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capitulo 2. ¡Eres un cobarde! Me das vergüenza como hombre.

Los Gallardo, a causa de la sequía, habían perdido casi todo lo que tenían, y lo poco que les quedaba lo iban vendiendo poco a poco para poder subsistir. Carlos observaba la necesidad de la familia y quiso aprovecharse de eso. Michael llegó casi de inmediato a la casa.

—¿Qué te trae a mi humilde casa, compadre? —preguntó el recién llegado.

—Vengo a proponerte un negocio, Michael, amigo mío.

—Si me conviene, ¿por qué no? —respondió Michael, entusiasmado.

—Quiero ser lo más sincero posible, Michael, y quiero hacerlo delante de tu mujer. —El tono de Carlos era bastante serio, lo que empezó a preocupar a Michael, quien había tomado una silla frente a su compadre.

—Ustedes saben que yo no tengo hijo, tengo dos hermosas hijas, pero no es lo mismo. Yo quiero que mi ahijado, Michael, a quien quiero mucho, viva en la hacienda. Yo voy a correr con todos sus gastos educativos, como lo he hecho hasta ahora, y todo lo referente a su futuro.

Un silencio profundo se apoderó de la casa. Michael y Helena no podían creer lo que habían escuchado. Se miraron, buscando una respuesta a las muchas preguntas que tenían. Carlos se había hecho cargo de todos los gastos del muchacho desde hacía mucho tiempo, y este vivía más en la gran hacienda, rodeado de lujos, que con sus padres. Helena empezó a murmurar y su marido le hizo señas para que guardara silencio. Mientras tanto, Carlos siguió hablando, sin mostrar el menor interés en la mueca que se había dibujado en el rostro de sus compadres.

—El muchacho se puede quedar con ustedes el fin de semana. Quiero que él me ayude. Quiero que él sea mi mano derecha en los negocios, como tú, mi querido amigo, en los viejos tiempos —dijo, mirando a Michael—. Yo no les voy a quitar a su hijo, solo quiero que me ayude y que los ayude a ustedes.

La prudencia era una virtud de Michael Gallardo. No se tomaba las cosas a la ligera y pensaba antes de tomar una decisión importante, y este momento no era la excepción.

—¿No estás hablando en serio? —dijo Michael, tratando de disimular su enojo.

—¿Me estoy riendo, Michael? —respondió Carlos en tono cortante.

—¡Mi niño solo tiene 12 años y no estoy de acuerdo con esto! —dijo Helena, casi gritando—. ¡Mi niño no! —gritó, llorando desconsolada. Carlos no le prestó atención al llanto de la madre y continuó.

—Ustedes deciden, a mi ahijado no le faltará nada, cuando sea grande, me lo agradecerá.

El silencio reinó en la casa por un instante.

—Yo creo que es lo mejor para el chico —dijo Michael, en tono fuerte y sin vacilar—. Estará mejor con mi compadre Carlos, tú sabes, mujer —dijo mirando a su esposa—. Que no tenemos en este momento para darle educación a los muchachos, y esto ayudará un poco.

Ahora la que estaba más que sorprendida era su mujer, no podía creer lo que acababa de oír. Su marido siempre había sido un hombre sensato, pero ahora parecía haber perdido la razón.

—¿Te has vuelto loco? ¡Es nuestro hijo, cómo lo vas a regalar! —gritó ella, muy enojada.

—¡No lo estoy regalando, mujer! ¡Estoy pensando en su futuro!

—¿Cuál futuro? Un hijo está mejor con sus padres que con un extraño.

—¡Calla, mujer, no seas insensata! ¡Este es un asunto entre hombres! —El tono de voz de Michael se hizo más fuerte. Mientras tanto, Carlos seguía sentado.

—Ustedes dos están locos. ¿Cómo no voy a intervenir si es mi hijo?

—Hecho, compadre Carlos, deme unas semanas para hablar con mi hijo y prepararlo. —Mientras hablaba, parecía recitar una poesía, sin entusiasmo. Su mirada fría parecía más la de un vendedor sin escrúpulos que la de un padre hablando de su hijo. Ninguno de los dos hombres prestaba atención al llanto de Helena ni a sus reclamos.

—Que no se diga más, compadre. Ha tomado la mejor decisión. Quiero que hablen con el muchacho y le digan todo, y lo espero en dos días.

