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Capitulo 6. LA CASA DE LAS ROSAS.

Las horas siguientes fueron eternas para Mary. No podía concentrarse en sus labores diarias, nunca antes había estado en una situación como esa. Sentía vergüenza, como si hubiera cometido algo muy malo. No sabía si contarle a su tía lo que le había ocurrido, no quería preocuparla, ya era suficiente con tantos problemas. Decidió no prestar atención a las palabras ni a los actos de su jefe.

—Ese señor está completamente loco. Cuando me case con Pedro, las cosas van a cambiar —se sintió aliviada con este pensamiento.

Los días siguientes transcurrieron en cierta calma. Mary se dedicó por completo a su trabajo, aunque su tía Rosa observaba las cosas y sabía que tanta paz y tranquilidad no podían ser ciertas. Sabía que su sobrina le estaba ocultando algo, pero decidió no preguntar. Esperaría a que ella se lo dijera cuando fuera necesario.

Mary evitaba a toda costa encontrarse con Carlos. Al momento de arreglar la habitación matrimonial, le pedía el favor a otra empleada que lo hiciera, aduciendo que tenía mucho que hacer.

Por fin, llegó el día de la boda y los novios estaban muy felices. Mary, porque por fin Carlos dejaría de acosarla, y Pedro, porque se estaba enamorando cada día más de Mary y pensaba que, con el tiempo, ella también lo amaría. Rosa se había encargado de toda la papelería que necesitaba para que su sobrina pudiera casarse. Le aumentaron la edad, ya que Mary solo contaba con 15 años.

Eran las 11 de la mañana. Todo estaba listo: la comida, la decoración, los invitados ya estaban llegando. El novio, vestido para la ocasión y con los nervios a flor de piel, pero con una amplia sonrisa en su rostro. La novia, hermosa y radiante con su vestido blanco, pero a diferencia de Pedro, ella sí estaba pensativa y se le notaba muy triste.

Mary fue sacada de sus pensamientos al escuchar un llamado de su tía.

—Qué hermosa estás, hija, mírate —dijo, señalando el espejo que reflejaba la imagen de la joven.

—Tía, ¿esto no está bien? La verdad no me siento bien haciendo esto, me estoy engañando a mí misma y, lo peor, engañando a un hombre bueno como Pedro.

—Hija, ya hemos hablado de este tema y creo que está bastante claro —dijo, tomándola de la barbilla y haciéndola mirarse en el espejo—. No vas a dañar el maquillaje, mi amor. Nada de tristezas ni arrepentimientos. Vamos, que ya todos te están esperando. Vamos —y la llevó casi a rastra.

La pequeña iglesia del pueblo estaba decorada para la ocasión. Todos los trabajadores de la hacienda se encontraban reunidos para celebrar la boda entre Mary y Pedro. Para muchos, la noticia fue tomada con sorpresa. Pedro se había quedado con el amor de Mary, ¿quién lo iba a pensar?

El padre Jesús, amigo de tía Rosa, no quiso casar a los novios. Dijo no querer prestarse para semejante mentira y, en su reemplazo, otro sacerdote vino a la iglesia a bendecir la pareja. Rosa le reprochó al padre Jesús por no haberle hecho este favor, ya que era muy importante para su sobrina casarse con Pedro. Rosa pensaba que, con este matrimonio, Carlos se olvidaría de la joven.

La marcha nupcial comenzó. Mary miró a Pedro, quien estaba sonriendo y parecía muy feliz. Ella se vio obligada a sonreír de igual forma.

—Pronto todo acabará y la tranquilidad llegará de nuevo a mi vida —pensó.

Se dio inicio a la ceremonia. Ya no había marcha atrás.

—Que sea lo que Dios quiera —se dijo.

La ceremonia finalizó con el "Puede besar a la novia". Todos los presentes aplaudieron a los nuevos esposos y hicieron una gran algarabía.

Pedro miró a su nueva esposa a los ojos y vio en ella algo que lo hizo desistir de su pensamiento de besarla en la boca. Decidió besarla en una mejilla. De pronto, se oyó una voz que para Mary era muy conocida.

