Mundo ficciónIniciar sesiónCassian Wolf aprendió desde niño que el amor es un lujo que siempre viene con un precio. El suyo fue el abandono. Desde entonces, convirtió su dolor en poder y su sed de justicia en venganza. Millonario, temido y sin compasión, solo tiene un objetivo: hacer pagar a la mujer que lo dejó atrás... y a todos los que ella ama. Athena jamás imaginó que el hombre que destruiría su vida llegaría con la máscara de un salvador. Pero cuando Cassian irrumpe en su mundo, su destino queda sellado entre la humillación, el deseo y una deuda imposible de pagar. Lo que empieza como una revancha se transforma en una guerra íntima entre odio y necesidad, donde ninguno saldrá ileso. Un contrato que nunca debió existir. Dos almas marcadas por las heridas del pasado. Tres razones para odiarse hasta la muerte. Porque el amor, cuando nace del rencor, puede ser la forma más cruel de la venganza.
Leer másCAPÍTULO 1. Una bestia controlada.
Athena forzó una sonrisa confiada mientras dejaba a su hermana Iris frente a la universidad.
—¿Me llamas cuando salgas del hospital? —preguntó Iris en voz baja.
—Sí, prometido. Así que vete a clase, ya vas tarde. Papá se va a deprimir si le dices que no serás una gran periodista.
Athena la siguió con los ojos mientras entraba, y luego encendió el motor, tomando la avenida rumbo al hospital. Pero no había avanzado ni dos semáforos cuando de la nada salió un coche a toda velocidad por su costado, un sedán enorme que la hizo pisar el freno con todas sus fuerzas y derrapar. El auto chilló, se desvió, y el mundo se sacudió mientras su pecho golpeaba contra el cinturón. La respiración se le cortó y por un instante creyó que todo se había acabado.
La puerta del otro coche se abrió de golpe, y de él bajó un hombre corpulento, rojo de furia, con la camisa mal ajustada y una vena reventando en la frente.
—¡Estás loca o qué, imbécil! —gritó señalándola—. ¡Casi me chocas! ¡La luz estaba en verde! ¡Aprende a manejar!
Athena tragó saliva y abrió la puerta para bajar del auto.
—Señor, la luz estaba roja para usted —intentó decirle pero estaba demasiado asustada como para reaccionar. Si ese auto la hubiera impactado ella estaría… estaría…
—¡Eres una inútil! —escupió él—. ¡Saliste sin mirar! ¡Mujer tenías que ser!
Athena retrocedió un paso, pero él avanzó dos. Era demasiado grande, estaba demasiado cerca, y ella solía ser de naturaleza asustadiza, pero con todo lo que estaba pasando en su vida llevaba los nervios disparados.
—Por favor, cálmese. Yo venía… algo distraída, pero tenía la preferencia…
—¡CÁLLATE! —gritó el hombre con tono violento—. ¿Necesitas que un hombre te enseñe a manejar?
Athena se crispó en un solo segundo, pero aquella mano se quedó suspendida en el aire cuando otra más grande y firme se cerró alrededor del cuello del tipo, levantándolo con una fuerza capaz de helar la sangre.
—Creo que ya dijiste suficiente —murmuró una voz ronca y profunda.
Y Athena levantó la mirada justo a tiempo para ver cómo el supuesto depredador se convertía en la presa, porque el lobo malo que estaba a punto de morderlo tenía dientes más grandes.
Otro hombre se había bajado del auto que venía detrás del suyo. Era alto, con un porte tan elegante como amenazador. Su traje oscuro contrastaba con sus ojos fríos, casi metálicos, que observaban al otro conductor con un desapego escalofriante.
—Suéltame… —graznó el tipo, intentando liberarse, pero aquel hombre lo levantó hasta separarle los pies del suelo como si no pesara nada.
—¿Así hablas con una mujer? —preguntó con una voz baja y amenazante.
Athena se estremeció ante aquel tono, era como descubrir a una bestia controlada… pero bestia al fin.
—¡Oiga, yo…!
—Pídele perdón.
—¿Qué…?
El agarre se volvió tan fuerte que lo hizo pasar del “rojo furioso” al “morado asfixia”. Y la muchacha intentó hacer algo, reaccionar, acercarse, pero un segundo después la bestia en cuestión había puesto al tipo de rodillas delante de ella y daba una orden tajante.
