Mundo de ficçãoIniciar sessãoEn Por fin te encontré: Siempre tuyo, Lance y Karina deberán demostrar que su amor es más fuerte que las pruebas que el destino les impone. Lo que parecía un camino hacia la estabilidad pronto se transforma en un laberinto de secretos, engaños y traiciones que pondrán a prueba no solo su relación, sino también todo en lo que creen. Sin darse cuenta, se ven arrastrados a un juego peligroso donde nada es lo que parece, y cada revelación amenaza con cambiarlo todo.
Ler maisDos días después
Londres
Cristina
Había decidido encontrarme con Amanda para que me ayudara a descubrir la verdad sobre el supuesto hijo de mi hermano. Ella conocía a la mejor amiga de Yang Ling, la ex de Lance, y yo sabía que la familia de esa mujer era extremadamente conservadora, aferrada a las tradiciones coreanas. Por eso me resultaba tan extraño todo esto: según recordaba, ellos ni siquiera sabían que ella estaba embarazada. Jamás habrían aceptado un hijo fuera del matrimonio.
Amanda me llamó poco después, diciendo que podíamos vernos en su departamento. Tomé un taxi, observando cómo Londres pasaba bajo la lluvia, con luces difusas y reflejos en los charcos. Pensaba en cómo Amanda podría ayudarme, en cómo cada pieza de este rompecabezas familiar parecía imposiblemente complicada.
Ahora estoy frente a su puerta. Mi corazón late con fuerza mientras levanto la mano y toco el timbre. El sonido resuena, y segundos después, la puerta se abre de golpe. Amanda aparece, con una sonrisa que ilumina el estrecho pasillo del edificio.
—¡Cristina, qué felicidad verte! —dice, y me envuelve en un abrazo cálido y largo.
Yo correspondo, sintiendo un alivio inesperado mezclado con la urgencia de la conversación que nos espera.
—A mí también me da gusto verte, querida amiga —respondo, mientras entro y ella me guía hacia la sala.
El aroma a café recién hecho se mezcla con el de los libros viejos; la luz de la tarde se cuela por las cortinas y dibuja sombras suaves sobre la alfombra. Amanda se sienta en el sofá, indicándome con un gesto que haga lo mismo.
—Ven, vamos a conversar. Cuéntame exactamente qué sabes del supuesto hijo de Lance —dice, inclinándose hacia mí, con los ojos atentos, ansiosa por cada detalle.
Minutos después, compartimos un silencio cargado de tensión. Amanda suspira y se reclina, cruzando los brazos con determinación:
—Williams siempre fue un manipulador. Estoy segura de que nada de esto es verdad… pero lo vamos a averiguar. No te preocupes, Cristina —su voz firme refleja seguridad y convicción.
—Espero que podamos hallar a esa mujer —respondo, mordiendo el labio, intentando calmar la ansiedad que me oprime el pecho.
Amanda me observa, con un destello de astucia en los ojos:
—Tengo otras ideas. Sabes que mi padre siempre se ha ocupado de ciertos asuntos de tu abuelo; es su hombre de confianza, su mano derecha. Estoy segura de que él sabe algo —su tono se vuelve bajo, casi conspirativo.
—Amanda… ¿tú crees que tu padre nos va a ayudar? —pregunto, frunciendo el ceño—. Lo dudo. Él es leal a mi abuelo.
Ella sonríe, un gesto rápido, calculador:
—Cristina, yo tengo una carta bajo la manga. Yo me ocupo de mi padre —responde, inclinándose hacia mí, como quien comparte un secreto que puede cambiarlo todo.
—Hagamos lo que tengamos que hacer, con tal de saber la verdad —digo, apretando los puños sobre mis piernas, intentando contener el temblor en la voz. Mis ojos no dejan los de Amanda; necesito su apoyo, pero también temo lo que podamos descubrir.
Amanda me observa en silencio, con los brazos cruzados y los labios apretados. Sus ojos oscuros brillan con determinación y un leve destello de miedo:
—Sí… no podemos detenernos ahora, Cristina —responde, finalmente, con voz firme y un leve temblor que delata su preocupación.
