Mundo de ficçãoIniciar sessãoDos días después
Banyoles, España
Lance
Mi cabeza es un mar de preocupaciones. Trato de recordar algún evento significativo de estos días, pero todo se mezcla y confunde. ¿Qué será lo que está sucediendo? ¿Por qué mi abuelo quiere que me haga cargo de sus empresas? Si tiene a Michael manejando gran parte de los asuntos, ¿qué esconde realmente el viejo? ¿Será prudente investigar? No quiero abrir una caja de Pandora y que Karina y Emma se vean afectadas por esta situación. Debo protegerlas ahora más que nunca.
—¿Qué tienes, amor? Hace rato que estás callado… tú no eres así —habla Karina, viéndome parado junto a la ventana del jardín mientras sostiene a Emma en brazos.
—Nada, hermosa —respondo, acercándome y poniéndome a su altura para acariciar su rostro—. Solo las veía… pensaba en la suerte que tengo. Te amo.
Ella me observa, arqueando una ceja, como si quisiera leer cada uno de mis pensamientos.
—Mañana regresamos a Nueva York… ¿sigues preocupado por tu madre y Cristina? —pregunta, con esa mezcla de cariño y determinación que siempre me hace sonrojar—. No me mientas, te conozco.
—Karina… es verdad, sigo preocupado —le confieso, tomando un profundo respiro—. Pero creo que me estoy ahogando en un vaso de agua. Seguramente debe haber algún problema en la empresa, por eso mi madre se fue tan de repente. ¿Por qué no me ayudas a averiguarlo en cuanto lleguemos?
Karina sonríe, apoyando la cabeza suavemente en mi hombro mientras Emma juega con sus dedos.
—Me parece bien, Lance. En cuanto lleguemos me dedicaré a revisar todo. Pero ahora, ¿puedes relajarte? Disfrutemos este último día.
Siento cómo su calor me envuelve y por un instante, las preocupaciones se mezclan con la tranquilidad del lugar. Solo estamos nosotros, y por un momento, puedo permitirme respirar sin que las sombras de los secretos familiares me persigan.
New York
Cristina
Estoy sentada frente a mi madre en el pequeño comedor de su apartamento en Nueva York. Las luces de la ciudad se reflejan en los ventanales, y el murmullo lejano del tráfico se mezcla con el silencio tenso que nos rodea. En la mesa, papeles y notas dispersas parecen testigos mudos de nuestra desesperación por descubrir la verdad sobre el supuesto hijo de Yang Ling.
—Mamá, alguien sacó de la investigación al amigo de Roger —revelo, frunciendo el ceño y pasando una mano por mi cabello—. No pudimos conseguir nada que incrimine al abuelo.
Ella suspira, apoyando el codo en la mesa y entrelazando los dedos, con esa calma que solo alguien acostumbrado a manejar secretos peligrosos puede mostrar.
—Tranquila, eso me lo temía —responde, mirándome fijamente con sus ojos llenos de determinación—. Sabía que Williams podría enterarse, por eso tomé mis resguardos.
Inclino la cabeza, tratando de asimilar cada palabra.
—¿Qué tienes planeado? —pregunto, bajando la voz y apoyando las manos sobre la mesa—. Tenemos que tener cuidado, el abuelo es muy peligroso.
Mi madre esboza una sonrisa breve, casi irónica, mientras juega con un bolígrafo entre sus dedos.
—Sabes que tu abuelo siempre ha considerado al esposo de Jaqueline un inútil. Steven es un apostador, siempre ha tenido problemas con gente peligrosa y, seguramente, acumula deudas. Pues bien, Collete está investigando por medio de un amigo y nosotros vamos a comprarle las deudas. Así lo tendremos de nuestro lado.
Frunzo el ceño, sin estar completamente segura.
—¿Crees que Steven sepa algo? Además… podría contárselo al abuelo.
—Cristina —me dice, firme y con un dejo de urgencia—, voy a jugar todas las cartas que tengo con tal de saber la verdad. Y dime, ¿supiste algo de Amanda?
—Amanda no ha logrado nada —respondo, apretando los labios mientras miro por la ventana hacia la ciudad que nunca duerme—. Parece que esa mujer no era la que buscábamos, pero me dijo que encontró algo que nos podría ayudar.
Mi madre asiente, apretando los labios como si estuviera evaluando cada posibilidad.
—Espero que tenga razón —murmura, más para sí misma que para mí—. No podemos permitirnos errores esta vez.
El aire en la habitación se vuelve denso, cargado de planes y secretos, mientras siento que cada decisión que tomamos nos acerca más al peligro… y a la verdad que tanto necesitamos.
Washington
Williams
Mi despacho huele a tabaco caro y a madera envejecida. Camino de un lado a otro, el habano entre mis dedos humea mientras pienso en todo lo que podría salir mal. Espero que Harry no haya dejado ningún rastro, ninguna torpeza que pueda volverse en mi contra.