—Pídele perdón a la señorita —sentenció clavando sus ojos en los de Athena—. Y luego súbete a tu puto auto, antes de que se me ocurra dedicar el resto de mi vida a hundir la tuya. Discúlpate. ¡Ahora!
—Pe… perdón. ¡Perdón! ¡Lo siento! —exclamó el tipo retrocediendo aterrorizado, y terminó corriendo hacia su auto sin mirar atrás.
Solo entonces Athena se dio cuenta de que sus piernas estaban cediendo, pero no llegó al suelo. Aquellas manos enormes la sujetaron por la cintura, apretándola contra él como si fuera su centro de equilibrio.
—Respira. Eso. Despacio —le ordenó con una voz que a ella se le antojó demasiado sensual, como si un maldito locutor de radio estuviera susurrando contra su cuello.
Levantó la vista y vio que su expresión había cambiado por completo. La dureza había desaparecido y sus ojos se suavizaban en una mirada clara en aquel rostro condenadamente sexy.
—Lo siento… lo siento… —murmuró Athena como un disco rayado, sin saber si era por el casi accidente, la casi agresión, o la casi forma en que la tocaba para mantenerla en pie.
—¿Está bien? —preguntó él y la muchacha parpadeó.
—Sí… creo que sí. Gracias. Yo… lo siento, estaba distraída.
—Él fue quien se pasó la roja —respondió el hombre—. No deberías pedir disculpas por la estupidez de otro. Mucho menos si ese otro es tan hijo de puta.
A ella se le escapó una media risita nerviosa y entonces se dio cuenta: ¿El problema inmediato? Que no quería que la soltara. Había algo en aquel hombre que cautivaba, que seducía sin intentarlo, que aflojaba más las rodillas que cualquier accidente.
—Wolf —se presentó con una sonrisa.
—Caperucita —musitó ella.
—¿Disculpa?
—¿¡Eh…!? —Athena reaccionó al darse cuenta de lo que había dicho y se soltó como si su contacto quemara… ¡porque casi lo hacía!
Sus ojos pasearon la vista por el tránsito detenido, tratando de evitar los suyos, y carraspeando mientras caminaba apresurada hacia su propio auto.
—Lo siento… lo siento…
Él ladeó la cabeza con una sonrisa dulce y le abrió la puerta de su coche.
—¿Está segura de que puedes conducir?
—Sí… sí, solo fue un susto —aseguró Athena y él se inclinó sobre su ventana.
—¿Vas al hospital? —preguntó, señalando la credencial colgada en el espejo retrovisor y la vio asentir mientras su expresión se llenaba de tristeza.
—Sí… mi papá está ahí. Ha estado ahí por un buen tiempo y no parece que vaya a mejorar —contestó con toda la sinceridad que tenía.
—Entiendo, eso distrae a cualquiera —murmuró él apartando un mechón rebelde de su frente—. Ve con más cuidado, ¿sí?
Y mientras sus labios esbozaban la sonrisa más amable, en la mente de aquel hombre solo había un pensamiento:
"Muy pronto vas a suplicar perdón en serio, Caperucita... de rodillas".
Athena lo vio alejarse hacia su propio auto y sintió un cosquilleo extraño en el estómago, como si una corriente cálida y sutil la recorriera. A lo lejos escuchó el claxon de esos autos que no sabían por qué el tráfico se había detenido y se enfocó en encender el suyo y continuar.
Cuando llegó al hospital, el olor a desinfectante y cansancio la envolvió. Athena caminó por los pasillos con pasos lentos, aún con el cuerpo tembloroso por el susto. Pasó junto a un par de enfermeras, saludó con la cabeza y se dirigió al cuarto donde su padre estaba internado desde hacía dos meses.
Sabía que tendría una conversación difícil con él, porque no le gustaría para nada que ella interrumpiera de nuevo sus estudios, pero al acercarse escuchó voces. La primera era la voz angustiada de Audrey, su madrastra, seguida por la de su padre, débil pero obstinada.
Athena se detuvo en la puerta, con la mano en la manija y sin llegar a entrar. No quería escuchar… pero tampoco podía entrar justo en medio de una discusión.