Dos días después
Hemos pasado estos últimos días buscando a esa mujer, pero era como si la tierra la hubiera tragado. Contratamos un detective privado para rastrear cualquier pista, para hallar a la mujer o al menos descubrir el paradero del supuesto hijo de mi hermano. No podía ausentarme de la empresa más de lo necesario; levantaría sospechas.
Hoy Amanda me pidió que la acompañara a la casa de su padre, como último recurso, para confrontarlo directamente sobre este asunto.
Y aquí estamos frente a su puerta. Levanto la mano y toco el timbre; el sonido resuena con eco en el silencio pesado de la tarde londinense. Unos segundos después, una empleada nos abre paso, su expresión neutral no logra ocultar un leve interés por nosotras mientras nos conduce por el elegante pasillo hasta la sala. La estancia es amplia y sobria: muebles de cuero oscuro, lámparas bajas que proyectan sombras alargadas sobre el piso de madera pulida, y cuadros modernos que parecen vigilar cada movimiento.
Entonces, Harry aparece detrás de nosotras. Lo recuerdo tal como era, aunque el tiempo ha dejado su huella en su rostro: unos cincuenta y tantos años, líneas de expresión que denotan autoridad y experiencia. Sus ojos marrones, intensos y profundos, parecen leer cada pensamiento que cruza mi mente. El cabello canoso le da un aire de dignidad, mientras su postura firme y erguida sigue transmitiendo control absoluto. Nos sonríe cordialmente, pero esa sonrisa está teñida de autoridad; cada gesto suyo irradia poder contenido y un juicio silencioso sobre lo que estamos a punto de decir.
—Hola, Cristina. Qué bella sorpresa. Parece que mi hija hace milagros —dice, extendiéndome la mano con voz grave y segura, firme como su postura.
—Amanda, hija, un gusto verte. Últimamente no vienes a la empresa —agrega, mirando a su hija con una mezcla de reproche y curiosidad.
Respiro hondo, dejando que la tensión me recorra la espalda. Me inclino ligeramente hacia él, sin apartar la mirada de sus ojos:
—Harry, voy a ser directa contigo. Necesito que nos ayudes. ¿Qué sabes de Yang Ling? ¿La recuerdas?
Harry frunce el ceño, cruza los brazos y da un paso atrás, evaluando la situación. Sus ojos marrones se fijan en mí con sospecha y un dejo de irritación:
—Cristina… no sé de quién me hablas. Creo que te equivocas.
—Te refresco la memoria —digo, inclinándome un poco más, la voz firme pero cargada de urgencia—. Es la exnovia de Lance. Ella y mi hermano mantuvieron una relación. Estaba embarazada y abortó… o eso creíamos. Hasta hace poco, cuando mi abuelo apareció diciendo que ese niño está vivo.
Amanda permanece en silencio, mordiendo el labio inferior, las manos crispadas sobre los muslos. Sus ojos se mueven entre su padre y yo, cargados de frustración y tensión contenida.
—Papá —interviene ella, la voz firme pero temblorosa por la indignación—, tú eres la mano derecha de Williams y sabes todos sus asuntos oscuros. No me lo niegues.
Harry respira hondo, endereza la espalda, y sus manos se abren como en señal de paciencia, aunque la tensión se dibuja en su mandíbula:
—Sí, es verdad, sé muchas cosas de él. Pero ¿por qué tendría que ayudar a Cristina? No quiero problemas con él —sus palabras son firmes, pero su mirada revela un conflicto interno.
—Papá, por una vez en tu vida, deja de ser el perro faldero de Williams —responde Amanda, levantando la voz, los hombros tensos y el rostro encendido por la rabia—. ¿De qué te ha servido?
Harry la observa fijamente, sus ojos penetrantes desnudando cada emoción de su hija. Sus labios se aprietan, y por un instante el aire parece detenido.
—Amanda, sabes muy bien que le debemos todo a él. Williams nos sacó de la ruina. Ni siquiera Christopher me pudo ayudar cuando se lo pedí. Mi decisión es un no rotundo —sentencia, con la voz grave y controlada, aunque la tensión es palpable.
