Las horas siguientes fueron eternas para Mary. No podía concentrarse en sus labores diarias, nunca antes había estado en una situación como esa. Sentía vergüenza, como si hubiera cometido algo muy malo. No sabía si contarle a su tía lo que le había ocurrido, no quería preocuparla, ya era suficiente con tantos problemas. Decidió no prestar atención a las palabras ni a los actos de su jefe.
—Ese señor está completamente loco. Cuando me case con Pedro, las cosas van a cambiar —se sintió aliviada con este pensamiento.
Los días siguientes transcurrieron en cierta calma. Mary se dedicó por completo a su trabajo, aunque su tía Rosa observaba las cosas y sabía que tanta paz y tranquilidad no podían ser ciertas. Sabía que su sobrina le estaba ocultando algo, pero decidió no preguntar. Esperaría a que ella se lo dijera cuando fuera necesario.
Mary evitaba a toda costa encontrarse con Carlos. Al momento de arreglar la habitación matrimonial, le pedía el favor a otra empleada que lo hiciera, aduciendo que tenía mucho que hacer.
Por fin, llegó el día de la boda y los novios estaban muy felices. Mary, porque por fin Carlos dejaría de acosarla, y Pedro, porque se estaba enamorando cada día más de Mary y pensaba que, con el tiempo, ella también lo amaría. Rosa se había encargado de toda la papelería que necesitaba para que su sobrina pudiera casarse. Le aumentaron la edad, ya que Mary solo contaba con 15 años.
Eran las 11 de la mañana. Todo estaba listo: la comida, la decoración, los invitados ya estaban llegando. El novio, vestido para la ocasión y con los nervios a flor de piel, pero con una amplia sonrisa en su rostro. La novia, hermosa y radiante con su vestido blanco, pero a diferencia de Pedro, ella sí estaba pensativa y se le notaba muy triste.
Mary fue sacada de sus pensamientos al escuchar un llamado de su tía.
—Qué hermosa estás, hija, mírate —dijo, señalando el espejo que reflejaba la imagen de la joven.
—Tía, ¿esto no está bien? La verdad no me siento bien haciendo esto, me estoy engañando a mí misma y, lo peor, engañando a un hombre bueno como Pedro.
—Hija, ya hemos hablado de este tema y creo que está bastante claro —dijo, tomándola de la barbilla y haciéndola mirarse en el espejo—. No vas a dañar el maquillaje, mi amor. Nada de tristezas ni arrepentimientos. Vamos, que ya todos te están esperando. Vamos —y la llevó casi a rastra.
La pequeña iglesia del pueblo estaba decorada para la ocasión. Todos los trabajadores de la hacienda se encontraban reunidos para celebrar la boda entre Mary y Pedro. Para muchos, la noticia fue tomada con sorpresa. Pedro se había quedado con el amor de Mary, ¿quién lo iba a pensar?
El padre Jesús, amigo de tía Rosa, no quiso casar a los novios. Dijo no querer prestarse para semejante mentira y, en su reemplazo, otro sacerdote vino a la iglesia a bendecir la pareja. Rosa le reprochó al padre Jesús por no haberle hecho este favor, ya que era muy importante para su sobrina casarse con Pedro. Rosa pensaba que, con este matrimonio, Carlos se olvidaría de la joven.
La marcha nupcial comenzó. Mary miró a Pedro, quien estaba sonriendo y parecía muy feliz. Ella se vio obligada a sonreír de igual forma.
—Pronto todo acabará y la tranquilidad llegará de nuevo a mi vida —pensó.
Se dio inicio a la ceremonia. Ya no había marcha atrás.
—Que sea lo que Dios quiera —se dijo.
La ceremonia finalizó con el "Puede besar a la novia". Todos los presentes aplaudieron a los nuevos esposos y hicieron una gran algarabía.
Pedro miró a su nueva esposa a los ojos y vio en ella algo que lo hizo desistir de su pensamiento de besarla en la boca. Decidió besarla en una mejilla. De pronto, se oyó una voz que para Mary era muy conocida.
—¡Felicidades a los nuevos esposos! Pedro, eres un hombre muy afortunado por tener a esta mujer tan hermosa —dijo Carlos, mirando a Mary. Ella dirigió su mirada hasta su tía, buscando apoyo.