Un golpe seco en la puerta rompe mis pensamientos y él entra, con esa mezcla de respeto y miedo que siempre me provoca una sonrisa fría.
—¿Dónde te has metido? —mi voz suena cortante, resonando en las paredes del despacho—. Llevo todo el día llamándote.
Harry baja la mirada, aprieta los labios y cruza los brazos, claramente incómodo.
—Estuve limpiando tus porquerías, como siempre hago —responde, con voz tensa—. Esta vez fue más difícil.
Me detengo frente a la ventana, exhalando el humo del habano, y lo observo. Mis ojos lo atraviesan, buscándole cualquier señal de debilidad.
—¿Averiguaste quién está investigando mis cuentas bancarias? —mi voz se carga de amenaza—. ¿Quién me quiere hundir? Recuerda que, si yo caigo, tú también.
Harry traga saliva, y su respiración se acelera ligeramente. Mueve un pie nervioso y da un pequeño paso atrás.
—Es un tipo que trabaja en el gobierno, especialista en fraudes fiscales. Hice lo que pude… soborné a su superior, lo sacaron de la investigación —informa con cierta vacilación.
Cruzo los brazos, inclinándome ligeramente hacia él, mi mirada fija y peligrosa.
—¿Conseguiste el nombre de quien está detrás de esto? —mi voz se vuelve más baja, pero más intensa—. Haz lo que tengas que hacer, incluso matar; no me importa quién sea.
Harry vacila, y finalmente suelta un suspiro como si llevara años conteniendo la información.
—Williams… tengo mis sospechas. Esto comenzó a partir de la visita de tu nieta. Ella vino a pedirme ayuda en el asunto del hijo de Lance.
Mi mano aprieta el habano con fuerza, y siento la rabia recorrerme.
—¿Por qué no me lo has dicho? —gruño, girándome lentamente hacia él—. Seguro Martha está detrás de todo. Esto es tu culpa. Si hubieras acabado con ella cuando te lo pedí, ella estaría muerta, no Christopher.
Harry desvía la mirada hacia el escritorio, golpeando con los dedos sobre la madera.
—Yo hice lo que me pediste —responde con voz temblorosa—. Ella debió estar en el avión, no tu hijo. No fue mi error.
Respiro hondo, y el humo del habano se enreda con mi exasperación.
—Harry, ¿dónde tienes la información de los sobornos, la evasión? —mi tono es gélido—. Espero que esté lejos de las manos de tu hija.
—Está en mi pent-house en Londres —responde, fingiendo seguridad con una sonrisa que no me engaña—. No tienes por qué preocuparte por Amanda; la tengo ocupada con un falso rastro.
Avanzo unos pasos hacia él, examinando cada gesto, cada tic nervioso que delata su miedo.
—¿Conseguiste lo que te pedí? —mi voz es un filo—. La foto del niño.
—Aquí la tienes —dice, colocándome la imagen sobre el escritorio con manos temblorosas—. Fue lo mejor que pude hacer.
La tomo entre mis dedos, sintiendo la textura del papel, evaluando cada detalle. Mis ojos recorren la imagen, calculando los próximos pasos.
—¿Qué piensas hacer con ella? —pregunto, inclinándome sobre la mesa, con la mirada intensa y la voz cargada de amenaza.
—Ablandarle el corazón a Martha —responde con cautela, evitando mi mirada—. Seguro querrá conocerlo.
Frunzo el ceño y me acerco más, mi sombra cubriendo la suya.
—Deberías tener cuidado con Martha —digo, mis ojos como dagas—. Ya no es la misma. Ahora tiene poder y dinero; no creo que se trague el cuento de que es su nieto.
—De eso yo me encargo —dice, con una firmeza forzada—. Tú encárgate de seguirle los pasos a la esposa de Lance. Debemos encontrar algo de esa mujer.
Lo observo fijamente mientras su pecho se mueve rápido por la tensión.
—La chica está limpia, no tiene nada oscuro —añade, bajando la cabeza.
—¿Hablaste con el idiota que tienes de espía en su empresa? —mi voz se convierte en un susurro cargado de peligro—. Rogelio López… ¿encontró algo que usar en contra de Martha?
—No hay nada, Martha está limpia —responde, casi suplicante—. Le dije que buscara la manera de ensuciarla.
Exhalo con fuerza y dejo que el humo del habano se eleve hacia el techo, como si fuera la única forma de calmar mi ira. Todo está en movimiento, todo puede cambiar en un instante. Pero mientras tenga el control, nadie podrá amenazar lo que es mío. La ciudad afuera se oscurece, pero yo permanezco firme, observando cada sombra, escuchando cada susurro, recordándome que el poder se mantiene solo con control absoluto.