—Te estás vengando de mi padre a través de mi hermano. Él era tu mejor amigo y siempre te ayudó en lo que pudo —intervengo, intentando mantener la calma, aunque mis manos tiemblan ligeramente sobre los brazos del sofá.
—¿Por qué le haces esto a Lance? Él no se lo merece, papá —agrega Amanda, respirando con fuerza, la furia y la frustración a flor de piel.
Harry me mira con intensidad, los ojos marrones como pozos de juicio:
—Amanda, deja de serle fiel a Lance. ¿De qué te ha servido? Él ni siquiera te ve como mujer. Hasta cuándo no te das cuenta de que debes aliarte con el Mckeson correcto… abre los ojos.
Amanda se levanta de golpe, furiosa, los dedos temblando, el cuerpo tenso como un arco:
—Está… me las pagas, papá. No pienses que me voy a quedar con los brazos cruzados —su voz corta el aire, desafiante.
—Amanda, vámonos. No conseguiremos nada de tu padre. Es una lástima ver cómo te has vendido —susurro, tomando suavemente su brazo para alejarla del centro de la sala.
Ella me mira con rabia, los ojos brillantes y la mandíbula apretada, pero no dice nada.
—Cristina, tu abuelo siempre consigue lo que quiere. Además, Lance va a tener que aceptarlo, quiera o no. Va a dirigir las empresas de tu abuelo. Eso te lo garantizo —señala Harry con confianza que me revuelve el estómago.
—Eso lo vamos a ver —respondo, con voz firme y decidida, respirando hondo mientras clavo mi mirada en la de ella—. Vamos a descubrir la verdad.
New York
Karina
Los últimos días habían sido extraños. Martha me había pedido insistentemente que intentara convencer a Lance de visitar a su abuelo, algo que él rechazaba con firmeza. Mi esposo me había advertido que no me involucrara con su familia, ni siquiera con su abuela Margaret, y que mantuviera la distancia. Pero esa insistencia repentina de Martha me resultaba inquietante; nunca antes había mostrado tal presión, y algo en todo esto no me daba buena espina.
Esa noche, sin embargo, íbamos a salir a un evento que organizaba Phillip en una de sus galerías de arte, una excusa perfecta para distraernos y salir de la tensión familiar. Mientras me vestía, sentía un nudo en el estómago: deseaba disfrutar, pero mi mente seguía dándole vueltas a la urgencia de Martha y al rechazo obstinado de Lance.
Y ahora estamos en la galería, rodeados de cuadros que capturan la luz cálida y tenue de la sala; suaves notas de jazz flotan en el aire, mezclándose con murmullos de los asistentes. Me detengo frente a un cuadro abstracto, intentando concentrarme en los colores y las formas para no pensar demasiado. Lance decide ir por unos tragos y buscar a un amigo, dejándome sola en medio del grupo de invitados.
En ese momento, un hombre se acerca, deteniéndose cerca de mí. Su mirada se fija en el cuadro y luego en mí, demasiado insistente. Siento cómo un leve escalofrío recorre mi espalda:
—¿Qué te parece la pintura? ¿Qué crees que expresa? —pregunta, inclinándose ligeramente hacia mí, con una sonrisa que no logro interpretar del todo.
—No conozco mucho de arte —respondo, tratando de mantener distancia, con voz firme, pero sintiendo cómo aumenta mi incomodidad. No quiero conversación, pero el hombre parece no captar la señal.
Antes de que pueda moverme, Phillip aparece a mi lado:
—¡Esteban Miller! Qué gusto verte —dice Phillip, dándole una palmada en el hombro al hombre, rompiendo un poco la tensión.
—Qué gusto verte, pero déjame presentarte… —interviene Esteban, girando hacia mí con una sonrisa que no alcanza a tranquilizarme.
—Karina, ¿cómo estás? —habla Phillip, dándome un beso en la mejilla. Su cercanía me hace sentir un respiro, un ancla de seguridad en medio de mi incomodidad.
—¿Se conocen? —pregunta Esteban, arqueando una ceja, observándome con interés.
—Phillip, ¿viste a Lance? Te estaba buscando —respondo, intentando mantener la compostura, mientras mis ojos buscan a mi esposo entre los invitados.