—Como regalo de bodas de mi parte, pongo a sus pies LA CASA DE LAS ROSAS. La pueden utilizar para la luna de miel.
—Gracias, señor —interrumpió Pedro—. Es el mejor regalo que nos han hecho.
—Lo hago con mucho gusto, ustedes se lo merecen —respondió Carlos, volviendo la mirada hacia Pedro—. Antes de que te vayas de luna de miel, necesito pedirte un gran favor. Te espero en mi oficina —le dijo, muy cerca del oído, mientras lo abrazaba para felicitarlo. Luego se fue entre los aplausos de los invitados.
Tía Rosa se acercó a su sobrina para felicitarla.
—Todo está saliendo bien, mi amor —dijo, besándola en la mejilla. Mary le correspondió con una sonrisa.
Pedro no hizo esperar al jefe y se dirigió hasta su oficina. Primero estaba el deber que el placer; era preferible dejar todo organizado para luego no tener contratiempos.
—Jefe, soy Pedro —dijo, aún vestido elegantemente.
—Adelante, pasa, pasa, y siéntate —le ofreció un trago de whisky.
—¿Para qué soy bueno, jefe? —Pedro entró a la oficina y empezó a frotarse las manos, pidiendo prontitud en su tarea.
—Me da pena contigo, yo sé que es tu luna de miel, pero necesito encargarte algo. —Pedro, aún con una gran sonrisa en los labios, aceptó las palabras de su amigo con agrado—. Tú eres mi hombre de confianza.
—Gracias, señor, por la confianza.
—Tú sabes que cuando se trata de dinero, es mejor contar con alguien de confianza. Necesito que retires una gran cantidad de dinero del banco y me la traigas, además de comprar esto —le pasó una lista de insumos para los cultivos—. Ese dinero es para pagar a los empleados y comprar unas cosas. ¿Me harías ese favor, amigo?
—Pues jefe... —Pedro dudó un poco. Era el día de su boda y quería disfrutar con sus amigos y con su esposa, pero pensó que era mejor tener al jefe contento; no quería problemas—. Jefe, usted sabe que yo estoy aquí para servirle. ¡Usted mande y yo obedezco!
—Así me gusta, sabía que podía contar contigo —respondió Carlos, llenando nuevamente su vaso de licor—. Ese es mi hombre. Luego podrás irte a disfrutar de tu esposa —dijo Carlos, destellando fuego por los ojos.
—Señor, por favor —contestó Pedro, avergonzado.
—Gracias, Pedro —le dijo, dándole un apretón de manos.
Pedro salió de la oficina y fue hasta donde estaban festejando. Saludó a varios de sus compañeros, tomó otro vaso con licor y, de un solo trago, se lo bebió. Luego fue hasta donde se encontraba Mary, hablando con su tía.
—El jefe me pidió un favor y voy a hacerlo. Nos vemos esta noche —dijo Pedro. Mary y Rosa se miraron, con un mal presentimiento.
—Ve con Dios, hijo, y que te traiga con bien.
—Gracias, tía Rosa.
—Que te vaya bien, Pedro —dijo Mary, con poco ánimo.
Pedro esperaba más de Mary, pero ella lo despidió dándole poca importancia. Aunque él sabía que este matrimonio era solo de palabra, guardaba una pequeña esperanza de que ella sintiera, al menos, un poco de afecto.
Pedro tomó uno de los vehículos y pidió a otro empleado que lo acompañara. Necesitaba llegar rápido al pueblo. Ya era pasadas las 12:30 del mediodía. Mientras llegaba al pueblo, luego al banco, compraba los insumos y regresaba a la hacienda, todo eso le tomaría bastante tiempo. Era mejor irse ya para estar por la noche con Mary y su hijo.