—Dorian, por favor, escucha —sollozaba Audrey.
—Ya lo decidí —dijo su padre—. No vamos a endeudarnos más. El tratamiento es demasiado caro. No quiero arrastrarlas conmigo.
—¡Te estoy diciendo que no importa el dinero! —chilló Audrey—. ¡Eres tú, Dorian! ¡Eres tú el que importa!
Athena sintió un nudo en la garganta. Su padre estaba agotado, eso se notaba en cada sílaba. La quimioterapia lo estaba destruyendo, pero sin ella…
—No dejaré que se queden sin nada por mi culpa —repitió él, terco como siempre.
—¡Te vas a morir! —respondió Audrey entre lágrimas—. ¡Y yo no voy a permitir eso! ¡Eres el amor de mi vida, Dorian! ¡Dejé todo por ti, tú no tienes derecho a abandonarme! ¿Me oyes?
—¡Audrey, no podemos seguir con esto! La empresa ya está en bancarrota, no la recuperaremos…
—¡Lo sé, y ya agoté todo lo demás! —susurró Audrey, derrotada—. ¡Pedí préstamos, vendí joyas, pedí ayuda… no alcanza! ¡No alcanza, Dorian! ¡Y ya no sé qué hacer!
Athena apoyó la frente en la pared fría del pasillo, con el corazón destrozado… pero entonces escuchó algo que la hizo levantar la cabeza en un segundo.
Un nombre. Uno que nunca había oído. Un nombre dicho con temor.
—Cassian… —susurró Audrey y su padre negó de inmediato.
—¡No! ¡Claro que no! No puedes… Tú eres la persona a la que Cassian más odia...
—¡Dorian... lo sé, pero él es la única opción que nos queda!
CAPÍTULO 9. Un hombre cruelAthena entró a aquel baño y cerró la puerta como si fuera un pequeño refugio en medio del infierno, pero la imagen en le espejo solo la hizo sentirse peor. Tenía la cara roja, el maquillaje corrido y los ojos llorosos. Se alejó del espejo como un autómata y sus pies tropezaron con la ducha. Había una completa en aquel baño y ella se metió son pensarlo dos veces.Se arrancó la camisa de Cassian como si le tuviera asco, pero la verdad era que solo sentía asco de sí misma. Unos minutos antes había entrado en aquella oficina buscando un préstamo para su padre y ahora era la mercancía a la que Cassian Wolf había comprado por dos millones y sobre la que creía tener todos los derechos, incluso el de llamarle “puta”.Se metió bajo el chorro de agua y se mordió el dorso de la mano mientras trataba de ahogar así los sollozos que le salían. Él tenía razón, no había mayor vergüenza que sentir placer a manos de un enemigo, porque resultaba evidente que Cassian Wolf no e
CAPÍTULO 8. Una buena mercancía—¡Dímelo! —La orden llegó junto a esa mano que sujetaba su nuca y la obligaba a mirarlo a los ojos, desafiante, mientras él estaba seguro de que nadie había traicionado tanto a aquella mujer como su cuerpo en aquel momento—. ¡Di otra vez que no eres mía!Y Athena abrió la boca para replicar, pero antes de que pudiera articular una sola palabra, sintió aquella invasión que la rompía con un solo movimiento, uno que hizo a Cassian hundirse en ella hasta el fondo con un empujón brutal que le arrancó un grito.El dolor y el placer se mezclaron en una ola abrasadora, mientras su sexo latía desesperado y se contraía alrededor de él con espasmos devastadores.—¡Dios! —jadeó y sus uñas se clavaron en los hombros de Cassian mientras intentaba encontrar algo a qué aferrarse.Lo escuchó gruñir y no le importó. Si tenía que doler les dolería a los dos. Pero al parecer a él no le importaba ni eso ni nada más.Cassian no le dio tiempo a adaptarse. Se retiró casi por c