—Lance… Lance Mckeson, ¿lo conoces? —me pregunta Esteban justo cuando mi esposo aparece, con dos copas de champagne en la mano.
—Hermosa, disculpa la tardanza —exclama Lance, entregándome la copa con una sonrisa cálida.
El hombre retrocede ligeramente, y yo siento un alivio inmediato. La tensión se disuelve lentamente mientras las presentaciones continúan:
—Lance, pero qué pequeño es el mundo. Veo que la señorita es tu acompañante —interviene Esteban, sorprendido.
—Te equivocas, te presento a mi esposa —responde Lance, envolviéndome en un abrazo firme y cálido, su orgullo evidente en la forma en que me sostiene.
—¡En serio! ¿Te casaste? Si eras un mujeriego empedernido, huías de las relaciones serias —replica Esteban, arqueando las cejas, la incredulidad pintada en cada palabra.
—Pues ya ves —responde Lance, mirándome directamente a los ojos con ternura—. Me casé con esta mujer maravillosa y tenemos una hija de seis meses bellísima.
Esteban sonríe, pero su gesto es tenso, un intento de cortesía que no logra ocultar su sorpresa ni cierto recelo:
—Quién lo creyera… felicidades —dice, sin apartar la mirada de nosotros.
Siento cómo una mezcla de orgullo y cautela recorre mi cuerpo mientras me mantengo al lado de Lance, su mano sobre la mía. “Aquí estoy, en su mundo, demostrando que no soy solo su acompañante… soy su esposa, la madre de su hija. Y aun así, no puedo evitar sentir que alguien observa, evaluando cada movimiento.”
Enero 2013 New York Lance Siempre pensé que la vida se ordenaba sola, pero este año entendí que uno también tiene que empujarla. Prometí estar presente en el embarazo de Karina… y lo cumplí a medias. Hice los viajes necesarios para cerrar clientes y después frené todo: mi hijo podía nacer en cualquier momento, y yo no quería perderme ni un solo latido. Mientras yo movía mis fichas, ella movía las suyas. Karina dividía sus días entre nuestros proyectos y la empresa de mi madre. Yo insistí mil veces con que descansara, y al final, como siempre, terminé rindiéndome a lo inevitable: ella hace lo que quiere. Y lo hace bien. Sobre Amanda… hice lo que le dije a Karina que haría. Hablé con ella, le pedí que al menos escuchara a Michael. Y bueno, mi primo hizo el resto: apenas supo dónde estaba, vivió prácticamente en la hacienda. Ella dio a luz hace unos meses, y aunque Michael sigue rogándole una oportunidad, solo el tiempo dirá si terminan siendo ellos dos… o si terminan rompiéndose otr
Al día siguienteLondresMichaelEl silencio dejó de ser descanso desde que Amanda se fue. Hoy debería sentirme pleno: Lance regresó a New York, el camino quedó despejado y estoy oficialmente al frente del Grupo Mckeson. Mi sueño. Mi lugar. La cumbre que perseguí toda mi vida. Pero se siente vacío. Un logro sin aplausos. Un trono sin calor. Porque la única persona con la que quería celebrar esto… me odia. Y tiene razones de sobra.Mientras manejo hacia el pent-house de Harry, la ciudad se difumina a través del parabrisas. Me sorprendo apretando el volante con tanta fuerza que los nudillos se me ponen rojos. Repaso cada palabra que dije, cada gesto impulsivo que la empujó lejos. El pecho me arde, como si cada recuerdo me raspara por dentro. ¿Será demasiado tarde? ¿Podrá perdonarme alguna vez?No puedo quedarme quieto. No puedo quedarme pensando. Tengo que buscarla.Subo al pent-house casi corriendo y toco el timbre tres veces. La ansiedad me golpea en la boca del estómago. Mis nudillos