Rosa y Mary se fueron a vivir a la casa de Pedro. Rosa decidió acompañar a su sobrina por si él se llegaba a propasar con la joven, mientras a Carlos se le pasaba el berrinche, como ella llamaba a la obsesión que él sentía por ella.Las horas pasaban y Pedro no llegaba. Rosa empezó a impacientarse, ya era hora de que él estuviera de vuelta. Lo llamó varias veces a su teléfono móvil, pero lo mandaba de inmediato al buzón. Mary llevó a Pedrito a la cama, él estaba muy inquieto llamando a su padre, pero fue vencido por el sueño. Tía Rosa le sirvió a su sobrina un té y conversaban sobre la boda. De pronto, se escucharon pasos y tocaron a la puerta.-- Ese debe ser Pedro, hija - dijo Rosa levantándose de su silla y dirigiéndose hacia la puerta. Cuando la abrió, se sorprendió.-- Rosa, buena noche - dijo el recién llegado.-- ¿Qué sorpresa? ¿Cómo estás? ¿Qué te trae por acá? - respondió Rosa nerviosa.-- Quiero hablar con Mary, ¿se encuentra? - Carlos preguntó. Mary había escuchado las pala
Carlos la despojó del vestido de novia que hasta hacía un momento llevaba con tanto esmero. En un arrebato de fuerza, rasgó la tela y se apoderó de sus labios sin escuchar sus súplicas ni sus ruegos. La ansiedad y la confusión nublaban la mente de Mary, quien se encontraba atrapada en un momento que nunca habría imaginado vivir.Mientras él reclamaba su cuerpo, Mary sintió cómo el dolor y el miedo se apoderaban de ella. Cada instante se prolongaba como una eternidad, donde su voluntad y dignidad parecían desvanecerse bajo el peso de la violencia. Su mente divagaba entre el pasado, cuando todo parecía perfecto, y el presente, que se había convertido en una pesadilla interminable.El amanecer llegó, trayendo una calma aparente que solo encubría el tormento que Mary sentía en su interior. Bajo las cobijas, rodeada por los brazos de Carlos, su alma seguía gritando en silencio, buscando consuelo en un lugar donde no parecía haberlo.La casa de las Rosas, que alguna vez se presentó como un
Pronto se quedó dormido y Mary vio su oportunidad para escapar, pero su cuerpo estaba muy adolorido. Hizo un esfuerzo para levantarse y vestirse; tenía que huir ahora que él dormía profundamente. Unos jeans y una camiseta cubrieron su cuerpo, calzó sus pies y se dispuso a emprender la huida de aquel lugar en el que tanto daño le habían hecho.La oscuridad de la noche resultó ser una buena cómplice para lograr su cometido. Salió de la gran casa, aunque pensaba que no lo lograría, ya que era una casa muy grande. Al llegar al patio trasero, se sintió liberada; ahora lo único que seguía era tratar de caminar a prisa. Sin importar el dolor de su cuerpo, se dispuso a huir de aquella tortura, y así lo hizo: corrió tanto como sus pies se lo permitieron. No sabía cuán lejos estaba de la casa de las rosas, ya que no pensó ni por un instante en mirar hacia atrás. Su corazón latía rápidamente y sintió mucho alivio al ver a unos campesinos que se dirigían a realizar sus labores diarias. Se detuvo
Los días de Mary transcurrieron ayudando en la parroquia, esperando el momento y la oportunidad que le había prometido el padre Jesús para salir del pueblo y tratar de rehacer su vida con Pedrito a su lado.Desde su escapada de la Casa de las Rosas habían transcurrido cuatro meses. Su cuerpo había cambiado y trataba de ocultarlo. Al mes de estar en la casa parroquial, se dio cuenta de que estaba embarazada. Sintió que la vida se le acababa, que Dios la había abandonado. Sus malestares se hicieron evidentes, y ella quería esconderse de la mirada del padre Jesús. No quería hablar más de lo que le había ocurrido. El sacerdote tampoco deseaba que ella se sintiera más humillada y prefirió guardar silencio sobre el asunto.—Hay una persona que vendrá a ayudarte. Es alguien de confianza. No quiero que te suceda nada malo a ti ni a tu niño —le dijo el padre.Pedrito era un niño muy inteligente. Quería estar al lado de su padre y no hacía otra cosa que preguntar por él. Mary y el padre Jesús d