—Gracias, compadre —dijo Carlos, ofreciendo su mano para sellar el negocio. Michael se la ofreció sin vacilar.

—Solo dos días, ni uno más, ni uno menos. —Carlos arrastraba las palabras, como si no tuviera prisa, o como si estuviera dejando todo claro.

Carlos salió de la humilde casa. No pensó que las cosas serían tan fáciles, pero se sintió bien al lograr su cometido. Una vez más, todo salía como quería.

La familia Gallardo quedó destrozada. El hijo menor se iría de casa por caprichos del gran señor. Michael quería convencer a su esposa de que era lo mejor para el muchacho.

—Así como están las cosas, mujer, nuestros hijos no terminarán sus estudios y serán simples campesinos como nosotros, con pocas posibilidades de ser alguien.

—¡No me importa si son campesinos o no! ¡Yo quiero a mi hijo conmigo!

—Helena, por favor, tú no entiendes. Con Carlos todo se hace por las buenas. Yo lo conozco más de lo que imaginas, para él no hay nada imposible, y es mejor no llevarle la contraria, porque nos podría ir muy mal. —La angustia de Michael se dibujaba en su rostro mientras trataba de explicarle a su esposa que era lo mejor para todos. Conocía muy bien a Carlos y sabía que cuando a este se le metía un tema en la cabeza, no había poder humano que lo hiciera cambiar de opinión.

—¡Eres un cobarde! Me das vergüenza como hombre. —Los gritos e insultos de Helena hacia su esposo no paraban, estaba muy angustiada por lo que pudiera pasarle a su hijo en manos de Carlos. Y diciendo esto, se marchó a su habitación, dejando a su marido inmóvil en la mitad del hogar, que para ella ya no era un hogar, ni una familia.

Helena dejó de hablarle a su esposo. Por primera vez en dieciséis años de casados, estaban peleados, y parecía no haber solución a este inconveniente entre ellos. Michael padre llamó a su hijo para decirle lo que estaba pasando y lo que pasaría con él. El chico lo tomó muy bien, quería mucho a su padrino y los costosos regalos que este le daba. Por el contrario, deseaba que llegara pronto por él, cosa que asombró a su padre. Pensó que no querría irse con su padrino, pero el chico celebró la noticia.

Carlos era un hombre muy puntual. A los dos días llegó a buscar al muchacho, como le había prometido. Llegó bien entrada la mañana a la casa de los Gallardo. Estos acababan de levantarse de la cama y se sorprendieron al verlo tan temprano.

—Buen día tengan, querida familia. —La familia no lo recibió de la mejor forma, por el contrario, no lo saludaron. Michael, hijo, en cambio, estaba feliz. Su mente joven veía las cosas de manera diferente. Para él, era como jugar un juego que le divertía mucho. Además, como cualquier niño, le gustaban los buenos regalos. Partió para la gran hacienda, se sentía un tanto extraño, aunque no del todo, ya que, desde que nació, su padrino Carlos siempre estuvo con él y su familia. Margaret y las niñas siempre lo vieron como uno más de la familia, y esta vez lo aceptaron de muy buena gana, como las otras veces. Michael era de la edad de las hijas de Carlos, y esto hizo que se llevaran bien.

Como era costumbre, Carlos ofreció la mano a su amigo Michael para sellar el trato, como él lo llamaba, y este no vaciló en ofrecérsela.

—¿Sabes, Michael? Me gusta hacer negocios contigo. Eres un hombre que cumple su palabra —dijo Carlos, dándole una palmada en el hombro—. Es la mejor decisión que has tomado, de lo contrario, las cosas hubieran sido muy malas para ti y tu familia, y sabes que hablo en serio —le susurró al oído, casi murmurando. Michael sabía con quién estaba hablando; con Carlos no se podía jugar, era un hombre terco al que había que tratar por las buenas.

La familia Gallardo estaba desconsolada. Helena se fue a la habitación a llorar, Michael se dirigió a sus sembrados, igualmente a llorar su pena. Juliana preguntó a sus padres qué ocurría, pero estos no dieron ninguna respuesta. Sin embargo, se imaginaba que no era algo bueno lo que estaba pasando en el hogar, ahora que su hermano viviría con su padrino en la gran hacienda.

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