—¡Felicidades a los nuevos esposos! Pedro, eres un hombre muy afortunado por tener a esta mujer tan hermosa —dijo Carlos, mirando a Mary. Ella dirigió su mirada hasta su tía, buscando apoyo.

—Como regalo de bodas de mi parte, pongo a sus pies LA CASA DE LAS ROSAS. La pueden utilizar para la luna de miel.

—Gracias, señor —interrumpió Pedro—. Es el mejor regalo que nos han hecho.

—Lo hago con mucho gusto, ustedes se lo merecen —respondió Carlos, volviendo la mirada hacia Pedro—. Antes de que te vayas de luna de miel, necesito pedirte un gran favor. Te espero en mi oficina —le dijo, muy cerca del oído, mientras lo abrazaba para felicitarlo. Luego se fue entre los aplausos de los invitados.

Tía Rosa se acercó a su sobrina para felicitarla.

—Todo está saliendo bien, mi amor —dijo, besándola en la mejilla. Mary le correspondió con una sonrisa.

Pedro no hizo esperar al jefe y se dirigió hasta su oficina. Primero estaba el deber que el placer; era preferible dejar todo organizado para luego no tener contratiempos.

—Jefe, soy Pedro —dijo, aún vestido elegantemente.

—Adelante, pasa, pasa, y siéntate —le ofreció un trago de whisky.

—¿Para qué soy bueno, jefe? —Pedro entró a la oficina y empezó a frotarse las manos, pidiendo prontitud en su tarea.

—Me da pena contigo, yo sé que es tu luna de miel, pero necesito encargarte algo. —Pedro, aún con una gran sonrisa en los labios, aceptó las palabras de su amigo con agrado—. Tú eres mi hombre de confianza.

—Gracias, señor, por la confianza.

—Tú sabes que cuando se trata de dinero, es mejor contar con alguien de confianza. Necesito que retires una gran cantidad de dinero del banco y me la traigas, además de comprar esto —le pasó una lista de insumos para los cultivos—. Ese dinero es para pagar a los empleados y comprar unas cosas. ¿Me harías ese favor, amigo?

—Pues jefe... —Pedro dudó un poco. Era el día de su boda y quería disfrutar con sus amigos y con su esposa, pero pensó que era mejor tener al jefe contento; no quería problemas—. Jefe, usted sabe que yo estoy aquí para servirle. ¡Usted mande y yo obedezco!

—Así me gusta, sabía que podía contar contigo —respondió Carlos, llenando nuevamente su vaso de licor—. Ese es mi hombre. Luego podrás irte a disfrutar de tu esposa —dijo Carlos, destellando fuego por los ojos.

—Señor, por favor —contestó Pedro, avergonzado.

—Gracias, Pedro —le dijo, dándole un apretón de manos.

Pedro salió de la oficina y fue hasta donde estaban festejando. Saludó a varios de sus compañeros, tomó otro vaso con licor y, de un solo trago, se lo bebió. Luego fue hasta donde se encontraba Mary, hablando con su tía.

—El jefe me pidió un favor y voy a hacerlo. Nos vemos esta noche —dijo Pedro. Mary y Rosa se miraron, con un mal presentimiento.

—Ve con Dios, hijo, y que te traiga con bien.

—Gracias, tía Rosa.

—Que te vaya bien, Pedro —dijo Mary, con poco ánimo.

Pedro esperaba más de Mary, pero ella lo despidió dándole poca importancia. Aunque él sabía que este matrimonio era solo de palabra, guardaba una pequeña esperanza de que ella sintiera, al menos, un poco de afecto.

Pedro tomó uno de los vehículos y pidió a otro empleado que lo acompañara. Necesitaba llegar rápido al pueblo. Ya era pasadas las 12:30 del mediodía. Mientras llegaba al pueblo, luego al banco, compraba los insumos y regresaba a la hacienda, todo eso le tomaría bastante tiempo. Era mejor irse ya para estar por la noche con Mary y su hijo.

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