pedrito, siendo una madre para él. Te prometo que haré todo lo posible para traerte sano y salvo al niño. Ese infeliz me debe tantas, y quiero empezar a cobrarlas una a una. Perdona, Señor, mi arrogancia, pero siento la necesidad de hacerlo —dijo, mirando al cielo.—Se lo agradezco, padre, por todo el apoyo que nos ha brindado.—N
Margaret era una mujer sumisa y abnegada que, desde que se casó con Carlos, nunca le reprochó su comportamiento: sus salidas con otras mujeres, sus borracheras ni el hecho de que la ignorara por completo. Ahora tampoco se molestaba por haber recibido a su hijo; lo cuidaría con amor y dedicación, pues el niño no tenía culpa de las acciones de sus padres. Sin embargo, quería que Carlos le dijera cuánto amaba a Mary y qué tenía ella que él no veía en su esposa.—¿Cómo estás?—Bien. —Carlos se sintió extrañado; no recordaba que Margaret hubiera ido antes a su oficina.—¿Te sorprende verme aquí? —preguntó ella al notar la expresión de su esposo.—¿Qué quieres? —preguntó Carlos, incómodo con su presencia.—Solo hablar.—Hablemos. —Carlos sirvió un vaso de licor y se sentó frente a Margaret, separados por el escritorio de su gran oficina.—Jamás te he molestado por nada, nunca te he cuestionado. Lo único que he hecho todo este tiempo ha sido amarte y respetarte, y tú pareces ser inmune a mis
—¿Qué sucede, hija? —preguntó el padre, nervioso.—¡No está mi bebé! —gritaba Mary, desesperada.Corrieron a las afueras de la parroquia y preguntaron a un feligrés que venía a la misa. Él dijo haber visto a Carlina correr con un bebé en brazos. De inmediato, fueron a la policía y comenzó la búsqueda por calles y avenidas, pero no encontraron ni a Carlina ni, mucho menos, a la pequeña Isabel. Las autoridades prometieron hallarla lo antes posible.El desespero de Mary era tan grande que sus fuerzas la abandonaron. Cayó al suelo desmayada y, de inmediato, la llevaron a su habitación para brindarle los primeros auxilios. El padre Jesús la observaba; nunca antes la había visto así: frágil, hermosa y desvalida. Una extraña sensación se apoderó de él, y se horrorizó de sus propios pensamientos. En silencio, pidió perdón por tener ideas tan mundanas.Mary no tardó en recobrar el sentido y, al despertar, preguntó insistentemente por su pequeña. La mirada del padre Jesús le recordó que aún no
Siempre cumplo lo que prometo.Rafaela recibió el envoltorio que traía la recién llegada. En su rostro se dibujó una mueca de agrado al ver de qué se trataba. Sacó un paquete de su cartera y dijo:—Con este dinero podrás vivir el resto de tu vida sin preocuparte por nada.—Lo necesito, quiero darme unas merecidas vacaciones.—Ahora márchate y no vuelvas jamás. No quiero verte el resto de mi vida.Carlina se ofreció a la familia Martín para trabajar en la casa, realizando labores de aseo y mandados. Ellos, recién llegados, aceptaron gustosos. Poco a poco, ella los puso al tanto de cómo transcurría la vida en el pueblo: qué hacía cada persona, en quién se podía confiar y en quién no. Con el tiempo, se ganó la confianza de los hermanos y, sobre todo, la de Rafaela.Rafaela le confesó que nunca había podido tener hijos y que ese era un sueño por cumplir. Quería adoptar un niño o una niña, pero sin lidiar con papeleo ni trámites en oficinas. Le preguntó a Carlina si conocía a alguien que e
Quince años habían transcurrido desde aquellos sucesos. Para algunos fueron desagradables, para otros no tanto, y para muchos, incluso beneficiosos. La vida de todos había cambiado, y con estos cambios, las piezas comenzarían a encajar en su lugar.Desde hacía varios días, un hombre desconocido para los habitantes del pueblo se paseaba por sus calles. Alto, de rostro atractivo, tez morena y modales impecables, frecuentaba la cafetería ubicada en la esquina principal del pueblo, un lugar de paso obligado para todos. No preguntaba nada; simplemente se dedicaba a observar lo que ocurría a su alrededor.Juliana, una de las meseras del lugar, quería trabajar para demostrarle a su hermano que no dependía de él. Le gustaba su empleo porque la mantenía alejada de los regaños de sus padres y del control asfixiante de su hermano, quien se dedicaba a espantarle los pretendientes bajo el argumento de que ninguno era lo suficientemente bueno para ella. Un día, decidió romper el hielo con el descon