Dos días despuésNew YorkLanceLos últimos dos días habían sido un intento torpe pero necesario de volver a poner la vida en su sitio. Entre el jet lag, los niños llenos de energía y la casa patas arriba, Karina y yo apenas habíamos tenido tiempo para mirarnos con calma. Hoy, por fin, la rutina parece respirar.Estoy tirado en la sala con los niños, viendo caricaturas, y mi cabeza flota en automático mientras Karina organiza cosas con Lupe. Entonces escucho sus pasos. Reconozco ese ritmo; no es el de alguien que camina… es el de alguien que piensa.—Amor… ¿podemos hablar un momento? —pide, acercándose con ese tono suave que nunca anuncia algo sencillo—. ¿Me acompañas a nuestra habitación?Me enderezo de inmediato.—Por supuesto, hermosa.Subimos la escalera juntos. Cuando entramos, Karina cierra la puerta. El clic suena más fuerte de lo que debería.—¿Por qué cierras la puerta? —bromeo, con una sonrisa que busco y no encuentro en ella.Karina no sonríe. Sus gestos son tensos, sus homb
Fines de mayo de 2012LondresLanceHoy es mi último día al frente del Grupo Mckeson. Y aunque debería sentir alivio, lo único que noto es una especie de vacío extraño. Durante toda esta semana he observado a Karina un poco distinta. Más silenciosa. Más distraída.Hay algo que no logro descifrar en ella… por eso decidí no insistir más con el tema de agrandar la familia. Con haber recuperado a mi esposa y a nuestros hijos, tengo suficiente.Mientras espero la votación, repaso mentalmente lo que haré cuando todo esto termine: invertir la herencia de mi abuelo en la expansión de nuestra empresa propia. Eso me dará libertad para moverme, buscar nuevos clientes y pasar más tiempo con mi familia.Sanders aclara la voz.—Señores, todo está en orden. Sólo falta definir quién asumirá la presidencia.Donald añade:—Michael o Lance deben decidir.Tomo aire.—Mi voto es por ti, Donald.Él me mira, sorprendido.—Te lo agradezco, Lance, pero sabes que los estatutos lo impiden. El presidente debe lle
Al día siguienteLondresKarinaDespués de un largo viaje, por fin llegamos a nuestro departamento en Londres.El cansancio nos envuelve a todos; los niños ya duermen en su habitación, rendidos después del vuelo. Yo revuelvo las valijas buscando algo cómodo que ponerme mientras Lance está recostado en la cama, con el brazo detrás de la cabeza, observándome en silencio.Siento esa extraña inquietud, como si hubiera olvidado algo importante. Voy al baño, me cepillo los dientes, miro el reflejo en el espejo. Entonces lo noto: el estuche de mis píldoras no está.—No… no puede ser —susurro, revisando el neceser, la valija, el bolso de mano. Nada.Un calor nervioso me sube por el pecho. Vuelvo a la habitación y empiezo a buscar el celular, mis dedos tiemblan mientras abro el calendario.—Hermosa, ¿estás bien? —pregunta Lance, incorporándose con el ceño fruncido.—Sí, amor… solo voy a poner el celular a cargar —respondo, intentando sonar natural.Él se levanta, camina hacia mí con esa calma q
El mismo díaNew YorkKarinaSupongo que no existe un manual para volver a juntar los pedazos del corazón.Para aprender a mirar sin rabia, para volver a confiar, para quedarse después del daño. Quizás amar también sea eso: seguir eligiéndose, incluso entre ruinas.Sí, me costó escuchar a Lance. Abrir los ojos, torcer el orgullo, dejar que su voz rota me alcanzara. Pero había algo en su mirada… esa mezcla de cansancio, verdad y dolor que no puede fingirse. Y aunque no lo haya perdonado del todo, comprendí que lo que sentía por él seguía ahí, intacto, resistiendo.Lance fue a buscar a los niños a casa de su madre. Yo preferí venir directo a la nuestra. Necesitaba silencio, ese espacio donde nada me obliga a fingir que estoy bien.Sin embargo, cuando los niños entraron, su alegría llenó la casa. Emma hablaba sin parar, Lanci reía a carcajadas. Cenamos juntos; Lance me observaba en silencio, con los ojos húmedos de alivio. No dijo nada. No hizo falta.Y en este instante, los acuesto. Emma










Último capítulo