Finales de noviembre
New York
Karina
Desde que regresamos del viaje a España, he estado observando cada movimiento en la empresa, revisando contratos y licitaciones del gobierno sin levantar sospechas. Todo parece normal, pero no puedo ignorar la sensación de que algo no encaja: los concursos que hemos ganado últimamente se nos han facilitado demasiado, como si alguien estuviera allanando el camino desde dentro. Algún empleado está filtrando información, pero no puedo hablar de esto con Lance hasta tener pruebas concretas.
Me recuesto en la silla de mi oficina, jugando nerviosamente con un bolígrafo. Finalmente decido llamar a Rita, una de las ejecutivas de confianza de la empresa, con acceso a los sistemas internos y siempre discreta.
—Rita, entra un momento y cierra la puerta —le digo en voz baja cuando aparece—. Necesito hablar contigo sobre algo delicado y confidencial.
Rita asiente, su expresión seria, y se sienta frente a mí, manos entrelazadas sobre el escritorio.
—He notado algo extraño en los últimos concursos de licitación —comienzo, midiendo cada palabra—. Se nos han facilitado contratos que antes hubieran sido imposibles. Sospecho que alguien dentro de la empresa está filtrando información.
Rita arquea una ceja y asiente con cautela.
—Podemos revisar los accesos a los documentos confidenciales, los registros de quién consulta qué y cuándo —propone, su voz baja y firme—. Así podremos detectar cualquier irregularidad sin alertar a nadie más.
Asiento, aliviada de contar con alguien tan confiable.
—Exactamente, pero no se lo digas a nadie, ni a Lance —le advierto, mi tono es serio y cargado de tensión—. Esto debe quedar entre nosotras hasta que tengamos algo concreto.
—Entendido —responde Rita, con la firmeza de alguien acostumbrado a cumplir órdenes delicadas—. Haré un análisis completo y te informaré solo a ti.
Mientras ella sale de la oficina, el silencio vuelve a envolverme. Siento una mezcla de alivio y preocupación. Pienso: alguien mueve los hilos en la sombra, y hasta que no descubramos quién es, no puedo bajar la guardia ni un solo segundo.
Un mes después
Cristina
Estoy en mi sala, Amanda y yo estamos sentadas frente a frente, la mesa de café entre nosotras cubierta con papeles y documentos que pueden cambiarlo todo. Siento que mi corazón late más rápido con cada palabra; sabemos que un solo movimiento en falso podría desatar una guerra con mi abuelo.
—Amanda —hablo, pasando la mano por mi cabello, tratando de mantener la calma—, mejor pensemos bien las cosas. Necesitamos hallar otra salida antes de armar un conflicto abierto con mi abuelo.
Amanda me mira con esa intensidad que siempre la caracteriza, apoyando los codos sobre la mesa y entrelazando los dedos como si estuviera calculando cada posible consecuencia.
—Cristina, con la información que tengo puedo hundir a mi padre —responde, su voz firme, pero con un destello de excitación en los ojos—. Estos documentos prueban los sobornos y fraudes que ha hecho. Te aseguro que no querrá ir preso.
Me inclino hacia ella, bajando un poco la voz.
—Amanda… ¿por qué no sacamos ventaja sin entregar a tu padre? —señalo con cautela—. Solo amenázalo con entregarlo, pídele lo que te robó de tu madre… tu herencia. Te aseguro que cometerá un error intentando mover ese dinero. ¿No está en paraísos fiscales?
Amanda ladea la cabeza, mordiendo ligeramente el labio inferior, y su mirada se hace más calculadora.
—Mejor jugamos la otra carta que tengo —replica, y sus dedos golpean ligeramente la mesa—. Sabes a cuál me refiero.
Siento un escalofrío recorrerme.
—Ese juego es peligroso —le advierto, frunciendo el ceño—. Michael no va a caer tan fácil con tus encantos. Él sabe que estás enamorada de Lance.
Amanda se echa hacia atrás, cruzando los brazos con gesto de desafío y una sonrisa rápida que no llega a sus ojos.
—Cristina, él siempre anduvo detrás de mí —responde con seguridad—. Puedo manejarlo. Y deja de decir que sigo enamorada de tu hermano, ya lo olvidé. Él está casado.
Sus palabras me golpean un poco, pero respiro hondo y asiento, intentando mantener la estrategia clara.
—A mí no me engañas, Amanda —reprocho, con voz baja pero firme—. Lance es el ciego, no yo. Pero bueno… pongamos el plan en marcha.
Ambas nos inclinamos sobre los papeles otra vez, la adrenalina recorriendo nuestras venas mientras el plan toma forma, conscientes de que un solo error podría arrastrarnos a un abismo del que quizá no haya retorno.