Los dolores de parto comenzaron para Mary y, de inmediato, Carlina, la mujer que el padre Jesús había contratado para cuidarla, se puso en acción.—¿Mary, ya es la hora? —preguntó el padre a la joven, quien se encontraba abrazada a una almohada.—¡Creo que sí, padre! ¡Me duele mucho!Mary se veía muy mal, y había que actuar de inmediato. Carlina, con la experiencia de una profesional, sin más ni más, se puso los guantes y pidió a Mary que pujase.Los minutos pasaron, y por fin asomó una pequeña cabecita. Un varón, quien llenó la habitación con su primer llanto al poner sus pulmones en funcionamiento. El niño fue envuelto en una frazada y el padre Jesús lo tomó en sus brazos, arrullándolo con ternura. Mientras tanto, Mary seguía quejándose de dolor sobre la cama. Carlina no entendía por qué aún sentía tanto malestar.—Voy por más sábanas, padre. Ya vuelvo —se excusó Carlina.Al cabo de un rato, regresó un tanto nerviosa. Mientras tanto, Mary continuaba sufriendo.El silencio reinó en l
El padre no quedó muy convencido, pero se prometió investigar hasta encontrar pruebas contra la acusada.Los días pasaron y Mary se aferraba más a su pequeña hija. A pesar de la forma en que fueron concebidos, sentía que eran parte de ella. No paraba de observar a su pequeña y decir cuán hermosa era.—Eres tan parecida a mí.—Sí, es verdad —dijo el padre Jesús, que en ese momento entraba en la habitación—. Sacó tus mismos ojos color miel y un poco de tu tono canela.—Sí, padre. Me siento mal porque no tengo a mi otro hijo conmigo. A pesar de todo, los amo con toda mi vida.—Mary, tú significas mucho para mí. Has traído alegría a esta parroquia y a la vida de Pedrito, siendo una madre para él. Te prometo que haré todo lo posible para traerte sano y salvo al niño. Ese infeliz me debe tantas, y quiero empezar a cobrarlas una a una. Perdona, Señor, mi arrogancia, pero siento la necesidad de hacerlo —dijo, mirando al cielo.—Se lo agradezco, padre, por todo el apoyo que nos ha brindado.—N
Margaret era una mujer sumisa y abnegada que, desde que se casó con Carlos, nunca le reprochó su comportamiento: sus salidas con otras mujeres, sus borracheras ni el hecho de que la ignorara por completo. Ahora tampoco se molestaba por haber recibido a su hijo; lo cuidaría con amor y dedicación, pues el niño no tenía culpa de las acciones de sus padres. Sin embargo, quería que Carlos le dijera cuánto amaba a Mary y qué tenía ella que él no veía en su esposa.—¿Cómo estás?—Bien. —Carlos se sintió extrañado; no recordaba que Margaret hubiera ido antes a su oficina.—¿Te sorprende verme aquí? —preguntó ella al notar la expresión de su esposo.—¿Qué quieres? —preguntó Carlos, incómodo con su presencia.—Solo hablar.—Hablemos. —Carlos sirvió un vaso de licor y se sentó frente a Margaret, separados por el escritorio de su gran oficina.—Jamás te he molestado por nada, nunca te he cuestionado. Lo único que he hecho todo este tiempo ha sido amarte y respetarte, y tú pareces ser inmune a mis
—¿Qué sucede, hija? —preguntó el padre, nervioso.—¡No está mi bebé! —gritaba Mary, desesperada.Corrieron a las afueras de la parroquia y preguntaron a un feligrés que venía a la misa. Él dijo haber visto a Carlina correr con un bebé en brazos. De inmediato, fueron a la policía y comenzó la búsqueda por calles y avenidas, pero no encontraron ni a Carlina ni, mucho menos, a la pequeña Isabel. Las autoridades prometieron hallarla lo antes posible.El desespero de Mary era tan grande que sus fuerzas la abandonaron. Cayó al suelo desmayada y, de inmediato, la llevaron a su habitación para brindarle los primeros auxilios. El padre Jesús la observaba; nunca antes la había visto así: frágil, hermosa y desvalida. Una extraña sensación se apoderó de él, y se horrorizó de sus propios pensamientos. En silencio, pidió perdón por tener ideas tan mundanas.Mary no tardó en recobrar el sentido y, al despertar, preguntó insistentemente por su pequeña. La mirada del padre Jesús le recordó que aún no