CAPÍTULO 7. La peor vergüenza El nombre de su hermana actuó como un latigazo. La ira ardió en su pecho, rápida y violenta, quemando el miedo que la paralizaba. Antes de que pudiera pensarlo, su mano se alzó y golpeó el rostro de Cassian con un sonido seco que resonó en la habitación.El golpe lo tomó por sorpresa, pero no lo hizo retroceder. En lugar de eso, sus ojos se oscurecieron, no con furia, sino con algo más peligroso: excitación. Una chispa de lujuria pura que hizo que el estómago de Athena se apretara.—Vaya —murmuró, y su voz se tornó más baja, más íntima—. Tiene uñas la gatita.Antes de que pudiera reaccionar, su mano se cerró alrededor de su mandíbula, y sus dedos fuertes y posesivos la agarraron con fuerza, no lo suficiente para lastimarla, pero sí para dejar claro que no había escapatoria.Los labios de Cassian se estrellaron contra los de Athena en un beso que no era un beso, sino una reclamación. Sus dientes rozaron su labio inferior, mordiéndolo antes de que su lengu
CAPÍTULO 6. Vas a quererAthena no recordaba haber sentido miedo de Audrey. ¡Nunca! Audrey era la persona que la había abrazado cuando lloraba por su madre biológica, la que la peinaba antes del colegio, la que cuidaba de Iris cuando dormía con fiebre. Pero ahora, al verla sujetar aquellos cheques con dedos temblorosos, la expresión rota y la mirada perdida en la alfombra, sintió algo muy parecido al pánico.—Mamá… —susurró sin poder creer que fuera a permitir aquello—. No me dejes con él. Por favor. Este hombre… este hombre no está bien de la cabeza.Audrey cerró los ojos como si aquello fuera un puñetazo directo al pecho. Luego la abrazó, un abrazo fuerte y desesperado.—Athena… mi amor, tienes que ser fuerte —dijo tomando sus manos con expresión desesperada—. Lo hacemos por tu padre. Solo por él.Y entonces sí que hubo pánico, terror, y la certeza que Audrey acababa de venderla como si fuera un pedazo de carne.—¡No…!—De cualquier forma te casarás con él —la reconvino Audrey.—¡Pe
CAPÍTULO 5. Una venta disfrazada de contratoEl silencio que siguió al desafío de Cassian fue tan denso que Athena sintió que le vibraba en los huesos. La primera palabra que pasó por su mente fue “amante”, pero Cassian Wolf parecía demasiado joven para su madre. De hecho podría ser su hijo, pero por desgracia eso no se le ocurrió como una posibilidad real.—Athena. Vámonos de aquí —la llamó Audrey intentando alcanzar su mano, pero la muchacha dio un apresurado paso atrás.—¡No! Mamá, dímelo. ¿Quién es él? ¿De verdad puede ayudar a mi padre?—¡No, no puede! —replicó su madrastra con impaciencia— Solo es alguien de mi pasado. Alguien que… me odia, así que rechazó ayudarnos, no hay nada más que saber. ¡Vámonos!Cassian soltó una breve risa sin humor.—¿“Alguien de tu pasado”? Qué generosa definición —dijo con veneno suave—. Pero no importa, porque esto se está poniendo interesante y me gustan las cosas interesantes.Athena sintió que el aire se volvía peligroso alrededor de él. Cassian
CAPÍTULO 4. El gran lobo ferozAudrey casi dejó caer la taza cuando escuchó aquel nombre, uno que ella había evitado pronunciar frente a sus hijastras durante demasiados años.—No vuelvas a decir ese nombre. ¡Nunca!Pero Athena no se movió.—¿Por qué? —preguntó—. ¿Quién es? Si ese hombre tiene dinero, quizá a mí sí me lo preste. Soy más joven, puedo trabajar, puedo…—¡No! —exclamó Audrey, con un grito ahogado—. No entiendes. No es… no es una buena idea. Buscaremos otra solución…—¡Ya no hay más soluciones, mamá! ¡Ya lo intentamos todo! —exclamó ella desesperada—. ¡Dime quién es este hombre! ¿Por qué fuiste a buscarlo? ¿Por qué saliste llorando de su edificio?—¡Porque pensé que me ayudaría! —replicó Audrey—. ¡De verdad pensé…!—Pues entonces lo pensamos de nuevo —sentenció Athena—. No tengo idea de quién es Cassian Wolf o qué te debe, pero si tiene dinero, yo voy a conseguir que me escuche. Por mi papá —sentenció con determinación y se levantó, tomó su bolso—. ¡Así tú no quieras!El s
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