Prisionera en la Casa de las Rosas
Prisionera en la Casa de las Rosas
Por: CANELA
Capitulo 1. El gran jefe

Aquel era, sin duda, un buen día para Carlos Robles, el poderoso y temido dueño de la hacienda Los Robles. Un hombre ambicioso, de esos que no conocen límites cuando se proponen algo. Carlos era experto en conseguir todo lo que deseaba, sin importar el precio ni los medios. Su fortuna no era precisamente fruto del trabajo honrado, sino de una astuta y calculada estrategia: enamoraba mujeres mayores, adineradas, las envolvía con palabras dulces y promesas vacías… y luego las dejaba, llevándose consigo su fortuna como único recuerdo.

Carlos era un hombre maduro, de estampa imponente. Alto, bien parecido, con un aire juvenil que desafiaba los años. Casado desde hacía quince años con Margaret, una mujer buena, sumisa y discreta, que le había dado dos hijas: Margarita y Marcela. Pero Carlos no la amaba; ella solo formaba parte del paisaje de su vida acomodada.

La hacienda Los Robles era su reino. En esas tierras fértiles se cultivaba café, plátano, soya… productos que abastecían buena parte de la región. Cientos de campesinos trabajaban para él, agradecidos por su generosidad. Porque sí, Carlos sabía cómo ganarse a la gente. Su lema era claro: "Si tienes al trabajador contento, dará su mejor esfuerzo". Les ofrecía fiestas interminables, con licor, música, regalos costosos. Había corridas de toros, peleas de gallos, caballos finos… El lujo y el poder se respiraban en el aire. Pero también sabían que, así como daba, también quitaba. Aquel que le fallara, podía perderlo todo... incluso la vida.

La imagen del "jefe" era intachable para muchos: hombre de negocios, patrón justo, padre de familia, generoso con los suyos. Sin embargo, en su fuero interno, Carlos se sentía incompleto. Algo le faltaba, algo que el dinero no podía comprar: un hijo varón. Un heredero que perpetuara su apellido, que compartiera sus pasatiempos, que fuera el reflejo de su poder.

Aunque Margaret le había dado dos hijas, él nunca le perdonó no haberle dado un varón. Y aunque sabía, en el fondo, que la culpa no era de ella, prefería echarle esa carga para justificar su desdén. Su anhelo se había convertido en una obsesión, y estaba decidido a buscar a la mujer adecuada para tener ese hijo que tanto deseaba.

En este escenario entra Michael Gallardo, un viejo amigo, su compadre y exadministrador de la hacienda. Michael había sido como un hermano, y bajo su gestión, los negocios prosperaron. Pero con los años, decidió independizarse y sembrar en sus propias tierras. Quería ser su propio patrón, soñaba con tener su propia fortuna. Sin embargo, la suerte no estuvo de su lado. Una dura sequía arrasó con sus cultivos, y sin un sistema de riego eficiente, perdió todo lo que había invertido.

Acudió a Carlos en busca de ayuda económica. Al principio, su amigo le prestó con gusto. Pero cuando las deudas se acumularon y Michael ya no pudo pagar, Carlos vio la oportunidad perfecta para ejecutar el plan que venía madurando en silencio.

Carlos era también el padrino de Michael hijo. Desde niño, el chico había crecido junto a las hijas de Carlos, en la misma hacienda. Era educado, atento, y tenía un cariño especial por su padrino, quien a su vez lo trataba como si fuera su propio hijo. En navidades y cumpleaños, los regalos eran desbordantes, y nunca le faltaba el dinero para sus estudios. Carlos se sentía realizado en la compañía del muchacho, aunque aquello solo intensificaba su dolor por no tener un hijo propio.

Ver a Michael disfrutar de su hijo le despertaba una envidia silenciosa. Una punzada amarga que crecía día tras día. Y fue entonces cuando Carlos decidió que había llegado el momento de hablar… y cambiarlo todo.

—¡Qué sorpresa, compadre! —exclamó Helena, al ver al jefe de Los Robles descender de su camioneta blanca, impecable como siempre. Su presencia en aquella vieja hacienda, ahora en ruinas, era tan inesperada como inquietante.

—Vengo buscando a Michael —dijo con su habitual tono calmado, mientras se quitaba los lentes de sol.

—Por favor, pase. Nos honra con su visita —respondió ella, sin imaginar que la sonrisa de cortesía de Carlos escondía una verdad que estaba a punto de sacudirles el alma.

Mientras caminaba por el terreno árido, Carlos observó con atención. Aquella hacienda que en otros tiempos había sido símbolo de trabajo y abundancia, ahora no era más que un retrato de la decadencia. Las plantas de café languidecían bajo el sol, y las vacas, escasas y famélicas, pastaban en un suelo sin esperanza.

Helena lo hizo pasar a la casa. Una silla vieja le fue ofrecida. El ambiente olía a necesidad.

—¿Qué le ofrezco de tomar, compadre? —preguntó Helena, apenada por la evidente pobreza que los rodeaba.

—¿Tienes whisky? —respondió Carlos, como si no se diera cuenta de la ironía de su pregunta.

Pero el trago no tardó en llegar. A pesar de todo, Michael aún conservaba una botella de su licor preferido. Porque para él, una copa de buen whisky valía más que una alacena llena. Carlos tomó el vaso entre los dedos, lo miró un momento con media sonrisa… La conversación que estaba por tener cambiaría el destino de ambos para siempre.

 

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP